ESTREPSIADES.
ESTREPSIADES.
¡Oh, hijo mÃo! ¡Ah! ¡Ah! ¡Cuánto me alegro al ver tu color! Tu rostro indica que estás dispuesto primero a negar, después a contradecir, y que te es muy familiar esta frase: «¿Qué dices tú?» y el fingirte injuriado, cuando injurias y maltratas a los demás. Hasta en tu semblante brilla la mirada ática. Ahora date maña a salvarme, ya que me has perdido.
FIDÃPIDES.
¿Qué te atemoriza?
ESTREPSIADES.
El dÃa viejo y nuevo.
FIDÃPIDES.
¿Hay acaso algún dÃa viejo y nuevo?
ESTREPSIADES.
En él dicen que van a hacer sus depósitos para procesarme.
FIDÃPIDES.
Pues perderán los depositantes; porque un dÃa no puede ser dos dÃas.
ESTREPSIADES.
¿Que no puede ser?
FIDÃPIDES.
¿Cómo? A menos que la misma mujer pueda ser a un tiempo vieja y joven.
ESTREPSIADES.
La ley asà lo dispone.
FIDÃPIDES.
Indudablemente no comprenden bien el espÃritu de la ley.
ESTREPSIADES.
¿Cuál es su espÃritu?
FIDÃPIDES.
El viejo Solón era, por carácter, amigo del pueblo.
ESTREPSIADES.
Eso no tiene nada que ver con el dÃa nuevo y viejo.
FIDÃPIDES.
Y fijó dos dÃas para la citación a juicio, el viejo y el nuevo, a fin de que los depósitos fuesen hechos el dÃa del novilunio.
ESTREPSIADES.
¿Y por qué añadió el viejo?
FIDÃPIDES.
¿Preguntas por qué, fatuo? Con objeto de que los que hayan sido citados tengan un dÃa para arreglar amigablemente el asunto; y de lo contrario, para que pueda reclamárseles en la mañana misma del novilunio.
ESTREPSIADES.
Entonces, ¿por qué los magistrados no reciben los depósitos el dÃa primero de mes, sino en el anterior, en el dÃa nuevo y viejo?
FIDÃPIDES.
Me parece a mà que hacen lo que los glotones, adelantan un dÃa para disfrutar más pronto de los depósitos de los litigantes.
ESTREPSIADES.
¡Bien! Pobres tontos que servÃs de juguete a nosotros los sabios, porque sois como piedras, como un rebaño de imbéciles, como borregos aglomerados al acaso cual si fuerais tinajas. Preciso es que yo entone un himno de alabanza en honor mió y de mi hijo.
«¡Feliz Estrepsiades, cuán sabio eres, y qué hijo has educado!» Tales serán las palabras de mis amigos y conciudadanos cuando me feliciten por haber ganado mis pleitos con tu elocuencia. Pero entra, que antes quiero darte una buena comida.
(Entran en la casa.)
PASIAS (dirigiéndose al testigo que viene con él).
¿Conviene perder alguna vez los bienes propios en provecho de los demás? Nunca seguramente. Yo debà hace tiempo deponer toda vergüenza y me hubiera ahorrado estos disgustos. Ahora, para recobrar mi dinero, tengo que traerte como testigo, y convertir en enemigo un conciudadano. Pero suceda lo que suceda, jamás, mientras viva, me he de mostrar indigno de mi patria[554]. Citaré a Estrepsiades...
(Sale Estrepsiades.)
ESTREPSIADES.
¿Quién es este?
PASIAS.
Para el dÃa viejo y nuevo.
ESTREPSIADES.
Sed testigos de que ha indicado dos dÃas a la vez. ¿Por qué me citas?
PASIAS.
Por las doce minas que te presté cuando compraste el caballo tordo.
ESTREPSIADES.
¿Un caballo? ¿No le oÃs todos vosotros que sabéis cuánto aborrezco la equitación?
PASIAS.
Y juraste por los dioses que me las habÃas de restituir.
ESTREPSIADES.
¡Por Júpiter! Entonces mi hijo FidÃpides aún no habÃa aprendido el razonamiento irresistible.
PASIAS.
¿Y piensas por eso negar ahora tu deuda?
ESTREPSIADES.
¿Qué otro provecho he de sacar de aquella enseñanza?
PASIAS.
¿Y te atreverás a negarla ante los dioses cuando yo te exija el juramento?
ESTREPSIADES.
¿Qué dioses?
PASIAS.
Júpiter, Mercurio, Neptuno...
ESTREPSIADES.
Sin duda; y aun añadiré tres óbolos por el gusto de que me hagas prestar juramento.
PASIAS.
¡Ojalá castiguen tu desvergüenza!
ESTREPSIADES.
Si a este hombre le restregasen con sal estarÃa mejor[555].
PASIAS.
¡Ah, te burlas!
ESTREPSIADES.
Caben en él seis congios[556].
PASIAS.
¡Por el gran Júpiter y por todos los dioses! No te burlarás de mà impunemente.
ESTREPSIADES.
Me estás dando risa con tus dioses. Júpiter, por quien juras, excita la hilaridad de las personas ilustradas.
PASIAS.
Algún dÃa serán castigadas tus blasfemias. Pero contesta si me pagarás o no; despáchame pronto.
ESTREPSIADES.
Ten paciencia. En seguida te voy a contestar claramente.
(Entra en su casa.)
PASIAS.
¿Qué te parece que hará?
EL TESTIGO.
Me parece que te restituirá lo que le prestaste.
ESTREPSIADES.
¿Dónde está el que reclama el dinero? Di, ¿qué es esto?
PASIAS.
¿Qué es eso? Una pequeña troj.[557]
ESTREPSIADES.
¿Y te atreves a reclamar tu dinero siendo tan rudo? No; jamás devolveré ni un óbolo a quien llamatroja latroja.
PASIAS.
¿Conque no me pagarás?
ESTREPSIADES.
No, que yo sepa. ¿Pero te marchas, o piensas echar raÃces en la puerta?
PASIAS.
Me voy. Mas ten presente que o me muero, o hago el depósito legal para demandarte.
ESTREPSIADES.
Será una nueva pérdida que tendrás que añadir a la de las doce minas. De todas maneras, siento que te suceda eso por haber llamado neciamentetroja latroja.
AMINIAS.
¡Ay, pobre de mÃ!
ESTREPSIADES.
¡Hola! ¿Quién es este que se queja? ¿Acaso ha hablado alguno de los dioses de Carcino?[558]
AMINIAS.
¿Quién soy? ¿Quieres saber quién soy? Soy un hombre desgraciado.
ESTREPSIADES.
Signe entonces tu camino.
AMINIAS.
¡Oh, triste suerte mÃa! ¡Oh fortuna, que has roto las ruedas de mis carros! ¡Oh Palas, tú me has perdido![559]
ESTREPSIADES.
¿Pues qué daño te ha causado Tlepólemo?
AMINIAS.
No te burles de mÃ, amigo mÃo; manda más bien a tu hijo que me devuelva el dinero que me debe, hoy principalmente que estoy en la desgracia.
ESTREPSIADES.
¿De qué dinero hablas?
AMINIAS.
Del que le presté.
ESTREPSIADES.
Tú no estás bueno, a lo que parece.
AMINIAS.
Es verdad, me he caÃdo al hacer galopar los caballos.
ESTREPSIADES.
Pues no se conoce, porque deliras como si nunca te hubieras caÃdo del asno.[560]
AMINIAS.
¡Conque deliro porque quiero cobrar lo que se me debe!
ESTREPSIADES.
Es imposible que estés en tu sano juicio.
AMINIAS.
¿Por qué?
ESTREPSIADES.
Me parece que tienes el cerebro algo perturbado.
AMINIAS.
Por Mercurio, te citaré a juicio, si no me devuelves el dinero.
ESTREPSIADES.
Dime: cuando llueve ¿crees tú que Júpiter hace siempre caer agua nueva, o bien que es la misma suspendida en el aire por el calor del sol?
AMINIAS.
No lo sé, ni me importa saberlo.
ESTREPSIADES.
Entonces, ¿cómo ha de ser justo el pagarte si no tienes ninguna noción de meteorologÃa?
AMINIAS.
Si te encuentras apurado, págame al menos el interés.
ESTREPSIADES.
¿El interés? ¿Qué animal es ese?
AMINIAS.
Es el dinero que va creciendo más y más cada dÃa, a medida que trascurre el tiempo.
ESTREPSIADES.
Muy bien dicho. Pero contesta: ¿crees tú que el mar es ahora más grande que antes?
AMINIAS.
No, por Júpiter, siempre es igual: porque el mar no puede aumentarse.
ESTREPSIADES.
¿Y cómo, gran canalla, si el mar no crece a pesar de los rÃos que en él desembocan, pretendes tú aumentar incesantemente tu dinero? A ver si te largas pronto de esta casa. ¡Pronto! Un palo[561].
AMINIAS.
Sed testigos de esto.
ESTREPSIADES.
¡Largo de aquÃ! ¿Qué esperas? ¿No te moverás?
AMINIAS.
¿No es esto una injuria?
ESTREPSIADES.
¿Te mueves, o me obligas a que te pinche comoa un caballo de tiro? ¿Huirás? (Sale.) Ya iba yo a removerte con tus ruedas y tus carros.
(Estrepsiades entra en la casa.)
CORO.
¡Lo que es aficionarse a las malas obras! Este viejo, que las ama con pasión, quiere defraudar a sus acreedores el dinero que le prestaron; pero es imposible que hoy no le sobrevenga alguna desgracia, y que este sofista, en castigo de sus tramas, no sea vÃctima de algún mal imprevisto. Creo que muy pronto conseguirá lo que deseaba, y su hijo sabrá oponer hábiles argumentos contra la justicia, y vencerá a todos sus adversarios aun cuando defienda las peores causas. Pero quizá llegue a desear que su hijo sea mudo.
ESTREPSIADES (Saliendo precipitadamente).
¡Ay! ¡Ay! ¡Vecinos, parientes, ciudadanos, socorredme con todas vuestras fuerzas! ¡Me apalean! ¡Ay mis mandÃbulas! ¡Infame! ¿No ves que es a tu padre a quien maltratas?
FIDÃPIDES.
Lo confieso, padre mÃo.
ESTREPSIADES.
¿OÃs? confiesa que me maltrata.
FIDÃPIDES.
Sin duda.
ESTREPSIADES.
¡Perverso! ¡Parricida! ¡Horadador de murallas!
FIDÃPIDES.
Dime otra vez esas injurias, y añade otras; ¿sabes que tengo el mayor gusto en escucharlas?
ESTREPSIADES.
¡Infame!
FIDÃPIDES.
Me estás cubriendo de rosas.
ESTREPSIADES.
Maltratas a tu padre.
FIDÃPIDES.
Y, por Júpiter, he de demostrar que tengo razón en pegarte.
ESTREPSIADES.
¡PerversÃsimo! ¿Acaso puede nunca haber razón para pegar a su padre?
FIDÃPIDES.
Yo te lo demostraré y te convenceré con mis palabras.
ESTREPSIADES.
¿Que me convencerás?
FIDÃPIDES.
Hasta la evidencia y muy fácilmente. Elige cuál de los dos razonamientos he de emplear.
ESTREPSIADES.
¿Cuáles razonamientos?
FIDÃPIDES.
El fuerte o el débil.
ESTREPSIADES.
A la verdad, querido mÃo, daré por bien empleadosmis afanes para enseñarte a contradecir la justicia, si consigues persuadirme que es bueno y justo que los hijos golpeen a sus padres.
FIDÃPIDES.
Pues creo que te persuadiré de tal manera, que en cuanto me hayas oÃdo no tendrás nada que replicarme.
ESTREPSIADES.
Tengo ganas de oÃrte.
CORO.
A ti te corresponde, anciano, el encontrar un medio de reducirle a la obediencia; porque no estarÃa tan soberbio si dudase de su triunfo. Por tanto, hay alguna cosa que le hace insolente como hombre confiado en sus propias fuerzas. Pero primeramente conviene que digas al Coro cómo ha tenido lugar vuestra disputa. Esto es lo que debes hacer antes de todo.
ESTREPSIADES.
Os diré cómo comenzó nuestra reyerta. Después que hubimos comido, como sabéis, le mandé en primer lugar tomar su lira y cantar la canción de Simónides «Cuando el carnero fue trasquilado.» Y en seguida me replicó que era una necedad cantar de sobremesa acompañado de la cÃtara, como una mujer ocupada en moler trigo.
FIDÃPIDES.
¿Y no era motivo para golpearte y patearte el que me hubieses mandado cantar como si tuvieras cigarras convidadas?
ESTREPSIADES.
Ahora no hace más que repetir lo que me dijo en casa: también aseguró que Simónides era un mal poeta. Me contuve al principio, aunque con trabajo, y le mandé que, tomando la rama de mirto, me recitase algún trozo de Esquilo. «¡Está muy bien! me contestó; precisamente yo considero a Esquilo el primero de nuestros poetas, como que es desordenado, enfático, estrepitoso y desigual.» Con estas palabras, considerad como estarÃa mi corazón; pero reprimiendo la ira, le dije: «Ea, recita si no, algunos pasajes de los poetas modernos que son los más doctos.» Y en seguida cantó un fragmento de EurÃpides, en el que un hermano ¡justo cielo! viola a su hermana de madre[562]. Entonces yo no pude contenerme y le dirigà los más terribles insultos, y después, como suele suceder, acumulamos injurias sobre injurias; y por último, este se lanza sobre mÃ, me golpea, me maltrata, me sofoca y me mata.
FIDÃPIDES.
Muy justamente. ¿Por qué no elogias al doctÃsimo EurÃpides?
ESTREPSIADES.
¡El doctÃsimo! ¡Ah!... ¿Cómo diré yo? Pero seré de nuevo maltratado.
FIDÃPIDES.
SÃ, por Júpiter, y justÃsimamente.
ESTREPSIADES.
¡JustÃsimamente, desvergonzado! ¡A mà que te he educado con tanto cariño, que adivinaba los deseos que manifestabas con voz todavÃa balbuceante! Si decÃas «brin», te comprendÃa, y te daba al punto de beber. Si decÃas «manman», en seguida te traÃa pan. Apenas habÃas dicho «caccan», te sacaba fuera y te sostenÃa para que hicieras tus necesidades[563]. Ahora, aunque yo clame y grite, es bien seguro, bribón, que no me sacarás fuera, ni me sostendrás. Al contrario, me sofocas y me obligas a desahogarme aquà mismo.
CORO.
Creo que el corazón de los jóvenes palpita impaciente por escuchar lo que va a decir. Y si logra demostrar que obró justamente al perpetrar tal crimen, no doy un comino[564]por la piel de los viejos. Ahora, gran inventor y removedor de palabras, busca argumentos convenientes para justificar tu causa.
FIDÃPIDES.
¡Qué grato es vivir entre cosas nuevas e ingeniosas y poder despreciar las leyes establecidas! Cuando me ocupaba solo de la equitación, no podÃa pronunciar tres palabras seguidas sin equivocarme;pero desde que este hombre me ha hecho abandonar mis aficiones predilectas, y me he acostumbrado a los pensamientos sutiles, a los discursos y a las meditaciones, me siento capaz de probar que he obrado bien maltratando a mi padre.
ESTREPSIADES.
Sigue con la equitación, por Júpiter. Prefiero mantener cuatro caballos a ser molido a golpes.
FIDÃPIDES.
Reanudo mi discurso en donde tú lo has interrumpido, y principio por preguntarte: ¿Me pegaste cuando era chico?
ESTREPSIADES.
SÃ, porque te querÃa y miraba por tu bien.
FIDÃPIDES.
Dime, ¿no será justo que ahora mire yo igualmente por tu bien, y te pegue, puesto que el pegar a uno es mirar por su bien? ¿Es razonable que tu cuerpo esté exento de palos y el mÃo no? ¿No nacà yo de tan libre condición como tú? Lloran los hijos, y ¿no han de llorar los padres? ¿Crees que los padres no deben llorar?
ESTREPSIADES.
¿Por qué?
FIDÃPIDES.
Tú dirás que la ley tolera que el niño sea castigado, y yo replicaré que los viejos son dos veces niños, y que es más justo castigar a los viejos que a los jóvenes, por cuanto sus faltas son menos excusables.
ESTREPSIADES.
Pero ninguna ley establece que el padre sea castigado.
FIDÃPIDES.
¿No era hombre como tú y como yo el que primeramente presentó aquella ley, y persuadió a los antiguos a que la aprobasen? Pues bien; ¿qué se opone a que yo haga una nueva por la cual los hijos puedan a su vez castigar a los padres? De buen grado os perdonamos los golpes recibidos antes de la promulgación de esta ley, y consentimos el haber sido maltratados impunemente. Mira cómo los gallos y los demás animales se vuelven contra sus padres: sin embargo, ¿se diferencian de nosotros en otra cosa que en no redactar decretos?
ESTREPSIADES.
Ya que imitas a los gallos en todo, ¿por qué no comes estiércol y duermes en un palo?
FIDÃPIDES.
No es lo mismo, querido; Sócrates no admitirÃa ese argumento.
ESTREPSIADES.
No me pegues, pues te perjudicarás tú mismo.
FIDÃPIDES.
¿Por qué?
ESTREPSIADES.
Porque lo justo es que yo te castigue; y que tú castigues a tu hijo, si alguno te nace.
FIDÃPIDES.
¿Y si no me nace? Habré llorado en vano, y tú morirás burlándote de mÃ.
ESTREPSIADES.
En verdad, amigos mÃos, voy creyendo que tiene razón, y que se les debe conceder lo que es equitativo. Justo es que seamos castigados si no andamos derechos.
FIDÃPIDES.
Escucha otro argumento todavÃa.
ESTREPSIADES.
Soy hombre muerto.
FIDÃPIDES.
Quizá te alegres de haber sido maltratado.
ESTREPSIADES.
¿Cómo? Dime qué ganancia sacaré.
FIDÃPIDES.
Maltrataré también a mi madre.
ESTREPSIADES.
¿Qué dices? ¿Qué dices? ¡Eso es mucho peor!
FIDÃPIDES.
¿Qué dirás, si te pruebo por medio de aquel razonamiento que es necesario maltratar a la madre?
ESTREPSIADES.
Si haces eso, nada se opondrá a que te arrojes al Báratro[565]con Sócrates y su maldito razonamiento. Por vosotras, Nubes, me sucede esto; por vosotras a quienes encomendé todos mis asuntos.
CORO.
Tú tienes la culpa de todo por haber seguido la senda del mal.
ESTREPSIADES.
¿Por qué no me lo advertisteis antes, en vez de engañar a un pobre viejo campesino?
CORO.
Siempre obramos de esa manera cuando conocemos que alguno se inclina al mal, basta enviarle una desgracia, para que aprenda a respetar a los dioses[566].
ESTREPSIADES.
¡Ay! Doloroso es el castigo, ¡oh Nubes!, pero justo. Pues no debÃa haber negado a mis acreedores el dinero que me prestaron. Ahora, hijo mÃo querido, acompáñame para que nos venguemos del infame Querefonte y de Sócrates, que nos han engañado.
FIDÃPIDES.
Nunca maltrataré a mis maestros.
ESTREPSIADES.
Respeta a Júpiter paternal.
FIDÃPIDES.
¡Júpiter paternal! ¡Qué tonto eres! ¿Hay acaso algún Júpiter?
ESTREPSIADES.
SÃ.
FIDÃPIDES.
No hay tal; pues reina el Torbellino que ha destronado a Júpiter.
ESTREPSIADES.
No lo ha destronado; pero entonces creÃa queese Torbellino era Júpiter. ¡Pobre de mi, que tomé por un dios a un vaso de arcilla![567].
FIDÃPIDES.
Quédate ahà diciendo necedades.
(Se va.)
ESTREPSIADES.
¡Funesto delirio! ¡Qué necio fui al negar los dioses, persuadido por Sócrates! Pero, queridÃsimo Mercurio, no te encolerices conmigo: no me aniquiles; perdona a un pobre hombre fascinado por la charlatanerÃa de los sofistas; sé mi consejero: ¿qué te parece? ¿entablaré contra ellos un proceso o adoptaré otra resolución?... ¡Excelente consejo![568]Dices que no espere la tardÃa determinación de una sentencia e incendie cuanto antes la casa de esos habladores. ¡Hola, Jantias! ven acá, trae una escalera y un azadón, sube en seguida al tejado de la escuela; y si amas a tu dueño, sacude de firme hasta que el techo se desplome sobre los habitantes. Dadme también una antorcha encendida; quiero vengarme de esos infames a pesar de toda su arrogancia.
DISCÃPULO PRIMERO.
¡Ay! ¡Ay!
ESTREPSIADES.
Antorcha mÃa, lanza una llama devoradora.
DISCÃPULO PRIMERO.
¡Eh! tú: ¿qué estás haciendo?
ESTREPSIADES.
¿Qué hago? Disputo sobre sutilezas con las vigas de la casa.
DISCÃPULO SEGUNDO.
¡Ah! ¿Quién incendia nuestra casa?
ESTREPSIADES.
Aquel a quien habéis cogido la capa.
DISCÃPULO SEGUNDO.
¡Que nos vas a matar! ¡Que nos vas a matar!
ESTREPSIADES.
No quiero otra cosa, con tal que el azadón no defraude mis esperanzas o que antes no me desnuque cayéndome de lo alto.
SÓCRATES.
Hola, ¿qué haces en el tejado?
ESTREPSIADES.
Camino por el aire y contemplo el sol.
SÓCRATES.
¡Ay de mÃ! Intentas asfixiarme.
QUEREFONTE.[569]
¡Desgraciado! voy a morir quemado vivo.
ESTREPSIADES.
¿Quién os mandaba ultrajar a los dioses, y contemplar el lugar de la luna? Sigue[570], arranca, destroza, paguen asà todas sus culpas, y principalmente su impiedad.
CORO.
Retirémonos; pues el Coro ha trabajado bastante.
FIN DE LAS NUBES.