LIBRO QUINTO

LIBRO QUINTOINTRODUCCIÓN

¡Escrito estaba así! Dios en su manoTiene los corazones de los Reyes,Y sus profundos cálculos políticosLa voluntad de Dios acota siempre.Esa nación, que poderosa naceDe las ruinas de aquella que perece,Al mandato de Dios brota y se encumbraY en alas sólo de su aliento viene.Los pueblos y las razas se renuevan,Devorando el que nace al que fenece,Como en la inundación bajo las aguasSe renueva el país que se sumerge.La gloria y el poder de las nacionesNace, se eleva y cae, cual se sucedenLas semillas y frutos de la tierra,Hijas de la estación que les da germen.El invierno corona las montañasCon blancas tocas de apretada nieve,Y el aire de sus copos infecundosLa lluvia extrae para regar las mieses.Cuna y sepulcro al par de cuanto en ellaVegeta y se consume, nace y muere,Fúnebre ¡adiós! ó alegre bienvenidaDa la tierra á quien parte y á quien viene;Y lo mismo que el manto se desciñeDe vida y flores en que Abril la envuelve,Se despoja insensible de sus pueblos,Y sus razas olvida indiferente.Así han nacido y perecido todosBajo esta ley universal, y quierenExplicar los políticos en vanoLos misterios del tiempo y de la muerte.Mane,Tézel,Farés, escribió el dedoDe Dios de su palacio en las paredes,Y se hundió Baltasar y Babilonia;Y así se hunden los pueblos y los Reyes.En vano achaca el sabio á su políticaEl viento que á su ruina les impele:Al pueblo que á su fin mísero toca,Su propio peso hacia su fin le vence:Y el Rey que nace de su raza el último,Por mucho que afanoso se desvelePor la prez y la gloria de sus pueblos,Al fin sus pueblos y su gloria pierde.Nínive así, Jerusalén y RomaFueron: y así las razas del OrienteQue encantaron los valles de GranadaFueron: sombra de sauce, inquieta y breve,Aroma de jazmín que dura un día,Humo de mirra que borró el ambiente,Nube formada del vapor del albaQue á los rayos del sol se desvanece.Tal fué Granada: y al dejar sus muros,Filósofa ó fanática su gente«Escrito estaba así!—dijo partiendo,¡Alahú-akbar!—¡Dios grande, Tú lo quieres!»Y yo, que al relatar su última historia,En empolvados libros y papelesRoídos por el tiempo, voy sus hechosAl olvido robando, siento á vecesPreñárseme los párpados de lágrimas,Viendo la abnegación de aquellos seresQue al África partieron resignados,Más que á su patria á su crëencia fieles;Y cuando leo los cristianos librosQue les tratan de bárbaros y aleves,Digo en mi corazón: «Escrito estaba:¡Alahú-akbar! ¡Dios grande, Tú lo quieres!»Mas volviendo á tomar mi torpe plumaY tornando á elevar mi canto débil,Torno al relato de su antigua historiaY vuelvo de Granada á los verjeles.

¡Escrito estaba así! Dios en su manoTiene los corazones de los Reyes,Y sus profundos cálculos políticosLa voluntad de Dios acota siempre.Esa nación, que poderosa naceDe las ruinas de aquella que perece,Al mandato de Dios brota y se encumbraY en alas sólo de su aliento viene.Los pueblos y las razas se renuevan,Devorando el que nace al que fenece,Como en la inundación bajo las aguasSe renueva el país que se sumerge.La gloria y el poder de las nacionesNace, se eleva y cae, cual se sucedenLas semillas y frutos de la tierra,Hijas de la estación que les da germen.El invierno corona las montañasCon blancas tocas de apretada nieve,Y el aire de sus copos infecundosLa lluvia extrae para regar las mieses.Cuna y sepulcro al par de cuanto en ellaVegeta y se consume, nace y muere,Fúnebre ¡adiós! ó alegre bienvenidaDa la tierra á quien parte y á quien viene;Y lo mismo que el manto se desciñeDe vida y flores en que Abril la envuelve,Se despoja insensible de sus pueblos,Y sus razas olvida indiferente.Así han nacido y perecido todosBajo esta ley universal, y quierenExplicar los políticos en vanoLos misterios del tiempo y de la muerte.Mane,Tézel,Farés, escribió el dedoDe Dios de su palacio en las paredes,Y se hundió Baltasar y Babilonia;Y así se hunden los pueblos y los Reyes.En vano achaca el sabio á su políticaEl viento que á su ruina les impele:Al pueblo que á su fin mísero toca,Su propio peso hacia su fin le vence:Y el Rey que nace de su raza el último,Por mucho que afanoso se desvelePor la prez y la gloria de sus pueblos,Al fin sus pueblos y su gloria pierde.Nínive así, Jerusalén y RomaFueron: y así las razas del OrienteQue encantaron los valles de GranadaFueron: sombra de sauce, inquieta y breve,Aroma de jazmín que dura un día,Humo de mirra que borró el ambiente,Nube formada del vapor del albaQue á los rayos del sol se desvanece.Tal fué Granada: y al dejar sus muros,Filósofa ó fanática su gente«Escrito estaba así!—dijo partiendo,¡Alahú-akbar!—¡Dios grande, Tú lo quieres!»Y yo, que al relatar su última historia,En empolvados libros y papelesRoídos por el tiempo, voy sus hechosAl olvido robando, siento á vecesPreñárseme los párpados de lágrimas,Viendo la abnegación de aquellos seresQue al África partieron resignados,Más que á su patria á su crëencia fieles;Y cuando leo los cristianos librosQue les tratan de bárbaros y aleves,Digo en mi corazón: «Escrito estaba:¡Alahú-akbar! ¡Dios grande, Tú lo quieres!»Mas volviendo á tomar mi torpe plumaY tornando á elevar mi canto débil,Torno al relato de su antigua historiaY vuelvo de Granada á los verjeles.

¡Escrito estaba así! Dios en su manoTiene los corazones de los Reyes,Y sus profundos cálculos políticosLa voluntad de Dios acota siempre.Esa nación, que poderosa naceDe las ruinas de aquella que perece,Al mandato de Dios brota y se encumbraY en alas sólo de su aliento viene.Los pueblos y las razas se renuevan,Devorando el que nace al que fenece,Como en la inundación bajo las aguasSe renueva el país que se sumerge.La gloria y el poder de las nacionesNace, se eleva y cae, cual se sucedenLas semillas y frutos de la tierra,Hijas de la estación que les da germen.El invierno corona las montañasCon blancas tocas de apretada nieve,Y el aire de sus copos infecundosLa lluvia extrae para regar las mieses.Cuna y sepulcro al par de cuanto en ellaVegeta y se consume, nace y muere,Fúnebre ¡adiós! ó alegre bienvenidaDa la tierra á quien parte y á quien viene;Y lo mismo que el manto se desciñeDe vida y flores en que Abril la envuelve,Se despoja insensible de sus pueblos,Y sus razas olvida indiferente.Así han nacido y perecido todosBajo esta ley universal, y quierenExplicar los políticos en vanoLos misterios del tiempo y de la muerte.Mane,Tézel,Farés, escribió el dedoDe Dios de su palacio en las paredes,Y se hundió Baltasar y Babilonia;Y así se hunden los pueblos y los Reyes.En vano achaca el sabio á su políticaEl viento que á su ruina les impele:Al pueblo que á su fin mísero toca,Su propio peso hacia su fin le vence:Y el Rey que nace de su raza el último,Por mucho que afanoso se desvelePor la prez y la gloria de sus pueblos,Al fin sus pueblos y su gloria pierde.Nínive así, Jerusalén y RomaFueron: y así las razas del OrienteQue encantaron los valles de GranadaFueron: sombra de sauce, inquieta y breve,Aroma de jazmín que dura un día,Humo de mirra que borró el ambiente,Nube formada del vapor del albaQue á los rayos del sol se desvanece.Tal fué Granada: y al dejar sus muros,Filósofa ó fanática su gente«Escrito estaba así!—dijo partiendo,¡Alahú-akbar!—¡Dios grande, Tú lo quieres!»Y yo, que al relatar su última historia,En empolvados libros y papelesRoídos por el tiempo, voy sus hechosAl olvido robando, siento á vecesPreñárseme los párpados de lágrimas,Viendo la abnegación de aquellos seresQue al África partieron resignados,Más que á su patria á su crëencia fieles;Y cuando leo los cristianos librosQue les tratan de bárbaros y aleves,Digo en mi corazón: «Escrito estaba:¡Alahú-akbar! ¡Dios grande, Tú lo quieres!»Mas volviendo á tomar mi torpe plumaY tornando á elevar mi canto débil,Torno al relato de su antigua historiaY vuelvo de Granada á los verjeles.

¡Escrito estaba así! Dios en su mano

Tiene los corazones de los Reyes,

Y sus profundos cálculos políticos

La voluntad de Dios acota siempre.

Esa nación, que poderosa nace

De las ruinas de aquella que perece,

Al mandato de Dios brota y se encumbra

Y en alas sólo de su aliento viene.

Los pueblos y las razas se renuevan,

Devorando el que nace al que fenece,

Como en la inundación bajo las aguas

Se renueva el país que se sumerge.

La gloria y el poder de las naciones

Nace, se eleva y cae, cual se suceden

Las semillas y frutos de la tierra,

Hijas de la estación que les da germen.

El invierno corona las montañas

Con blancas tocas de apretada nieve,

Y el aire de sus copos infecundos

La lluvia extrae para regar las mieses.

Cuna y sepulcro al par de cuanto en ella

Vegeta y se consume, nace y muere,

Fúnebre ¡adiós! ó alegre bienvenida

Da la tierra á quien parte y á quien viene;

Y lo mismo que el manto se desciñe

De vida y flores en que Abril la envuelve,

Se despoja insensible de sus pueblos,

Y sus razas olvida indiferente.

Así han nacido y perecido todos

Bajo esta ley universal, y quieren

Explicar los políticos en vano

Los misterios del tiempo y de la muerte.

Mane,Tézel,Farés, escribió el dedo

De Dios de su palacio en las paredes,

Y se hundió Baltasar y Babilonia;

Y así se hunden los pueblos y los Reyes.

En vano achaca el sabio á su política

El viento que á su ruina les impele:

Al pueblo que á su fin mísero toca,

Su propio peso hacia su fin le vence:

Y el Rey que nace de su raza el último,

Por mucho que afanoso se desvele

Por la prez y la gloria de sus pueblos,

Al fin sus pueblos y su gloria pierde.

Nínive así, Jerusalén y Roma

Fueron: y así las razas del Oriente

Que encantaron los valles de Granada

Fueron: sombra de sauce, inquieta y breve,

Aroma de jazmín que dura un día,

Humo de mirra que borró el ambiente,

Nube formada del vapor del alba

Que á los rayos del sol se desvanece.

Tal fué Granada: y al dejar sus muros,

Filósofa ó fanática su gente

«Escrito estaba así!—dijo partiendo,

¡Alahú-akbar!—¡Dios grande, Tú lo quieres!»

Y yo, que al relatar su última historia,

En empolvados libros y papeles

Roídos por el tiempo, voy sus hechos

Al olvido robando, siento á veces

Preñárseme los párpados de lágrimas,

Viendo la abnegación de aquellos seres

Que al África partieron resignados,

Más que á su patria á su crëencia fieles;

Y cuando leo los cristianos libros

Que les tratan de bárbaros y aleves,

Digo en mi corazón: «Escrito estaba:

¡Alahú-akbar! ¡Dios grande, Tú lo quieres!»

Mas volviendo á tomar mi torpe pluma

Y tornando á elevar mi canto débil,

Torno al relato de su antigua historia

Y vuelvo de Granada á los verjeles.


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