CANTO DECIMOSEPTIMO
L
ECTOR, si alguna vez te ha sorprendido la niebla en los Alpes, de modo que no vieses a través de ella sino como el topo a través de la membrana que cubre sus ojos, recuerda cuán débilmente penetra el globo solar por entre los húmedos y densos vapores, cuando éstos empiezan a enrarecerse, y tu imaginación podrá fácilmente figurarse cómo volvà yo a ver el Sol, que estaba ya próximo a su ocaso. Asà pues, caminando al igual de mi fiel Maestro, salimos fuera de la nube de humo a los rayos luminosos, que ya se habÃan extinguido en la falda de la montaña.
¡Oh fantasÃa, que de tal modo nos arrebatas a veces fuera de nosotros mismos, que nada siente el hombre aunque suenen mil trompetas en torno suyo! ¿Quién te anima cuando no recibes impresión alguna de los sentidos? sin duda te anima una luz que se forma en el cielo, y que desciende por sà misma, o por la voluntad divina que nos la envÃa. En mi imaginación aparecieron las huellas de la impiedad de aquélla, que se transformó en el pájaro que más se deleita cantando. Entonces mi espÃritu se reconcentró tanto en sà mismo, que no llegaba hasta él ninguna cosa exterior. Después descendió a mi exaltada fantasÃa la imagen desdeñosa y fiera de un crucificado, a quien veÃa morir de aquel modo. Junto a él estaban el grande Asuero, Esther su esposa, y el justo Mardoqueo, que fué tan recto en sus obras y en sus palabras. Cuando se desvaneció por sà misma aquella visión, como una burbuja a la que falta el agua de que estaba formada, surgió a mi imaginación una doncella que, llorando desconsolada, decÃa: "¡Oh Reina!, ¿por qué tu cólera te redujo a la nada? Te has dado muerte por no perder a Lavinia: sin embargo, me has perdido; y yo soy la que lloro, madre, tu pérdida antes que la de otro."
Asà como se interrumpe el sueño, cuando una nueva luz hiere de improviso nuestros ojos cerrados, y aunque interrumpido se agita antes de morir enteramente, asà terminaron mis visiones tan pronto como me dió en el rostro una claridad mucho mayor de la que estamos acostumbrados a ver. Me volvà a uno y otro lado para examinar el sitio en que me encontraba, cuando oà una voz que decÃa: "Por aquà se sube." Aquella voz hizo que me olvidase de todo, y despertó en mà tan vivo deseo de mirar quién era el que hablaba, que no habrÃa descansado hasta averiguarlo; pero me faltó allà la facultad de ver, como sucede cuando el Sol nos deslumbra y se vela a nuestros ojos con el esplendor de sus rayos.
—Este—me dijo mi Maestro—es un espÃritu divino, que se oculta en su propia luz, y que nos indica la vÃa para ir arriba, sin que se lo roguemos. Hace con nosotros lo que el hombre consigo mismo; pues el que ve una necesidad, y aguarda que le supliquen, ya se prepara malignamente a rehusar todo socorro. Ahoranuestros pies deben aprestarse a obedecer tan cortés invitación: apresurémonos, pues, a subir antes que obscurezca, porque después no podrÃamos hacerlo hasta la nueva aurora.
Asà dijo mi GuÃa, y ambos dirigimos nuestros pasos hacia una escalera: en cuanto estuve en la primera grada, sentà junto a mà como un movimiento de alas, que aventaba mi rostro, y oà decir: "Beati pacifici," que carecen de pecaminosa ira. Estaban ya tan elevados sobre nosotros los últimos rayos a quienes sigue la noche, que las estrellas aparecÃan por muchas partes. "¡Oh valor mÃo!, ¿por qué asà me abandonas?," decÃa yo entre mÃ, sintiendo que me flaqueaban las piernas. Nos encontrábamos donde concluÃa la escalera, y estábamos parados, como la nave que llega a la playa: escuché un momento por si oÃa algo en el nuevo cÃrculo; y después, dirigiéndome hacia mi Maestro, le dije:
—Dulce Padre mÃo, ¿qué ofensa se purifica en el cÃrculo en que estamos? Ya que se detienen nuestros pies, no detengas tus palabras.
Me contestó:
—El amor del bien, que no ha cumplido su deber, aquà se reintegra: aquà se castiga al tardo remero. Para que lo entiendas más claramente, dirige tu pensamiento hacia mÃ, y recogerás algún buen fruto de nuestra detención. Hijo mÃo—empezó a decir—, ni el Creador, ni criatura alguna carecieron jamás de amor, bien sea natural o racional, según te consta. El natural no se equivocó nunca: el otro puede errar, por dirigirse a un mal objeto, por exceso o por falta de fervor. Mientras se dirige a los principales bienes, y se modera en su afecto a los secundarios, no puede ser causa de censurable deleite; pero cuando se inclina al mal, o se lanza al bien con mayor o menor solicitudde la que debe, entonces la criatura se vuelve contra su Creador. De aquà puedes deducir que el amor es en vosotros la semilla de toda virtud, y de toda acción que merezca castigo. Ahora bien, como el amor no puede nunca renunciar a la dicha del sujeto en quien reside, todas las cosas están preservadas de su propio odio; y como no se concibe que ningún ser creado pueda existir por sà solo, ni separado del Sér primero, es imposible todo sentimiento que tienda a odiar a éste. Resulta, pues, si mi deducción es lógica, que el mal que se desea es contra el prójimo; y este amor nace de tres modos en vuestro frágil barro. Hay quien espera elevarse sobre la ruina de su vecino, y sólo por esto desea que se derrumbe desde la altura de su grandeza; hay quien teme perder mando, gracia, honor y fama ante la elevación de otro, y esto le causa tal disgusto, que anhela lo contrario; y en fin, hay quien, por haber recibido alguna injuria, se irrita de tal suerte, que arde en sed de venganza, y únicamente piensa en hacer daño a su contrario. Este triforme amor es el que hemos visto llorar en los cÃrculos inferiores. Ahora quiero que conozcas el otro amor que corre al bien sin orden ni medida. Cada cual concibe confusamente y desea un bien en el que se recrea el alma; y por eso se esfuerzan todos para alcanzarlo. Si vuestro amor es lento en dirigirse o en adquirir aquel bien, este cÃrculo os da el debido castigo, aun después de vuestro arrepentimiento en vida. Existe otro bien que no hace al hombre dichoso: no es la felicidad, no es la buena esencia, el fruto y la raÃz de todo bien. El amor que se entrega demasiado a ese bien, se castiga en los tres cÃrculos superiores a éste; pero no te diré el modo cómo está hecha esta división, a fin de que tú lo averigües.