ENTREMESDEL HOSPITAL DE LOS PODRIDOS.[54]

ENTREMESDEL HOSPITAL DE LOS PODRIDOS.[54]

Salen Leiva, el Rector y el Secretario.

LEIVA.

¡Jesus, Jesus! ¡Qué hospital se ha hecho de forma!

RECTOR.

Era tanta la pudricion que habia en este lugar, que corria gran peligro de engendrarse una peste, que muriera mas gente que el año de las landres; y asi, han acordado en la república, por via de buen gobierno, de fundar un hospital para que se curen los heridos desta enfermedad ó pestilencia, y á mí me han hecho rector.

SECRETARIO.

Despues que hay galera para las mujeres y hospitalpara los que se pudren, anda el lugar mas concertado que un reloj.

RECTOR.

No quiera vuesa merced saber mas, señor Leiva, que habia hombre que ni comia ni dormia en siete horas, haciendo discursos; y cuando via á uno con una cadena ó vestido nuevo, decia: «¿Quién te lo dió hombre? ¿dónde lo hubiste? ¿de dónde lo pudiste sacar? Tú no tienes hacienda mas que yo; con tener mas que tú, apenas puedo dar unas cintas á mi mujer.» Y desvanecidos en esto, se les hace una ponzoña y polilla. Mas pongámonos aquí, y veremos salir los enfermos.

Entra el Doctor tomando el pulso á Cañizares.

DOCTOR.

Señor Cañizares, yo no hallo á vuesa merced enfermedad.

CAÑIZARES.

¿Cómo no, pues que traigo conmigo un recocimiento y una desesperacion y rabia intrínseca; y es de suerte, que se me hace una postema recocida en el corazon?

DOCTOR.

Pues ¿de qué le viene á vuesa merced tanta pesadumbre?

CAÑIZARES.

De ver solamente un hombre; y es de manera lo que le aborrezco, que el dia que le topo en la calle, me vuelvo á mi casa y me estoy sin salir della todo aquel dia, metido en un rincon, pensando que me ha de suceder una desgracia.

DOCTOR.

Por cierto que vuesa merced tiene razon, que hay hombres que con su vista pronostican eso, y de balde se dejan querer mal.

CAÑIZARES.

Pues ¿no quiere vuesa merced que me pudra y mehaga una ponzoña y cruel polilla, si éste es un hombre que trae por los caniculares chinelas, y la espada á zurdas?

DOCTOR.

Pues ¿qué se le da á vuesa merced que el otro traiga la espada á zurdas, ni por los caniculares chinelas?

CAÑIZARES.

Pues ¿no se me ha de dar, pesia á mí, si envian á este hombre por gobernador de uno de los mejores lugares desta tierra?

DOCTOR.

Ya yo entiendo su pudricion de vuesa merced, y es que pretende vuesa merced el mismo oficio.

CAÑIZARES.

¿Cómo pretender? Ni por pensamiento me ha pasado en toda mi vida, sino sólo me pudro de ver aquellos que han de ser gobernados por mano deste hombre, que en tal tiempo trae chinelas, que mal podrá depachar los negocios con brevedad; y si es zurdo, no podrá hacer cosa á derechas.

RECTOR.

Ea, doctor, haced meter allá ese podrido, y salgan los demás.

DOCTOR.

Venid, hermano, y curaros han.

LEIVA.

¡Hay tal cosa, y de lo que se pudre!

Entren los ministros, que son unos pícaros, y salen Pero Diaz y Marisantos.

PERO DIAZ.

Ea, dejadme, Marisantos, que no tengo de beber, ni comer, ni dormir, ni sosegar un punto viendo estas cosas.

MARISANTOS.

Pues Pero Diaz, un hombre como vos y de vuestro entendimiento ¿se ha de pudrir de manera que pierda el comer, ni tomar tanta pena?

PERO DIAZ.

Pues ¿no me la ha de dar, si hubo poeta que tuviese atrevimiento de escribir esta copla?

Jugando estaban, jugando,y aun al ajedrez, un diael famoso Emperadory el rey moro de Almería.

Jugando estaban, jugando,y aun al ajedrez, un diael famoso Emperadory el rey moro de Almería.

Jugando estaban, jugando,

y aun al ajedrez, un dia

el famoso Emperador

y el rey moro de Almería.

MARISANTOS.

Pues ¿qué os va á vos en que el otro escribiese eso?

PERO DIAZ.

Mucho: porque es muy gran testimonio, que levantaron al Emperador: porque un príncipe de tanta majestad y tan colérico no se habia de sentar á jugar á las tablas, juego de tanta flema, y mas con un rey moro de Almería. Yo tengo, si este poeta es vivo, de hacerle que se desdiga; y si fuere muerto, ver en su testamento si dejó alguna cláusula que declare esto.

MARISANTOS.

¡Por cierto, lindo disparate! ¿De eso no podeis comer ni dormir? ¡Gracioso cuidado habeis tomado!

RECTOR.

Venid acá, hermano, ¿de qué es vuestra pudricion?

PERO DIAZ.

Con los poetas.

RECTOR.

¿Podrido estais de poetas? Harto trabajo teneis. ¿Y con qué poetas os pudris?

PERO DIAZ.

Con estos que hacen villancicos la noche de Navidad, que dicen mil disparates, con mezcla de herejía. Y mire vuesa merced que dándole á uno aquella octava de Garcilaso que dice:

Cerca del Tajo, en soledad amena,De verdes sauces hay una espesura;

Cerca del Tajo, en soledad amena,De verdes sauces hay una espesura;

Cerca del Tajo, en soledad amena,

De verdes sauces hay una espesura;

volvió esto:

Cerca de Dios, en soledad amena,De verdes santos hay una espesura.

Cerca de Dios, en soledad amena,De verdes santos hay una espesura.

Cerca de Dios, en soledad amena,

De verdes santos hay una espesura.

Y preguntando quién eran estos santos, dijo que san Felipe y Santiago, y otros santos que caen por la primavera[55].

RECTOR.

¡Por cierto, gracioso disparate!

PERO DIAZ.

Pues una noche de Navidad entré en una iglesia deste lugar, y hallé cantando este motete:

Cuando sale Jesus á sus corredores,Bercebú no parece, y Satan se esconde.

Cuando sale Jesus á sus corredores,Bercebú no parece, y Satan se esconde.

Cuando sale Jesus á sus corredores,

Bercebú no parece, y Satan se esconde.

Y preguntando cuyo era, respondió: «Mio,» muy satisfecho, como si hubiera hecho una gran cosa. Y otro estaba tambien cantando esto:

¿Qué haceis en este portal,Mi Dios, por el hombre ingrato?¡Zape de un gato, zape de un gato!

¿Qué haceis en este portal,Mi Dios, por el hombre ingrato?¡Zape de un gato, zape de un gato!

¿Qué haceis en este portal,

Mi Dios, por el hombre ingrato?

¡Zape de un gato, zape de un gato!

RECTOR.

No os maravilleis; porque son esos poetas invernizos, como melones.

PERO DIAZ.

Tambien me pudro con otros poetas, que piensan que saben, y no saben; y otros que saben y no piensan.

RECTOR.

Decláreme eso: ¿qué quiere decir que saben, y no piensan?

PERO DIAZ.

Que hay poetas que saben lo que hacen, y por no pensarlo bien, se van despeñando en cas de todos los diablos[56].

RECTOR.

Éste tiene gran necesidad de remedio; y asi, será bien entregárselo á los malos poetas, para que ellos le curen.

PERO DIAZ.

No, por amor de Dios.

RECTOR.

¡Hola, ministros! meted allá ese podrido.

(Métenlo.)

LEIVA.

¡Hay tal cosa como la pudricion deste!

RECTOR.

Pues otro viene, que no dará menos en qué entender.

Entra Valenzuela.

VALENZUELA.

¡Hay tal cosa como esta, que sea un hombre tan dichoso, que en cuanto mano pone todo le sucede bien! Hecho estoy un veneno de ponzoña, y por mil partes destilando materia.

RECTOR.

¿De qué es la pudricion deste?

SECRETARIO.

Señor, éste es un pudrido furioso; y dale gran pesadumbre ver á un vecino suyo, que todas las cosas le suceden bien.

RECTOR.

Ese es mal caso; y es mas envidia que pudricion.

VALENZUELA.

¿Cómo envidia? Los diablos me arrebaten si tal es, señor Rector; sino que es éste un hombre muy avariento y miserable, que por ser tal, nada le habia de suceder bien.

RECTOR.

Tiene razon: que á los tales poca ventura les habia de ayudar. Y si alguno tiene razon de pudrirse, es este hombre; y asi, ¿se le puede dar tres dias en la semana para que se pudra?

VALENZUELA.

¿Cómo tres dias? Mas me pudriré de no pudrirme.

RECTOR.

Andá con Dios, y podrios todo el tiempo que os diere gusto.

VALENZUELA.

Beso las manos á vuesa merced por la merced.

Váse Valenzuela y sale Galvez.

GALVEZ.

¡Que haya mujer de tan mal gusto! Por ésta se debió de decir que hay ojos que de legañas se enamoran.

RECTOR.

¿De qué se pudre este hermano?

SECRETARIO.

Este hermano se pudre de que una dama muy hermosa deste lugar está enamorada de un hombre calvo y que mira con un antojo.

RECTOR.

Pues ¿deso os pudris, hermano? Pues ¿qué os va á vos en que la otra tenga mal gusto?

GALVEZ.

Pues ¿no me ha de ir? Que mas quisiera verla enamorada de un demonio. ¿Por qué una mujer tan hermosa ha de favorecer á un hombre antojicalvo?

RECTOR.

¡Y con la cólera que lo toma!

GALVEZ.

¿No lo he de tomar con cólera? Dígame vuestra merced ¿qué ha de hacer una mujer cuando despierte y vea quetiene á su lado un hombre calvo (ó calavera, ó calabaza, que tal parece un calvo), ni cómo le puede mirar con buenos ojos, teniéndolos él tan malos?

RECTOR.

Ea vos estais podrido. ¡Hola ministros! meted allá ese podrido.

GALVEZ.

¡Á mí, señor! ¿Por qué?

(Métenle.)

LEIVA.

¡Los podridos que se van desmoronando! Y si no se pone remedio, en pocos dias se multiplicarán tantos, que sea menester que haya otro nuevo mundo, donde habiten.

RECTOR.

Lea vuesa merced esa relacion, señor secretario.

(Saca el Secretario unos papeles y lee.)

SECRETARIO.

«Asimismo, hay aquí alguno que se pudre con los que tienen las narices muy grandes.»

RECTOR.

¡Válgale el diablo! Pues ¿qué le va á él en que el otro las tenga grandes ó pequeñas?

SECRETARIO.

Dice que suele un narigon destos pasar por una calle angosta, y que ocupa tanto la calle, que es menester ir de medio lado para que pasen los que van por ella; y fuera deste inconveniente, hay otro mayor, que es gastar pañizuelos disformes en tanta manera, que pueden servir de velas de navíos.

RECTOR.

Podrido de humor es éste.

SECRETARIO.

«Otro se pudre de que hay algunos que comen con babadores.»

RECTOR.

Y no va muy fuera de camino; porque los tales parecen guitarras de ébano con tapas blancas, y se hacen ahembrados. Pero notifíquesele que dentro de tres dias esté sano de su pudricion; y si no, que le echarán una melecina de esdrújulos de poeta que le harán echar el ánima (si fuere necesario), preparada con sesos de los dichos poetas[57].

SECRETARIO.

Pues ¿hay en todo el mundo sesos de poetas para henchir media cáscara de avellana, cuanto y mas para preparar una melecina? Por lo menos ha de llevar cuatro onzas de todos matalotajes que concurren en el arte melecinal.

RECTOR.

Pasá adelante.

SECRETARIO.

Otro se pudre de los médicos, que cuando les van á dar el récipe de la cura, van diciendo: «No lo quiero, no lo quiero,» y van puniendo la mano atrás como cucharon.

RECTOR.

Ese se pudre justamente. ¿De qué sirven los melindres donde hay tan buenas ganas de mas, si mas les diesen?

SECRETARIO.

Otro se pudre de que para haber tan pocos discretos, hay tantos sastres y zapateros.

RECTOR.

Pues ¿qué queria que hubiese?

SECRETARIO.

Albéitares y oficiales de jalmas asnátiles.

RECTOR.

Ese podrido se va á satírico. Pónganle en la boca del estómago, porque detenga, un emplasto de mozos de sastre, y sahúmenle con diez pelos de las cejas de Celestina[58].

RECTOR.

Pues de aquí veo yo mas de cuatro.

SECRETARIO.

«Aquí hay ciertas viejas que se pudren de que las gallinas de sus vecinas ponen mas gordos huevos y crian mejores pollos.»

RECTOR.

Esas son pudriciones baladies; y á esas viejas échenles unos polvos de hijos pajizos.

SECRETARIO.

«Tambien hay dos casados, que el marido se pudre porque su mujer tiene los ojos azules, y ella se pudre porque el marido tiene la boca grande.»

RECTOR.

Gente debe ser de buen humor; salgan aquí, que los quiero ver.

Salen Clara y Villaverde.

CLARA.

Acabad, señor; harto mejor fuera que os pudriérades de ver vuestra disforme boca, que no parece sino boca de alnafe, y dejarme á mí con mis ojos, azules ó verdes.

RECTOR.

Pues vení acá, hermano, ¿deso os pudris, porque vuestra mujer tenga los ojos azules?

VILLAVERDE.

Sí señor; que no se usan agora, sino negros.

RECTOR.

¡Hay tal desatino! Pues si Dios se los ha dado asi, ¿qué los ha de hacer?

VILLAVERDE.

Para eso es el habilidad: que se los tiña; que de puro reñir esto se me ha desgajado la boca.

RECTOR.

¡Gracioso disparate, si yo le he visto en mi vida! Y asi, es menester que se os den unos botones de fuego con yerros de médicos y boticarios[59].

VILLAVERDE.

Aun esos son peores que los de los letrados; porque los unos paran en las bolsas, y los otros paran en la salud y en la vida.

LEIVA.

Señor secretario, ¿esta señora es mujer deste hombre?

SECRETARIO.

¿No lo ve vuesa merced?

LEIVA.

¡Jesus! ¡Jesus! ¡Jesus mil veces!

SECRETARIO.

¿De qué se santigua vuesa merced?

LEIVA.

¿No me tengo de santiguar, que una mujer tan hermosa esté casada con un hombre tan feo como es éste, que no parece sino un escarabajo?

SECRETARIO.

Pues ¿deso se pudre vuesa merced?

LEIVA.

Pues ¿no quiere vuesa merced que me pudra y me haga una ponzoña viendo cosa semejante, que merezca esta señora un príncipe por marido, y que fuese un ángel en condicion y en presencia?

SECRETARIO.

¡Rematado está! ¡Hola ministros! ¡Meté allá ese podrido!

LEIVA.

¿Á mí por qué razon?

(Métenlo.)

RECTOR.

Señor Secretario, ¿ha visto vuesa merced que un hombre de tan buen entendimiento haya disparatado desta suerte?

SECRETARIO.

Pues ¿eso le ha de dar á vuesa merced pena?

RECTOR.

Pues ¿no me ha de dar, pesia mi, el ver que haya perdido el juicio un hombre que yo tenia en tan buena reputacion, y por muy cuerdo y prudente?

SECRETARIO.

Pudrido está vuesa merced. ¡Hola, ministros!

RECTOR.

¿Á mí, señor secretario?

(Métenlo.)

CLARA.

Señor Secretario, mucho me maravillo de que un hombre como vuesa merced no haya tenido mejor término con el señor Rector.

SECRETARIO.

Pues ¿deso se pudre vuesa merced?

CLARA.

Pues ¿no me tengo de pudrir, viendo la obligacion que vuesa merced le tiene, y no guardarle mas respeto al señor Rector, siendo superior en todo? Y bastaba ser su autoridad para tenérsele, y no tenerle de la manera que vuesa merced le tiene.

SECRETARIO.

¡Oigan, oigan, y qué perdida está la hermana, y qué perdida! Ministros, metan allá esta hermana.

CLARA.

¿Á mí, señor? Mire vuesa merced...

(Métenla.)

SECRETARIO.

Señor Villaverde, ¿esta señora es mujer de vuesa merced?

VILLAVERDE.

¿Si es mi mujer? ¿Por qué lo pregunta vuestra merced?

SECRETARIO.

Pregúntolo, porque la ve llevar presa vuesa merced, y se está con esa flema.

VILLAVERDE.

Pues ¿no tengo de estar?

SECRETARIO.

¿Cómo estar? pesia á mí. No me diga eso, que arrojaré los papeles y me hará perder la paciencia. Pues un hombre como vuesa merced, tan honrado, ¿no tiene obligacion de sentir la desgracia de su mujer?

VILLAVERDE.

Podrido está el amigo; no os escapareis del hospital. ¡Hola, ministros!

(Métenle los ministros.)

(Saca Villaverde una guitarra y canta.)

No se pudra nadiede lo que otros hacen.Pues que toda vuestra vidaes como juego de naipes,donde todas son figuras,y el mejor, mejor lo hace;dejemos á cada unoviva en la ley que gustare,aunque su vida juzguemosá Ginebra semejante.Presuma de que á las musasya vació los orinalesquien puede ser compañerode los que alcáceres pacen.Que es valiente el que, enseñadoá mas robustos manjares,no se halla sin gollina,porque consigo la trae.Y que á poder de arrebol,del soliman y albayalde,la que es demonio en figuraquiera parecer un ángel.Que vea del modo que vanlos que reciben pesares,y les enfada y da penalas ajenas necedades.No se pudra nadiede lo que los otros hacen.Tomen ejemplo en mí mismo,que cuando encuentro en la calleacuchillándose dos,echo á mi espada una llave;y pues miro con antojos,si el astrólogo arroganteen su repertorio miente,nunca procuro enfadarme.Salga el sol á mediodía;y cuando nuevos me calcelos zapatos, llueva luego,que es desgracia bien notable;y despues de haberme hurtadola mitad del paño el sastre,no salga bueno el vestido,viniéndome estrecho ó grande;parezca bien la comedia,ó digan que es disparate;venga ó no venga la gente,oigan con silencio ó parlen,—yo no me pienso pudrir,ni que el contento me acabe,aunque abadejo me digany aunque bacallao me llamen.

No se pudra nadie

de lo que otros hacen.

Pues que toda vuestra vida

es como juego de naipes,

donde todas son figuras,

y el mejor, mejor lo hace;

dejemos á cada uno

viva en la ley que gustare,

aunque su vida juzguemos

á Ginebra semejante.

Presuma de que á las musas

ya vació los orinales

quien puede ser compañero

de los que alcáceres pacen.

Que es valiente el que, enseñado

á mas robustos manjares,

no se halla sin gollina,

porque consigo la trae.

Y que á poder de arrebol,

del soliman y albayalde,

la que es demonio en figura

quiera parecer un ángel.

Que vea del modo que van

los que reciben pesares,

y les enfada y da pena

las ajenas necedades.

No se pudra nadie

de lo que los otros hacen.

Tomen ejemplo en mí mismo,

que cuando encuentro en la calle

acuchillándose dos,

echo á mi espada una llave;

y pues miro con antojos,

si el astrólogo arrogante

en su repertorio miente,

nunca procuro enfadarme.

Salga el sol á mediodía;

y cuando nuevos me calce

los zapatos, llueva luego,

que es desgracia bien notable;

y despues de haberme hurtado

la mitad del paño el sastre,

no salga bueno el vestido,

viniéndome estrecho ó grande;

parezca bien la comedia,

ó digan que es disparate;

venga ó no venga la gente,

oigan con silencio ó parlen,—

yo no me pienso pudrir,

ni que el contento me acabe,

aunque abadejo me digan

y aunque bacallao me llamen.

FIN DE ESTE ENTREMES.


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