SAN MARCOS DE VENECIA.
No conozco en el mundo salones comparables á la plaza y á la placeta de San Márcos. Cuando os colocais al pié de la torre que sirve como de campanario á la BasÃlica, y que de la BasÃlica se encuentra aislada á guisa de monolito asiático, el marmóreo blanco palacio de Sansovino se ostenta á la derecha con sus bajos relieves y sus estatuas del Renacimiento; la casa de las ProcuratÃas á la izquierda, con sus arcos y sus bóvedas que exhalan de todos sus contornos ideas de la Edad Media; el Alcázar ducal á vuestra frente levantado sobre una cresterÃa gótica, tan ligera como las diademas que coronan nuestras catedrales; junto al gótico alcázar el oriental templo; y entre las dos inmensas columnas granÃticas rematadas por el leon de San Márcos y por la efigie de San Jorge, el Gran Canal se dilata como un brazo de mar azul, á cuyo término opuesto brilla, irguiéndose en admirable isla, una maravillosa iglesia de Paladio, toda blanca y rosa, todarecortada con una gracia inimitable, y concluida por torres y estatuas, cuyas puras lÃneas resaltan en el éter de los cielos y se dibujan claramente en el cristal de las aguas.
Bajo aquellos horizontes purÃsimos, al borde de aquellos mares celestes, entre tantas maravillas artÃsticas, sobre el pavimento de mármol, á la sombra del agudo campanario, apoyada la frente en la tribuna cincelada como una joya griega, ante los edificios de más colores y de más armonÃas y de más contrastes que hay en Europa, dejais correr el tiempo y vagar el pensamiento sin poder desasiros de un éxtasis contÃnuo. Los mercaderes de frutas confitadas gritan; los barÃtonos y tenores y músicos ambulantes alzan sus voces y suenan sus instrumentos varios; las palomas que anidan por todos aquellos relieves descienden á comer en las mesas de los cafés ó en vuestras propias manos los granos de trigo y las migajas de bizcocho y de pan que les apercibe la benevolencia del público. La paloma aparece á los piés de esta ciudad de nácar, nacida entre las ondas, como á los piés de la diosa mitológica del amor, entre las ondas tambien nacida, cual su compañera y su sÃmbolo. De apartados siglos proviene este amor que el veneciano tiene al más inocente de los animales, al que comparte con el cordero y la tórtola y la golondrina toda nuestraternura, bien escasa en verdad para los seres inferiores perseguidos siempre por nuestra devastadora hambre y nuestro asolador egoismo en las competencias y en los combates de la vida. Cierto dia, Venecia, la protectora unas veces, la enemiga otras del Oriente, sitiaba esa isla de Creta, que para la GeologÃa une submarinamente Grecia con Egipto, y para la Historia une en el tiempo las ideas orientales con las ideas occidentales; isla cuya posesion ha costado y ha de costar todavÃa mucha sangre, cuando los cautivos mandaron desde sus oscuras mazmorras á los campamentos venecianos esos mensajeros alados que dijeron el sitio por donde encontrarian los sitiadores más fácil brecha, y de consiguiente más segura victoria. Desde entónces la gran ciudad no ha olvidado á los pobres animalillos, y los anida en sus más bellos edificios, y los regala con sus caricias, y los alimenta de su público tesoro. Son de ver, cuando bajan de aquellos nidos de jaspe, de mármol, de mosaico, cual si en tantos colores hubieran matizado sus alas de tornasolados cambiantes, corriendo á vuestra mano sin ninguna inquietud y arrullando vuestro oido con su unÃsono cántico; los ojos serenos, las plumas erizadas, movidas las alas, en demanda del grano de trigo que la ciudad guarda para estos extraños hospicianos, acogidos por su caridad y conservados en su pública beneficencia. Entre cresterÃas, botareles, pirámides, frisos, volutas, ojivas, arcos, todos inertes, esos alados seres juguetean como la imágen del movimiento y de la vida, mezclando la sombra de sus alas oscuras en los cielos con las sombras de las claras velas y de los gallardetes y banderolas que ondean sobre las naves del mar. Yo confieso que desde el sitio de ParÃs, se ha acrecentado mi antiguo cariño por esos inocentes animales. En aquella catástrofe sin igual, cuando rigoroso sitio habia aislado un millon de seres humanos del resto de la humanidad; bajo los horrores del bombardeo; entre las calamidades llovidas por el ódio universal y por la guerra; sobre los montones de cadáveres en cuyas cimas aleteaban los cuervos dándose á sus siniestros festines y á sus más siniestros graznidos de hartazgo; entre tantas sombras de muerte, entre tantas ruinas humeantes, entre tantas cóleras y venganzas, atravesaba el único sér que se movia á compasion y que amaba con ternura, la pobre paloma, hija del aire y de la luz, viajera incansable, verdadera hermana de la caridad en la naturaleza, sencilla portadora de noticias, de esperanzas, de avisos, que unian á los mártires con el resto de su raza y les daban nuevas, más ó ménos tristes, pero nuevas al cabo, necesarias para el alma, de los contÃnuos naufragios de la patria.
La primera vez que fuimos á Venecia, llevábamos la idea de visitar ántes el palacio ducal que la basÃlica católica. Pero las inocentes avecillas nos distrajeron tanto de este propósito, que nos llevaron al atrio, y desde el atrio era imposible resistir á la tentacion del ingreso. ¡Qué maravilloso monumento! No se parece en nada á ningun otro de la tierra: es original como esta ciudad, es autóctono como esta civilizacion; no entra en las clasificaciones del arte, como la historia veneciana no participa de las fases generales de la historia europea. Aquà no hay teocracia, aquà no hay feudalismo, aquà no hay monarquÃas con el encargo de fundar y unificar la patria; esto es un buque anclado entre las lagunas y el Adriático, lleno de banderolas, gallardetes, preseas, cintas y flores, donde unos marinos riquÃsimos, si quereis unos piratas sin rival, se dan á todas las exaltaciones de su mente, y despues de haber viajado ó combatido, tras una borrasca ó un encuentro, tras una guerra ó una tormenta, acarician con voluptuosidad el placer de vivir que se dilata en el choque de las copas y de los labios, en el sonido de los acordes y de los besos, en los goces del arte y del amor, entre aquellas mujeres bajo cuyas cabelleras rubias, dignas de las eslavas, centellean los ojos negros de las griegas, y bajo cuya piel de jazmin y rosa, digna de las flamencas, circula sangre de fuego y laten corazones africanos. Este edificio no es un edificio oriental, aunque por muchos aspectos lo parezca. Este edificio no es un edificio bizantino. Si lo creeriais al ver sus cúpulas, no lo creeriais al ver su disposicion interior. Este edificio no es un edificio romano; le falta la forma de aquellas audiencias convertidas por los primeros cristianos en templos. Este edificio no es un edificio gótico. La ojiva no aparece por ninguna parte, y los arcos triangulares no dan al interior el misterio y el recogimiento propios de nuestras catedrales de la Edad Media. Este edificio no es un edificio del Renacimiento, pues carece de aquella serenidad de lÃneas, y de aquella grandeza de conjunto, y de aquella armonÃa de proporciones que resplandecerán siempre en la iglesia de San Pedro y en el Escorial de nuestra España. Es un edificio original, extraño; en una palabra, veneciano. Las columnas, traidas de regiones diversas, se aglomeran y se sobreponen de tal suerte que os creeriais en nuestra mezquita de Córdoba; si no por los alicatados y las estalactitas, por los espejismos que brillan en las paredes os imaginariais en nuestra Alhambra de Granada; las tintas policromas extienden por doquier sus matices, á la manera que en los templos egipcios; sobre los arcos piafan los caballos cincelados en Grecia, comosobre los antiguos arcos romanos; entre los frisos se agarran las hojas rizadas del cardo y del acanto, cual en los adornos de Búrgos ó Leon; los santos rezan y leen sobre las repisas góticas y bajo los doseletes cincelados, repitiendo en parte las fachadas de Reims, de Estrasburgo y de Colonia; los animales fantásticos abren sus fauces y baten sus alas por igual manera que en las grecas del plateresco toledano y en los repujados de los joyeros florentinos; y á todas estas maravillas tan várias y tan diversas se une el cristal, la plata, el oro, los reflejos metálicos, los toques luminosos, los arreboles indecibles de los mosaicos, propios de esta privilegiada region, de los espléndidos mosaicos de Venecia.
Este extraño exterior es un poema por sà solo; un poema originalÃsimo y único en el mundo. Cinco arcos, en los cuales se abren cinco puertas, dan paso al interior. Por la parte exterior de estos semicÃrculos se extienden grecas de gran riqueza escultural, y por la parte interna mosaicos de deslumbrador aspecto. à cada uno de los puntos donde los arcos comienzan, lucen airosos doseles góticos ocupados por estatuas de pesadez bizantina. Entre las figuras casi vivientes, segun lo animadas por la luz y el color que de los cuadros se destacan, resaltan bajos relieves antiguos asociando las imágenes de Hércules y de Céres á laapoteósis del Cristianismo. Otros arcos de forma extraña, tirando al gótico, se sobreponen á los arcos de entrada, todos pintados de azul, en cuyos reflejos nadan estrellas de oro y concluidos por originales ornamentos como extraños animales y erguidas estatuas. La cuadriga que Neron erigió en su propio loor, compuesta de aquellos caballos destinados á inmortalizar los que arrastraron su carroza por los juegos olÃmpicos y le dieron coronas superiores á su diadema de César, guardan la entrada del templo. Y en el cielo azul, extrañamente adornadas, remedando las rotondas bizantinas y hasta los cimborrios moscovitas, dibújanse aquellas cúpulas algo monstruosas é hinchadas que parecen elevarse por las costas del Adriático á la manera que una anticipada vision fantástica del genio extraño de Asia. No es posible decir el efecto pintoresco que producen todos aquellos dispares objetos; los santos bizantinos y los caballos helénicos; los ángeles que abren sus alas en el éter y los dioses que reposan en la armonÃa de sus lÃneas y la majestad de sus relieves; el pálido color de las cúpulas, semejantes á lunas cenicientas, y los resplandores mágicos de los mosaicos multicolores; las toscas figuras de pórfido traidas de Bizancio é incrustadas en uno de los extremos, y las airosas figuras de mármol cinceladas por el Renacimiento y lanzándose álo infinito por otros extremos; el arco romano junto el doselete gótico; la pirámide egipcia confundida con la cinceladura plateresca; las volutas jonias y las hojas corintias mezcladas con los adornos moscovitas; toda aquella confusion que severo análisis apénas puede comprender, distinguir, separar, y que, sin embargo, se pierde en una sÃntesis de maravillosas é indescriptibles armonÃas.
Los maestros y los historiadores de la Arquitectura os previenen de consuno contra la admiracion que pudiera causaros el monumento. «Mirad, os dicen unos, las reglas de proporcion destruidas, las leyes de la simetrÃa olvidadas, la misma estática caida en bárbaro menosprecio, columnas gruesas sobrepuestas á frágiles columnas, frisos empotrados en la pared y chapiteles desceñidos de su fusta, como si en vez de una iglesia expresiva del pensamiento religioso, fuera este edificio una galerÃa fantástica de objetos abandonados sin plan prévio y sin fin alguno.» «Mirad, os dicen otros; San Márcos no admite clasificacion, no tiene sistema. Colocarla entre los edificios bizantinos equivale á desconocer los caractéres capitales distintivos de los diversos géneros de arquitectura. El rito latino y sus exigencias se compaginaban mal con las exigencias del rito griego. Como era opuesta la liturgia, era tambien opuesta la arquitectura. Si las columnas de San Márcos se interrumpen por moles cuadradas de ladrillo, no significa esta interrupcion la necesidad de parajes sagrados que al culto se consagren, sino la necesidad de fuertes apoyos que mantegan la inmensa pesadumbre de las cúpulas. Si éstas tienen carácter bizantino y remedan la antigua iglesia matriz de Constantinopla, hay que notar cómo su cubierta externa excede á su interna composicion, á su Ãntima estructura. Puede, á la verdad, esta construccion compararse á la peluca que oculta una cabeza, al cabello postizo que aumenta el grandor ó la abundancia de un peinado. Semejante arquitectura se llama bizantina sin que provenga de Bizancio, como otra arquitectura posterior se llama gótica sin que provenga de los godos. Asà como la ojiva es oriental y no gótica, San Márcos es románico y no bizantino. La misma cúpula, si en lo externo se parece á Santa SofÃa de Constantinopla, en lo interno se parece á las cúpulas romanas copiadas por Gala Placidia en Rávena, como un lejano reflejo del Panteon nunca perdido en la admiracion de los italianos hasta el dia creador en que Miguel Ãngel lo coge en las potentes alas de su genio y lo eleva á las inaccesibles alturas para coronar y rematar la BasÃlica de San Pedro.» Asà es que, al cabo de algunas reflexiones, querrán moveros por esteminucioso análisis de los defectos, por estas sorpresas de los contrastes, no á un movimiento de admiracion, sino á un movimiento de burla y hasta á un estallido de risa.
Yo seré profano á las artes, pero no me canso de admirar esta iglesia. Su riqueza excesiva nada tiene que ver con la excesiva hinchazon de las decadencias. Circula por todos sus poros esa savia que dan á los monumentos las ideas vivas y las inspiraciones encendidas en la verdadera luz del espÃritu. Lo dispar de los objetos allà amontonados no daña á la unidad del todo, que se alza sobre tantas contradicciones. Tiene algo del poema de la Edad Media; el exceso es natural como los excesos de la juventud, no afectado y contrahecho como los excesos de la vejez y de la decadencia. Si prescindÃs de ciertos contrastes demasiado bruscos, de cierto claro-oscuro demasiado fuerte, de cierta extravagancia demasiado singular, os acaricia la fantasÃa todo su conjunto, como os acaricia la vista aquella serie de colores armonizados en matices de una dulzura indecible. No se ve aquà el desprecio á toda ley de gradacion con que el semita coloca arbitrariamente las fustas traidas de diversos parajes en aquella selva de columnas llamada la Catedral de Córdoba. Están las proporciones más medidas, las simetrÃas más guardadas, la gradacion más conocida; comoque jamas abandona al carácter y al genio italiano la clave de su grandeza; la dulcÃsima armonÃa. Y luégo, diréis cuanto queráis de esa arquitectura; pero es el fondo más bello que puede imaginarse y más apropiado á la sociedad veneciana. Este es el teatro verdadero de Venecia y de sus gentes. Cuando sus mosaicos brillan á los ardientes rayos del sol; cuando sus columnas de pórfido y de jaspe mezclan los tonos dulces al metal entre verdoso y áureo de los caballos; cuando los cristales reverberan la luz, y los santos toman á una en los cambiantes y arreboles de los celajes deslumbradores aureolas; en esta orgÃa de colores, las figuras que os han dejado el Ticiano y el Verones y el Tintoreto; los personajes de aquellas épocas, vivos todavÃa en los cuadros y en los mosaicos, aparecen con toda verdad, realmente, como de relieve; el Dux vestido de tisú, con su manto de púrpura y armiño á la espalda y el gorro frigio en la cabeza; los senadores con sus túnicas negras y rojas formando mágicos contrastes; las damas henchidas de placer, escotadas para mostrar sus turgentes senos y espaldas, con los cabellos sembrados de chispas de brillantes y los ojos encendidos de chispas de amor, arrastrando aquellos trajes de brocados varios que crujen rozagantes sobre el suelo de mármol; los caballeros con sus ropillas de terciopelo y de damasco;sus collares de oro, su plumaje de varios matices cayendo desde las gorras donde están prendidos con broches de pedrerÃa sobre los hombros adornados con lujosas bandas; los ancianos envueltos en aquellas largas túnicas que les dan el aspecto de sacerdotes orientales; los alabarderos con sus uniformes abigarrados; los pajes con sus dalmáticas dignas del Asia; los esclavos y los bufones llevando en las manos los papagayos de la India y á los piés los monos del Ãfrica; los coros de cantores y las compañÃas de músicos uniformados fantásticamente y á capricho como las comparsas de un carnaval perpétuo; los gondoleros de pié, con su remo en la mano, ostentando trajes de rayas diversas semejantes á los matices del Ãris y resaltando sobre el negro betun de las góndolas; las muchedumbres de marineros con sus nervudas formas y sus pintorescas camisas y pantalones celestes; la multitud de gentes, todas ricas, todas alegres, todas satisfechas, como si en vez de ser aquello una sociedad fuese un contÃnuo teatro. Miradlos, son los mismos que huyeron á las irrupciones bárbaras y que guardaron pura su noble sangre latina; los mismos que, apartándose de las maceraciones y penitencias, se entregaron á la febril actividad de la navegacion y del trabajo; los mismos que supieron fundar una república rica y feliz en medio de una sociedad férrea y feudal; los adivinadores del Asia cuatro ó cinco siglos ántes que sus rivales los portugueses; los protectores del Imperio bizantino, cuando ya se cuarteaba sobre sus cimientos, suspendido á maravilla de la autoridad y de la gloria venecianas; los que llevaron en su cortejo como un coro de dioses las islas del Archipiélago Helénico; los que esclarecieron con la luz del Oriente la noche de la Edad Media; los que salvaron de su total ruina la inspiracion y la forma de la clásica antigüedad; los iniciadores del Renacimiento; los compañeros de los grandes artistas; los héroes de los mares; los soldados de Creta y de Lepanto.
Con sólo entrar en el peristilo ó atrio del templo, descubrÃs el espÃritu emprendedor y hazañoso de los venecianos. à los pocos pasos de allÃ, la piedra célebre traida de Grecia, obra del siglo sexto, sobre la cual se proclamaban las leyes de la República; en las paredes, los mosaicos debidos á los maestros mosaistas de Constantinopla ó á los maestros mosaistas de Rávena, todos llevados allà con grandes dispendios por el próvido Senado; en el circo central de entrada, los chapiteles de columnas que recuerdan el templo de Salomon; en el arco derecho, á las puertas de bronce incrustadas en plata que en otro tiempo sirvieron á Santa SofÃa de Constantinopla; por todas partesfragmentos de escultura ó arquitectura arrancados á Grecia, á Siria, al Egipto, es decir, los despojos de largas correrÃas, los trofeos de épicas batallas, los testimonios de aquella dominacion sobre el Mediterráneo, que dió á la diosa Venecia, en el concepto de sus hijos, el anillo con que se desposó y el tridente con que dominó á los mares.
Entrad, entrad en ese templo y difÃcilmente encontraréis otro alguno que exprese mejor el pensamiento religioso. No es en verdad su aspecto el aspecto sombrÃo y sublime de nuestras catedrales góticas henchidas por un catolicismo batallador é intolerante que se complace en las sombras y en el misterio. Aunque el fondo de todo el dogma es idéntico, la expresion es diversa. En estas islas, entre estas lagunas, á la luz reverberada en las aguas, al aire cariñoso que baja de los Alpes, no cabe la ceñuda intolerancia de nuestro dogma ni la sublime aspereza de nuestro culto. Venecia ha oido la sirena que el agua bendita no ha logrado expulsar todavÃa de las ondas adriáticas; ha visto Aténas, donde el cristianismo se ha coronado con las aureolas de las ideas platónicas; ha saludado en Constantinopla y AlejandrÃa las ciudades que dieron á la nueva fe la antigua idea del Verbo; se ha hundido en el Oriente y allà ha tomado esa luz deslumbradora quetanto se asemeja á la luz despedida por las mÃsticas efusiones y por los religiosos arrobamientos del alma. Y cuando veis este templo todo de oro, esta luz resplandeciente y mÃstica al mismo tiempo, estos sacerdotes con sus casullas recargadas de adorno á guisa de obispos armenios, estos patriarcas que llevan el nombre y tienen el aire de las grandes dignidades orientales, creeis hallaros en otra zona del cristianismo, cerca de la cuna del sol y de la cuna tambien de todo ideal religioso. Nosotros confinamos con el desierto monoteista, con las tribus semÃticas, con la tierra de la teologÃa intolerante, con el Ãfrica estéril que sólo ha dado aquellos profetas en armas, descendidos á renovar con la predicacion y la cimitarra un dogma de gran profundidad, pero de variedad escasa, miéntras que Venecia confina con el territorio griego, con el coro de las islas helénicas, con el mar cuyas fosforescencias llevan como disueltas innumerables y diversas estelas de purÃsimas ideas. Su apóstol no debiera ser San Márcos; su apóstol debiera ser San Juan, cuyo Evangelio, el más combatido por la crÃtica moderna, el más puesto en duda por la sabidurÃa de los comentadores germánicos, tambien es el más oriental, el más alejandrino, aquel en que se siente el aire de la Academia mezclado con el perfume de acre gnosticismo, y que ha hecho de la religion cristiana una sÃntesis platónica, y que ha convertido á Cristo en el Verbo creador y mantenedor del Universo; Evangelio helénico y oriental, digno de ser comentado por Plotino y leido por Hipatia á aquellos sectarios deseosos de armonizar su nueva fe de cristianos con el antiguo espÃritu de Grecia y con la inagotable inspiracion teológica del religioso Oriente.
Lo cierto es que el color, el matiz, la difusion y la variedad de la vida, resaltan por todas partes en el interior de este templo magnÃfico. El pavimento, que tiene cierto lustre y cierta humedad, como la cubierta de un buque, se halla compuesto de piedras duras matizadas por colores diversos y reflejos dulcÃsimos; el suelo se ha rebajado en unos puntos y ha crecido y levantádose en otros como si lo combatiera y lo trasformára la tormenta, obligándole á tomar la ondulacion de las encrespadas olas; el arco triunfal de la entrada, arco enteramente romano, despide de sus largas lÃneas, como otras tantas visiones proféticas, las fantásticas figuras del ApocalÃpsis; á la derecha, enorme pila de pórfido se eleva sobre perfecto altar pagano de la antigua Grecia; á la izquierda, riquÃsimo retablo, cuyos mármoles tan varios y tan brillantes semejan á combinaciones y guirnaldas de pedrerÃa; sobre este altar un paraÃso de Tintoreto, cubriendo altÃsima pared,deslumbrador por sus colores, y en el cual creeriais ver todos los venecianos elevados á las cimas de la bienaventuranza; en el crucero, el coro, al cual abre paso una portada de jaspe sanguÃneo compuesta de ocho columnas, sobre cuyos arquitraves se elevan catorce estatuas del más puro Renacimiento; en el altar mayor la pala de oro, preciosa, inmensa joya de Constantinopla, toda cuajada de diamantes, toda cubierta de riquÃsimos esmaltes y preservada por una tabla que han pintado artistas venecianos educados en el Oriente europeo; detras del altar mayor, las columnas salomónicas de alabastro atribuidas por la tradicion al templo de Jerusalen, y trasparentes como si fueran de cristal de roca iluminado por el rayo plateado de la luna llena; al lado derecho del altar, la puerta plateresca esculpida y cincelada por Sansovino, con una perfeccion digna de Cellini, y á la izquierda la puerta árabe conduciendo al tesoro y que diriais arrancada á Damasco ó á Granada; por todas partes, frisando con el pavimento y subiendo hasta el punto céntrico de las cinco cúpulas, como un inmenso tapizado de tisú de oro, los mosaicos de áureos cristales, allà colocados desde los primitivos á los últimos tiempos de la BasÃlica, maravillosa serie de la historia del arte, donde han puesto sus manos, asà los primeros pintores cuyas espantadas figuras parecen oir el llamamiento del Juicio Final, como los últimos que presentan la vida veneciana en una contÃnua orgÃa, siendo de reflejos tan varios y de colores tan vivos que los creeriais un éter no soñado, la luz desprendida de uno de esos soles en cuya comparacion el nuestro es una pavesa, donde veis nadar, agitando liras, ramos, palmas, los santos, los ángeles, los querubines, los mártires, las vÃrgenes, todos vestidos de colores indecibles, todos vivificados por ideas religiosas, todos exhalando unTe Deuminefable, cuyos ecos llegan hasta nuestros oidos de carne, pero cuyas magistrales cadencias se pierden, como las plegarias de los fieles, como las espirales del incienso, como las melodÃas del órgano, como el aleteo de las almas, en el espacio de los cielos y en el seno del Eterno.
Yo no conozco en el mundo cosa alguna comparable á esta basÃlica de cristal esmaltada por tan maravillosa manera. Cuando las sombras se espesan en el pavimento y la luz se rompe en las altas bóvedas por los rayos últimos de sol que atraviesan las ventanas de las rotondas, creeis ver desde un planeta oscuro el cielo resplandeciente de ideas increadas y poblado de ángeles que llevan sobre sus alas de rosa vÃrgenes y santas purÃsimas coronadas por mÃsticas aureolas apénas perceptibles á la vista y semejantes al resplandor enque se abrasa un alma enamorada de lo divino y de lo eterno. ¡Qué multitud de figuras! Las hay de diversas épocas y de diferentes y áun contrarios autores. Unas son litúrgicas hasta la rigidez, y otras mundanas hasta el sensualismo; unas representan los tiempos mÃsticos y otras los tiempos paganos; han nacido éstas cuando el hombre, apartado de la naturaleza, no se atrevia á mirar su propio cuerpo, obra maestra del pecado, y han nacido aquéllas cuando todos los velos han caido, cuando toda la antigua inocencia se ha disipado, cuando el pincel y el buril han hecho con sus castas desnudeces volver rehabilitada, como si áun estuviera en el ParaÃso, la Eva corruptora de nuestra sangre: esta efigie, que sobre la gran puerta se descubre en actitud de penitencia y con expresion de dolor, proviene del siglo undécimo, que todavÃa no ha olvidado los terrores del año mil y que todavÃa no ha sacudido la sombra de la primera culpa, miéntras que la otra, no distante, iluminada por la misma luz, contenida en el mismo espacio, quizá ha sido dibujada por Ticiano, el artista de los sentidos y de la forma, el rehabilitador de la carne, el hijo predilecto de la naturaleza, el mago de los colores; y sin embargo, puestas todas en este templo, desde las que lloran hasta las que rien, desde las que rezan hasta las que cantan, desde las que sienten el desfallecimiento en su materia casi disipada hasta las que sienten la borrachera de exuberante vida; desde las tristemente ascéticas hasta las groseramente voluptuosas, como han oido tantas oraciones y han respirado tanto incienso, parecen por igual envueltas en el idealismo religioso, como si las unas estuvieran ya en el cielo de los éxtasis y las otras se levantáran desde la vida del sentido á la vida del alma. La variedad de tonos y reflejos da á esta basÃlica un aspecto fantástico. Sobre el luminoso cristal, sobre el fondo de oro puro, los colores y sus matices resaltan fuertemente y avivan las lÃneas del monumento, que parece amasado en la materia incandescente de los soles, asà como los contornos de las figuras que parecen desprendidas de su centro y próximas á volar por los espacios. Más que objetos reales, semejan estos cuadros mágicos espejismos tendidos en las paredes por una imaginacion oriental; más que reverberaciones y matices de la luz natural, parecen las perlas y las esmeraldas de esas túnicas, los rayos de esas aureolas y las plumas de esas alas reflejos de un sol increado, como la idea que vaga en la mente del Eterno y que es el ideal y el arquetipo de todo el Universo. En esas gradaciones del oro, que tiene desde toques cobrizos hasta toques etéreos, veis mezclarse la púrpura al ópalo, el esmeralda al rosa, la chispa diamantina semejante á una lluvia de luceros, con el matiz violeta semejante á una nube diáfana, como en esas puestas del sol inenarrables que esmaltan el ocaso de nuestros cielos meridionales, ó como en esos bosques de la India, á las orillas del plateado Gánges, en que las fosforescencias del suelo y los relámpagos del aire, los insectos luminosos levantados de la lujuriosa vegetacion, y las estrellas y los aerolitos del cielo componen como una súbita fantástica florescencia de mundos animados por el fuego de indecible amor.
Yo, al contemplar todas estas figuras, no pude ménos de preguntarme á mà mismo y preguntarles á ellas si eran seres fantásticos, hijos de calenturientas imaginaciones, reflejos de deseos nunca satisfechos, sombras de la mente acalorada, ó sÃmbolos ó imágenes de ideas vivas que tendrán realidad en este ó en otro mundo mejor. Yo no puedo creer, no creeré nunca, que la humanidad, eminentemente religiosa, haya orado al vacÃo, pedido consuelos á la nada, alargado sus brazos en este diluvio de lágrimas que inunda los planetas al abismo sin fondo de un no ser absoluto. Y no creo, no puedo creer, que los conceptos metafÃsicos sean ménos en el Universo que los fuegos fatuos de un cementerio ó los vapores indecisos de un lago. Yo no creo, yo no puedo creer que lo infinito, lo eterno, lo perfecto, lo absoluto, lo ideal, sean como juegos de la fantasÃa, como entelechias sin posibilidad alguna, como aromas exhalados de nuestra mente para perderse y disiparse en las nieblas eternas de una eterna muerte. Los filósofos que han evocado la luz del pensamiento divino allá donde rayó la luz del sol en su oriente; los sacerdotes que han concebido en el templo inmenso del desierto la idea viva de la unidad de Dios; los reveladores que á la sombra del Hibla y del Himeto, á las orillas del Pireo, bajo los plátanos de la Academia, entre los bajos relieves de Aténas han escrito los divinos diálogos sobre el ideal; las tiernas mujeres que, desnudo el seno y flotante el cabello, perfumadas con los aromas de la Siria y ceñidas con las flores de Délfos y de Colonna, han recorrido las riberas del mar de la Grecia, clamando por la muerte de Adónis y pidiendo su resurreccion; los discÃpulos que han llorado al pié de una cruz erigida en la cumbre del Calvario; los mártires que han muerto en las arenas del circo; los grandes pensadores que han empapado en el éter divino la conciencia; todos han sido soñadores, sicofantas, magos, hechiceros, capaces de dar los efluvios de sus nervios descompuestos, los caprichos de sus inteligencias ébrias, los sentimientos de sus corazones desgarrados por el dolor, las nubes levantadas de sus tristezas y de sus nostalgias,como el supremo bien y la verdad suprema. Esos templos que se levantan por los bosques y por los desiertos, á las orillas de los mares, en los altos promontorios, como faros del espÃritu, donde quiera que el hombre ha sentido la hermosura de la naturaleza, no serian otra cosa más que huesos mondados, hogares extintos, ruinas eternas, montones de piedra cubiertos de hiedra, donde pueden sólo habitar los lagartos y donde jamas hubo el fuego de una idea. Este Universo nuestro, ¿no será más que materia y fuerza? Este Dios nuestro, ¿no será más que un inmenso abismo, vacÃo y oscuro como la nada? Este pensamiento nuestro, ¿no será más que la estela producida por el choque de una sensacion y en otro choque disipada? El ideal, ¿es el sueño de los sueños, el delirio de los delirios, el ataque nervioso de un iluminado ó de un loco?
No puedo creerlo, no lo creo. El hombre no es naturalmente ni judÃo, ni católico, ni pagano, ni musulman; pero es naturalmente religioso. à la idea de lo infinito, que acaricia su mente, corresponde la realidad de lo infinito en el Universo. El arte no es mentira, la inspiracion no es mentira, el amor no es mentira; pues lo absoluto no puede ser mentira tampoco. Aquà está la realidad de lo infinito. La Arquitectura es como el espacio, como el planeta, como el mundo externo ántes de ser habitado por el espÃritu, el continente de las inspiraciones. Este mundo necesita habitantes, y surge como una vegetacion ideal la gama misteriosa de colores que forma la aurora de las ideas. Pero no basta, y surgen, como los organismos en el planeta, las estatuas maravillosas sobre sus pedestales, los ángeles y los santos y las vÃrgenes en sus áureos mosaicos. Y no basta, porque el espÃritu aspira á más, y entónces el órgano llena de melodÃas celestes todo este Universo. Y no basta, y viene la idea pura, la poesÃa, el alma de las almas, á completar las inspiraciones del arte y á unir lo finito con lo infinito. El error de los errores consiste en que cada secta, cada religion, cada filosofÃa, cada sistema se cree todo el ideal. No; el ideal completo está en la mente de toda la humanidad y se realizará en el seno de Dios.
FIN.