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Casa de Hallen.—Zapatos para caballos.—Máquina pulverizadora.—Molino de viento aplicado al riego.—Recuerdos.—Los cepillos de dientes.—Los wagones.—Reloj inspector.—Mi tertulia.—Los criados.

Entramos á la Casa de Hallen, que se compone de grandes galeras con toda clase de instrumentos y máquinas para la agricultura.—Ví en las paredes podaderas y tijeras adheridas á palos que prolongan sus piernas, y con las que se alcanzan grandes alturas.

Zapatos para el resguardo de los piés de los caballos, que hacen fáciles sus curaciones. Esqueletos de alambre para enredaderas y adorno de jardines.

—Ahí tiene vd. todo un trapiche, me dijo, al alcance de las fortunas más módicas. Esos alambiques duplican el rendimiento de las mieles.

Ese rastrillo para desenyerbar, apénas vale nueve pesos.

Este curioso aparato es para hacer mantequilla; lo mueve un perro, que al querer ó no, da vuelta á ese cilindro.

Esa parrilla con picos de fierro es una rastra: tiene diez piés de ancho, se mueve expedita con un solo caballo: cuesta solo veinte pesos.

La máquina que está á su espalda de vd., es lo que se llamagrada pulverizadora. Pulveriza perfectamente la tierra, funciona muy bien en terrenos húmedos. No obstruyen su marcha las raíces: vale treinta pesos.

Cardadores, sembradores, todo lo que quiere decir ahorro de trabajo, produccion mayor, baratura, está previsto y conciliado en aquellos esclavos bienhechores del hombre.

Me puso frente á un molino de viento para examinarlo á mi sabor. En mis tránsitos por este país, en medio de risueñas sementeras, como complemento de paisajes encantadores, sobresaliendo de las casas, en vecindad con los palomares y las torres, le habia visto en movimiento, dando singular animacion á la finca rústica.

Sobre dos piés que unidos á una escalera de mano forman una pirámide que con robustos travesaños se convierte en sólida torre, se eleva un gran disco hecho como de los simétricos radios de una rueda: los ejes en que encaja el radio sostienen una gran pala como la cola de un cometa; de esa cola depende un fierro vertical que engancha con el émbolo de una bomba.

El molino se mueve con el viento más suave; cuando el viento es fuerte, gira expedito, y si es impetuoso, sigue la corriente del aire ó se plega sin sufrir deterioro alguno.

Este precioso molino, que he visto funcionar admirablemente y que está vulgarizado en todas partes, seria en México de infinita utilidad.

En esas poblaciones y llanuras sin agua, en donde son tan profundos los pozos, en donde la noria y el acarreo de mano hacen tan exiguos los depósitos de agua; en donde hombres y animales se rinden de fatiga, teniendo que trabajar mucho para arrancar un cántaro del fondo de un abismo, y donde la esterilidad precursora de la hambre, convierten en raquíticos, enfermos y sucios, pueblos enteros; se veria en cada molino un Moisés que refrigerara los hombres y cubriera de fertilidad la tierra, ó por lo ménos, que aliviara á los viajeros y evitara la muerte de los ganados.

Muchas veces en un llano árido y quemándome el sol, he esperado á que se dé agua á los animales que me conducian, presenciando la tarea de los sirvientes.

Otras veces me he detenido á ver á un muchacho tirando de una cuerda, desde el brocal de un pozo, y andando con el cordel que pasaba por la ruidosa carretilla, haciendo empuje con el hombro y el cuerpo, echado hácia adelante para sacar una bota que no bastaba para apagar la sed de un caballo, y cuántas ahora, aquí, me he puesto al frente de un raudal perenne, pensando en México, á ver trabajar este inanimado obrero, al que se le contempla casi con reconocimiento, porque es el dispensador del bien.

D. Quijote en las aspas de los molinos veia brazos amenazadores de gigantes: el brazo del molino americano, nos llama para refrigerarnos, y agita su pandereta en los aires como una gitana enamorada, para regocijarnos.

Los precios de los molinos, desde la fuerza de medio á cinco caballos, es desde noventa hasta quinientos cincuentapesos; pero estos últimos se aplican á toda especie de maquinaria.

—Y no obstante la abundancia de máquinas, me decia D. Andrés, ya sabrá vd. que aquí es donde más alta remuneracion tiene el trabajo; y si no, vea vd. la lista de salarios que casualmente traigo en el bolsillo.

Sacó su enorme cartera del bolsillo D. Andrés, cartera que balija parecia, y me leyó:

En las fábricas el salario es á doce pesos por semana, y para las artes mecánicas se calcula en veinte pesos.

No quise abusar más tiempo de la bondad de los señores de la Casa de Hallen. D. Andrés me impuso de la facilidad con que habia logrado situar muchas de aquellas máquinas en Campeche y Yucatan.

Tengo entendido que sin esfuerzo alguno podria formarse en nuestra Biblioteca una seccion con todos los avisos que aquí se riegan en los suelos y que se dan á los que pasan. Eso, solo por el atractivo de las figuras, seria una instruccion, haria llegar á conocimiento de todos, mejoras y progresos de todo punto desconocidos.

Al regresar por entre el tejido de callejones y vericuetos, fuí testigo de una escena que me hizo olvidar un tanto mi fatiga.

En la esquina de una de esas calles angostas y pendientes, al rayo del sol quemante, sobre un cajon de vino, conuna mesita de tijera al frente, un yankee en toda la gloria delhumbugproclamaba las excelencias de unos polvos maravillosos para poner los dientes como el marfil; suavizar los labios como pétalos de rosa y perfumar el aliento.

El hombre hablaba como un energúmeno y sudaba á mares.

En mangas de camisa y sombrero alto, pelo rubio, nariz aguzada, un cuello como barnizado con tierra roja, escaso bigote rubio.

Usa chaleco negro, y de sus ojales penden toda especie de colgajos que remedan medallas, entre ellas una de la Vírgen de Guadalupe, y un peso español, son sus distinciones de honor, al decir de las gentes; se pasaba el cepillo por los dientes y salia un liston, ó unas letras de oro, ó una pluma: la gente estaba lela.... endiosada.... habia aplausos y silbidos, que aquí es otra variante del aplauso.

Hablando, hablando, se apoderó de un muchacho que estaba cerca, se lo sentó encima, lo sujetó, y ántes que pudiera volver en sí el chico, ya le habia metido el cepillo con polvos en la boca y le habia dado algunos restregones; el muchacho, entre llorando y riendo, mostraba una dentadura deliciosa.... la gente aplaudia.... y yo me retiré, porque aquel caribe, una vez enfurecido, podia seguir barriendo las dentaduras de todos los circunstantes.

Cuando doblé la esquina, ya habia tres muchachos pelando los dientes, como avisos animados de la mercancía del embaucador.

En la noche tomé uno de los carritos, con mil trabajos, y me dirigí á mi tertulia de los viérnes.

He dicho que cogí el carrito con mil trabajos, porque noobstante haber carros en todas las Avenidas, ménos en la Quinta y en varias calles, y no obstante que en la doble vía se suceden sin interrupcion esos carros, formando líneas en contínuo movimiento, los carros están constantemente llenos, y á ciertas horas son asaltos, aprensamientos y luchas formales las que se tienen que emprender para trasladarse de un lugar á otro, por el módico precio de cinco centavos, en trayectos que pasan de dos leguas algunos de ellos.

El conductor del wagon jamás rehusa viajeros, aunque el vehículo rebose en gente y vayan en racimos en las plataformas y escaleras.

Lleno el número de asientos de cada carro, la gente se coloca de pié dominando á los que van sentados, y se afianza á unos palos que hay en la parte superior del wagon con unas argollas de cuero. Así, la parte excedente, ó va como racimos colgada en un perchero, ó se abre de brazos, y es una preciosa procesion de Cristos la que se presenta á la vista; en el invierno suele la alta temperatura, que en todos sentidos produce la aglomeracion de gente, tener sus atractivos; pero en verano, elrosbeefhumano es, bajo todos sus aspectos, desagradable.

Lacontrolede los entrantes y salientes la marcan una especie de horario y minutero en una como carátula de reloj: á cada pasajero que entra, tira el conductor de un cordel, suena una campana y marca el minutero una línea; el horario señala con números los centenares de viajeros.

En uno de los dias de la semana anterior, un solo carro de diez asientos de la Cuarta Avenida, habia conducido mil quinientos pasajeros.

Adviértase que la Cuarta Avenida no tiene en toda suextension el tráfico que la Quinta, la Sétima y Octava; en la Sexta están en movimiento carros de dos pisos; el superior con sus asientos al aire libre y su toldo. Se asciende á ese primer piso por escaleras exteriores á que trepan, lasladiesesencialmente, con el mayor desembarazo.

En mi tertulia me esperaban las excelentes personas con quienes ya tienen conocimiento mis lectores, y que me han procurado los únicos goces parecidos á los goces de familia que haya en Nueva-York.

D. Ramon, D. Pedro, Doña Ambrosia, Adela, Pepita, me recibieron con su amabilidad de costumbre. Hablábase de modas, de guisos, de teatros y no sé cuántas cosas más; pero en lo que se fijaban muy esencialmente, era en las criadas.

—Tener uno servidumbre irlandesa ó americana es mucho cuento, es buscar á quien servir. La criada se ajusta de diez á catorce pesos, pide su programa como un ministro de Estado, y no la saca vd. de ahí ni para poner á un niño un babero.

—Por supuesto que en ese programa no entra, continuó D. Ramon, estar en la casa por la noche, y esto es lo que más escuece á mi Sra. Doña Ambrosia.

—A la oracion de la noche, recamareras y fregonas se lavan, se asean, se plantan su gorrillo y recorren las calles como la señora más encopetada.

—Yo no soy para esas cosas, porque hasta en el cielo hay jerarquías: habla vd. con una criada, y se alista á tomar asiento; cuando vd. va á buscar á otra, está con el periódico ó con la pluma en la mano: ¡igualadas! y cada una se sueña mujer del Presidente de la República.

—En California, dije yo, habia una señora mexicana muy distinguida, que daba lecciones de español y de música, sosteniendo con este recurso, muy decentemente, su familia: faltóle una criada, y se presentó, como todas, de sombrilla, guantes y muy desembarazada, una hija del país.—¿Cuánto quiere vd. de salario? le dijo la señora.—Me he propuesto servir á vd. por solo la comida.—¿Cómo así?—Lo que vd. oye, señora; pero luego que acabe yo mi trabajo, y despues de vestirme, me dará vd. lecciones de español y de música, con toda dedicacion.

—No siga vd.,Fidel, no siga, me dijo Doña Ambrosia, porque se me alborota la bílis; yo hubiera echado á rodar las escaleras á esa insolente.

—¡Insolente! ¿por qué? ¿porque proponia un cambio de servicios, tan honroso el uno como el otro? Confiese vd. que lo que nosotros queremos son esclavos, y que nos asombra verlos entre gentes; ¿por qué la criada no ha de ver el teatro ni concurrir al paseo?

—La casa es su oficina, decia Don Ramon como en broma, cultiva relaciones y familia, se sujeta al pacto celebrado, y esto es todo. En la casa se regularizan las costumbres.

—Mucho que se regularizan: á la oracion de la noche no arde lumbre en ninguna parte; y ya vd. lo habrá visto, el dia que hay una necesidad, uno va á lasgrozeriespor lo más preciso.

—Pues yo en los hoteles en que he estado he visto servir á las irlandesas, como no es decible, y en general sonlaboriosas, seguras, y la que se aquerencia en una casa, es inmejorable.

—Hay de todo, replicaba Doña Ambrosia, y como vdes. no lidian con ellas.... No, yo no estoy por esas igualdades.

—Entremos en cuentas: ¿qué tenemos de más que los criados? ¿No valen más un cochero honrado, un cocinero hábil y cumplido, un cargador puntual, que multitud de vagos petardistas y demás gente perdida? Entre nosotros, ese cochero y ese camarista es un animal doméstico: aquí es un hombre.

Por otra parte, la criada presa es perezosa y ladina; no habla á la señorita como igual, pero la adula y se convierte en su complice, ó bien chismea y se hace el espía de la vieja. Elnenede la casa no la pedirá en matrimonio, pero la seducirá como un vil y se le lanzará con infamia de la casa, aunque lleve consigo algo muy allegado á la familia.

—La educacion latina y colonial, decia D. Pedro. ¿Cómo atreverse á pensar los siervos? ¿cómo vestir el lacayo como el señor? De ahí esas libreas que hacen de cada criado un polichinela, que lleva como una patente de degradacion á cuestas. Ese cochero de escarapela de cintas y alamares, esejoqueyvestido de encarnado, es elhazme reir.... Aquí el cochero viste lo propio que cualquier diputado, porque es lo mismo, y el dependiente de hoy, puede ser nuestro juez mañana. En Nueva-York se usa la librea, sin que por esto deje el cochero su carácter de ciudadano: la librea es más bien institucion de lujo europeo.

—Así es en todo, replicaba Pepita: nosotros teniamos distinciones para todo; aquí todo se iguala. Vd. lo ve, teniamos la costumbre de ver al vecino de limpiabotas; hizoun viaje, volvió poderoso y acaba de mudarse á la Quinta Avenida, á una casa mucho mejor que esta.

—Decimos igualdad, clamamos por ella y nos espanta verla aquí realizada, decia D. Pedro.

—Bueno será todo esto, decia D. Ramon; pero la educacion es una distincion que se impone, aunque dominen las ideas más liberales.

—Para eso que la eleccion depende de uno, replicaba Juanito; y cuando se elige mal, nadie tiene la culpa sino el que eligió.... ¿Vdes. conocen á mi amigo Eduardo Piña?

—Lo conozco, dijo D. Pedro, es un excelente muchacho: se hace notable, sobre todo, por su finura y moderacion.

—Pues oigan vdes., continuó Juanito, lo que le aconteció, á los muy pocos dias de llegado aquí. No sabia palabra de inglés y vagaba deslumbrado con las muchas mujeres que pululan por todas partes en esta ciudad.

Una tarde encontró en un carrito una jóven de singular hermosura; la vió, coqueteó, sonrió.... la jóven salió del carro y él en pos de ella; anduvo un poco, tomó otro carro, y Eduardo la siguió frenético: al bajar por segunda vez, le dijo: "Yo amo á vd.," únicas palabras que sabia de inglés: ella sonrió, y á poco caminaban del brazo como Julieta y Romeo: al pasar por uno de esosrestaurants, que son como desbordamientos de luz vivísima, como Dios dió á entender á Eduardo invitó á su adorado tormento á tomar alguna cosa, haciéndole señas, ó como pudo. La jóven aceptó; penetraron salones, subieron escaleras, y en un gabinete reservado, un criado oficioso sirvió ostiones, Champaña y no sé cuántas cosas más, porque ya sabemos que tienen diente devorador por aquí las hijas de Eva: terminado el refrigerio, como es costumbre, el criado presentó en un platillo de plata su cuenta. Eran seis pesos y no sé cuántos centavos.

Sacó Eduardo un billete de á diez pesos: la jóven lo tomó y le dirigió la palabra al criado: el criado replicó, Eduardo no entendia una sílaba; pero veia algo de descompasado en la señora de sus pensamientos; acudió gente; á Eduardo se le figuró que el criado faltaba al respeto á la señora y se dispuso á arremeter con él, todo en medio de gritos y de escándalo, en que mi pobre amigo tenia fiebre.... sobre todo porque no entendia una sílaba.... por fin, vino el administrador de la casa, que sabe algo de frances, y explicó á Eduardo que la señorita creia exagerada la cuenta, y defendia á capa y espada unos veinticinco centavos.... Eduardo hubiera dado lo que llevaba en el bolsillo por haber evitado el escándalo.... ella estaba rabiosa, y á pesar de la conformidad de Eduardo, defendia sus intereses como una verdulera....

—Ya vd. lo ve; y si Eduardo fuera de ménos talento, diria que las damas americanas son pleitistas y furibundas como unas arpías. Aquella era una honrada cocinera.

—Añada vd. á eso, dijo Adela, que hay muchas criadas de buena educacion, y de modales que en nada se diferencían de los usados en la buena sociedad.

—Por qué no dices de una vez, que aquí se le ha hecho á la gentuza la suya, y así te quitarias de distinciones. ¿Dónde está la gente fina y de título?.... y no la hay. ¿Cuál es la clase media? y ni quien conteste. ¿Dónde está la canalla?.... pues si aquí no hay canalla; y tienen vdes. que pierde la cabeza el más pintado, porque uno tiene la costumbre de ver las cosas de otra manera.

—En efecto, señora, lo que hay aquí es pueblo, que es lo que se encuentra con gran dificultad en nuestra tierra y en la deFidel, repuso D. Pedro.

—¡Ave María Purísima! dijo Doña Ambrosia, ya vamos á entrar en la política, que á todos nos pone de mal humor.

—Ya no sigo, Sra. Doña Ambrosia, repuso D. Pedro; pero otro dia hablaremos de la gente fina y de las categorías sociales.


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