XII

XII

Mataderos de reses.—Su descripcion.—El verdugo de los toros.—Un cambio de frente.—El Dr. Agramonte.—El Lic. Agramonte.—El Puente de Harlem.—Alrededores y descripcion del puente.—Medicinas de patente.—Estudios médicos.—Hospital de mujeres.—Visita á varios departamentos.—Consultas y beneficencia.—La señorita Jhonson.

Hoy es mal dia, dije á mi querido Buzeti al verlo entrar por mi puerta. Hoy es dia negro, es el santo de mi hija y tengo el alma como un calabozo.

—Por lo mismo nos vamos, me dijo mi caballeroso compañero, y nos vamos muy léjos, vamos á ver un matadero de reses. Lo que vd. oye, continuó mi amigo. Vd. ha manifestado su deseo feroz de ver esas escenas de sangre, y nos vamos ahora á buscar la Segunda Avenida.

Y diciendo y haciendo, dejamos el cuarto, y remando ycodeando, llegamos á la Primera Avenida, tristona y desmantelada, atravesada por un solo carrito que conduce poca gente.

Llegamos á la Segunda Avenida y al punto designado para ver la matanza; pero nada me indicaba que estuviésemos en el lugar buscado, y es de advertir que caminaba con suma atencion, porque acababa de leer en un periódico las torerías que hizo una de esas víctimas de la gula humana, quebrantando su encierro y embistiendo con cuanto se le ponia delante, al extremo de haber algunos muertos y muchos contusos y desquebrajados.

Hizo alto Buzeti á la puerta de una larga bodega bien envigada, y en la que se veia delicado aseo. La bodega tenia salida por una hilera de puertas, y de la parte interior, entre ellas, habia pequeñas mesas como para escribir de pié.

La extensa galera está dividida por un corrido cancel de tablas que da á la mitad de la pared.

Entre el techo y el cancel hay líneas paralelas formando como caminos para rieles, y en que realmente ruedan aparatos que dan á carretillas suspendidas del lado opuesto del cancel de la bodega.

—Este es el matadero, me dijo mi guía, presentándome á un jóven elegantemente vestido y de cumplida educacion.

Frente á cada una de las puertas que dan á la calle, hay puertecillas de madera en el interior que comunican con la otra seccion, de las dos en que á la bodega divide el cancel.

Abrió, una puertecilla el jóven administrador de la casa y nos encontramos al lado opuesto de la galera, con sus puertas como la parte de la calle. Sobre cada puerta hay unagarrucha; en el suelo, junto al quicio de cada puerta, hay un gran círculo giratorio de gruesos tablones y vigas.

Un callejon de la extension de la galera, perfectamente enlosado, sirve de patio al matadero.

Al lado opuesto del callejon hay una série de toriles que dan á otras tantas puertas comunicadas con igual número, que se comunican con la espalda de la casa. Por allí entra el ganado colocándose en su toril, de una en una las reses.

Muy pocos dependientes, calzados bien, vestidos de negro, con sus camisetas limpias y algunos con un pequeño delantal, hacen el servicio.

En el fondo de la pieza estaba un banco: en él se veia un anciano de barba blanca, con manchones negros de pelo ensortijado blanco, nariz afilada, ojos hundidos, frente taciturna; tenia un larguísimo cuchillo despuntado en la mano. Aquel es el matador, el verdugo de los toros.

Corre paralelo á los quicios que dan al patio, un caño en comunicacion con los grandes depósitos de agua que hay en todas las alturas.

De las garruchas de la galera parten unos cables que caen en los toriles; allí se laza por las astas á la víctima, se abre la puerta y la carretilla se mueve hasta llevar al toro al círculo giratorio; da una vuelta el toro, resulta colgado de los piés y con la cabeza sobre el quicio que da al caño. Entónces llaman al verdugo, cargado de hombros, con unas largas botas en las que están introducidos sus pantalones, con un fieltro negro, cuyas alas pequeñísimas caen sobre sus cabellos canos y su frente.

El verdugo, veloz como no lo puede calcular la imaginacion, degüella al toro: la sangre surge en un chorro humeante que recibe un criado en una cubeta, porque esa sangre se remite á las refinadurías de azúcar.

La sangre que cae en el caño desaparece por torrentes de agua. El círculo de madera gira de nuevo y quedan en la galera interior las secciones en que se destaza la res.

La operacion completa no dura diez minutos, y se pueden matar veinticinco reses á la vez. Es decir, ciento cincuenta toros en una hora.

La carne se coloca en la seccion de la galera que da á la calle, donde acuden á repartirla los carros, despues de hechas las apuntaciones respectivas en las varias mesitas ó escritorios de que hablamos al principio. Hay multitud de mataderos en Nueva-York como los descritos, que abastecen la gran ciudad. El matadero principal, que tiene otra forma, está entre Jersey y Newark.

El verdugo me hizo una impresion singular: su tremendo cuchillo es como una prolongacion de su mano; apénas permite que se vea, y no lo suelta jamás. Es todo él tan fino, que no le iguala la mejor navaja de barba. Los cuchillos de que se sirve esa casa, vienen de Paris á precios verdaderamente fabulosos.

Dimos las gracias al jóven que nos mostró el establecimiento, y tomamos el camino del hotel.

Apénas ponia yo el pié fuera del wagon para dirigirme á mi hotel, cuando una voz me dijo á mi espalda:

—Ahora suba vd. en ese otro wagon que regresa.

Volvíme á ver quién me daba órdenes tan terminantes, y ví el cuerpecillo flaco, los ojos azules y la poblada patilla rubia del Dr. Enrique Agramonte, persona que honrapor sus talentos y virtudes el nombre de Cuba, su patria, en la Ciudad Imperio.

El Dr. Agramonte es hermano del héroe ilustre Lic. Ignacio Agramonte, uno de los primeros y más esclarecidos caudillos de la independencia de Cuba: hizo sus estudios en su patria.

Cuando en 11 de Noviembre de 1868 estalló el grito de Bayamo en el glorioso levantamiento del Camaguey, se vieron á los dos hermanos Agramonte, que habiendo dejado su posicion social y sus fortunas, empuñaron las armas como últimos soldados y figuraron en esa série de combates que forma un proemio brillante á la Iliada de la independencia de aquella perla de las Antillas.

El padre y las hermanas de los jóvenes patriotas vinieron á residir á Nueva-York.

Orador elocuentísimo, sabio en el consejo y arrojado en la lucha, el Lic. Agramonte prestó eminentes servicios á la patria, hasta ser llamado al ministerio, que renunció por seguir al frente de las tropas, entre las que gozaba merecido prestigio.

Encontrábase la lid muy empeñada, cuando recibieron los hermanos Agramonte la noticia de la muerte del padre y del desamparo en que la familia quedaba.

Con tan funesto motivo, vino á Nueva-York mi amigo D. Enrique. Aquí recibió la noticia de la muerte de D. Ignacio, acaecida en la sangrienta batalla del Sinaguayu (11 de Mayo de 1873), cargando á la bayoneta al frente de sus tropas, y dejando en la desolacion á su familia y su esposa, que vió el cadáver del que tanto amaba, cuando aún brillaba en el cielo de su corazon la luna de miel.

Mi amigo Enrique, hecho cargo de la familia, recurrió á su profesion, en que sobresalia: se opuso á una cátedra en uno de los hospitales de más nombre, y la obtuvo, siendo cada dia más considerado en esta sociedad por su ciencia y virtudes.

Tal es el chico que me hizo retroceder en mi camino. Obedecí á su indicacion, y en el wagon me dijo:

—Voy á Harlem: miéntras hago mi visita, vd. verá el puente, y entretanto charlaremos.

Atravesamos calles y más calles al Norte de la ciudad, hasta que despues de mucho andar paró el carro, que llevaba traza de estar en movimiento por toda la eternidad.

Amplísimo es el rio Harlem, límite Norte de la célebre isla deManhattam.

A la opuesta orilla hormiguean entre los árboles las casas y las fábricas. A mi derecha atravesaba, materialmente casi sobre las aguas, un ferrocarril; á mi izquierda se tendia el rio cruzado de botes y de vapores en movimiento.

A mis piés, en una hundicion de terreno, bajo un amplio tejado, está un salon contiguo á un eleganterestaurant, donde por la parte que da al rio se sirven limonadas y helados.

Sobre el rio está el embarcadero y el punto de alquiler de los botes; á poca distancia el muelle para los vapores que atraviesan aquellas aguas.

El puente, aunque de maciza construccion, no corresponde en belleza á sus costos, pero es digno de las miradas del viajero. Tiéndese de uno al otro lado del rio en una extension de más de doscientas varas, formando una calzada de madera con rejas de fierro. La calzada tendrá veinte varas.En su centro forman calle tres arcos de cada lado colocados de modo que entre los arcos y el barandal, quede amplio tránsito para la gente de á pié, miéntras van por el centro los carruajes. De los tres arcos de cada lado, dos tienden sus curvas á la altura de tres varas y el central de seis.

Por la parte exterior del puente que ve á las aguas, descansa su macizo maderámen en gruesas columnas de fierro que encajan en el rio. En el centro son cuatro las robustísimas columnas, y las coronan rieles circulares con ruedas, adheridas al reverso de esa parte del puente.

Sobre los arcos centrales de este monumento se levanta una casita de madera que domina el rio, y donde se hace el servicio del puente.

Apénas se anuncia una embarcacion, cuando como por mágia se desarticula el puente: toda la parte central, con la casa, los viajeros y carruajes, vuela sobre las aguas y queda suspendida siguiendo la corriente, miéntras altivo y resoplando cruza el vapor. Entónces vuelve á girar la parte separada, y se ajusta y continúa el tránsito.

El espectáculo fué para mí de todo punto inesperado; me tocó girar en la parte que se abre, y ví cruzar, como en un desvanecimiento, casas, árboles, navíos, caballos y carruajes.

El Puente de Harlem excita con mucha razon la curiosidad de los viajeros.

Regresó el doctor en compañía de un estudiante de leyes, habanero despierto, audaz, abusando del acento del país natal y dando suelta á esa suficiencia y á ese desenfado, patrimonio de los primeros años.

—Quite vd. de ahí, hombre, estos no son estudios ni valen un ardite, principalmente tratándose de medicinas.

Aquí el primer perillan que coge un poco de tizne de la cocina, le echa agua y unas gotas de álcali, ya puede pedir patente y salir por esos mundos de Dios curando con suBlack watter, lo mismo los callos que la retina del ojo.

—No niego que hay muchohumbugy mucha droga; pero hay sabios de primer órden en el ejercicio de mi profesion.

—Yo no me meto en personalidades, replicaba el letrado de Puerto Príncipe; pero vd., caballero, decidirá. (Aquí fueron los saludos y las presentaciones.)

—Figure usted, siguió diciendo con suma animacion: aquí, para el estudio de la medicina, á nadie se pregunta, ni de dónde vienes, ni qué sabes. A Perico el de los Palotes se le viene á las mientes ser médico, y no hay más sino que se inscribe á los cursos.

Los cursos duran tres años: comienzan el 1.º de Setiembre y concluyen en fin de Febrero. En resumidas cuentas, en año y medio se recorre toda la ciencia médica, y no puede darse más diabólica aplicacion al vapor.

Las lecciones son orales, cada profesor tiene su ramo: se para en la tribuna cada maestro, y con una celeridad de que ni idea puede formarse, lanza como con jeringa una peroracion, y.... termina la cátedra.

Los exámenes son mucho, muy ligeros, se pasan en un trago, y la ciencia, encargada de la conservacion y de la vida del hombre, entra por la puerta de la superficialidad y de la charla, y sale por la de los negocios, como si se tratase de traficantes.

—Te confieso, decia Enrique, que no hay mucho de exagerado en esa pintura; pero lo que callas es que tiene talvalía eso de que el hombre asuma la responsabilidad de sus acciones, que hay médicos eminentes, y entre ellos pueden citarse á Alfred Post, Martin Payne; al catedrático de anatomía, Winter; á Loomis y otros muchos que comprenden sus deberes como maestros y que profesan la santa religion de la ciencia.

—Te he dicho, replicaba el estudiante, que yo no me meto con las individualidades. Nada de eso; te digo que he visto tal tempestad de médicos y tan bárbaros muchos de ellos, que en mi tierra ni como albéitares figurarian.

Las mismas oposiciones, no se hacen por gloria ni porque ellas produzcan remuneracion, nada de eso; es uno de tantos recursos de avisar al público que allí hay un médico ménos adocenado que los otros, y eso trae clientela.

—Ya vd. lo ve, dije yo, el público y siempre el público, que es el marchante, es el que tiene de calificar la obra.

—Los exámenes, siguió Enrique, depuran la charla, y en ese punto nada más noble que el proceder de estos hombres: para la ciencia no hay extranjeros; los puestos más distinguidos son para hombres que no son hijos del país, pero sí eminentes profesores. Ya verá vd. el hospital de Belevue y otros establecimientos, y me dirá si se ve con desden la ciencia.

Yo veo el Colegio Médico diariamente, y admiro su regularidad y sus adelantos constantes.

En el gran salon de lecturas caben holgadamente quinientos estudiantes.

La sala de diseccion admira por sus combinaciones de luz y por la manera con que está ventilada.

En aparatos, instrumentos y alivio del enfermo, existeallí cuanto ha inventado la ciencia, sin ponerse jamás coto ni medida en los gastos.

Ahora, en cuanto al sistema de estudios, diré á vd. que el año escolar se divide en tres sesiones. Preliminar de invierno, Regular de invierno y Sesion de primavera. La última sirve como de repaso á las anteriores.

Las lecturas preliminares en Setiembre, ó primeras sesiones de invierno, son de clínica, recorriéndose los ramos que van á estudiarse en lo futuro.

De Octubre á Febrero, esto es, en el período de sesiones regulares, se dan cinco lecturas diarias, que abrazan un curso completo de medicina y cirujía, acompañada de la práctica en el Hospital de Belevue y en las consultas de los pobres.

Despues de hechos estos cursos, el candidato obtiene su diploma firmado por el Canciller de la Universidad, el Dean de la facultad médica y cuatro ó más profesores. El total costo de una recepcion, son treinta pesos.

—Enrique, dijo su compañero interrumpiéndole, tú nos vas á espetar todo el Informe del año pasado, yFidelestá queriendo dormirse.

Así era la verdad; pero no estaba tan dormido que no cogiera al vuelo la promesa que me hizo Enrique de visitar al siguiente dia el Hospital de Mujeres, situado en la calle 59, al Este de la ciudad.

—Hasta mañana, Enrique.

—No hay que olvidarlo. A las diez en punto.

El Hospital de Mujeres es de los establecimientos mejor servidos en Nueva-York, emporio realmente de los establecimientos de caridad y beneficencia.

La fábrica es de ladrillo, inmensa y monótona, en alas como hundidas, con su pórtico al centro, sus bastiones á los extremos, su desvan de zinc en la altura, su barandal de hierro al pié, ciñendo su alfombra de césped.

A la entrada me señaló Enrique, porque Enrique Agramonte fué micicerone, algunos salones aislados con altos y amplios respiraderos.

—Esos salones, me dijo mi guía, son destinados á las enfermedades que producen pestilencia ó contagio, y ya vd. ve, separacion tan obvia produce no solo comodidad, sino grandes bienes, porque aquí son desconocidas las enfermedades que abundan en los hospitales, como peculiaridad de esa falta de distincion.

Entramos al hospital: por supuesto que carece de patio, y este me parece grave inconveniente, aunque le ví subsanado con otras muchas ventajas.

En el salon de recepcion estaba una señora escribiendo, y al solo verla, me prendó su compostura, la decencia de su porte, la amabilidad exquisita de su trato.

Es la señorita Jhonson, que así se llama la persona á quien nos dirigimos, una de las empleadas subalternas que dependen de la Junta Directiva del hospital, compuesta de señoras de distincion.

Alta, con el cabello cano cayendo en esmerados rizos sobre su frente de nieve, ojos negros, y los destellos últimos de una notable hermosura. Oyó nuestra pretension, quiso complacernos ella misma, se inclinó al suelo, alzó un extremo de su vestido con sumo garbo y se dispuso á conducirnos, con tal gracia y desembarazo, que, ¡vamos! me subyugó.

Antes de emprender nuestro viaje por elevador y escaleras, nos mostró grandes lápidas de mármol en que estaban inscritos muchos nombres.

—Esos nombres, le dijo á Enrique, son de los creadores y sostenedores del establecimiento, porque el Gobierno compra con una pequeña subvencion el derecho de asistencia hasta para veinte enfermas.

Los socios, porque allí no se decantan los bienhechores, que dan por una vez dos mil pesos, pueden mandar cinco enfermas, es decir, tienen cinco camas disponibles en este hospital.

Ahora verán vdes. poquísimas enfermas; en esta estacion se trasladan á lugar ménos caliente, y entre tanto, como vdes. ven, se hacen las reparaciones del edificio.

En cada uno de los cinco pisos á que ascendimos por un elegante elevador, hay celdas para las enfermas de más distincion, cuartos para las consultas de los médicos, salas con sus útiles para operaciones y comedores para las enfermas convalecientes; todo sin lujo, pero con extraordinario aseo, decencia y propiedad.

En los cuartos ó celdas se ven muebles en que se ha consultado la comodidad, el desahogo y hasta el solaz de las enfermas. La ventilacion de estos cuartos, lo mismo que la de todo el edificio, consiste en séries de combinaciones á cual mejor y más oportunas.

Unas veces la parte superior de la vidriera que forma semicírculo se abre hácia arriba, como un labio, y establece corrientes con ventiladores que se hallan al ras del suelo,sin que se sienta el menor aire en las camas de las enfermas.

En otras piezas, en sus rincones, están incrustados tubos con horadaciones que hacen que el viento circule en la direccion que se desea.

En el descanso de cada piso están situados los cuartos para las veladoras ó vigilantes, además de las que velan á las enfermas.

Inmediato á cada salon se ve en cada piso un grande almacen con ropa, colchones y lo necesario para mantener en estado perfecto de aseo todas y cada una de las camas.

La lavandería, la cocina y las dependencias todas de este hospital, son la realizacion del ideal, todo lo que pueden tener de más práctico la caridad y el bien.

Enrique me decia:

—Como este hospital hay muchos: el de Belevue es un modelo, y hay verdadero esplendor en cuanto á los aparatos é instrumentos médicos que se fabrican en los Estados-Unidos con toda perfeccion, aunque haya persona que prefiera los franceses.

En estas conversaciones descendimos las escaleras todas, siempre conducidos por nuestra amable guía.

Estábamos en un extenso salon dividido por hileras de columnas y dispuesto con extraordinaria decencia, con sillas, mesas y cierto aparato de bienestar.

—Este es elbassement, me dijo la señorita Jhonson, y el salon el que se destina á las consultas de los pobres.

Los médicos todos del establecimiento tienen obligacion de pasar aquí cierto tiempo atendiendo á las consultas de losinfelices, suministrándoles la casa, las medicinas y los cuidados en operaciones ligeras.

—Además, añadió Enrique, hay multitud de boticas que tienen sus asignaciones para los pobres, sostenidas por las Juntas de caridad. Es increible el número de personas que disfrutan de este beneficio, que en obsequio de la verdad, desempeñan siempre con el mayor gusto y con provecho, porque aquí la gran dificultad es darse á conocer.

Nada es exagerado, continuó con calor Enrique, de cuanto hayan dicho á vd. respecto de beneficencia y caridad en Nueva-York.

Como vd. ha visto, la grande iniciativa parte del impulso privado: el Gobierno se adhiere á lo establecido, desprendiéndose de la administracion oficial.

Con razon ha dicho el sabio Sr. Bachiller, que no es posible, en su juicio, que en ninguna otra parte del mundo tenga representacion más completa la beneficencia.

Las religiones todas compiten con ahinco en hacer prosélitos en el terreno del amor y del bien; la ciencia y la caridad en emulacion perpétua, inquieren todos los dolores para aliviarlos, todas las penas para prodigarles consuelo. Los ancianos, los ciegos, los dementes, el huérfano, la mujer abandonada, todos, ántes de hundirse, encuentran una mano que los salve.

En las inmediaciones de los templos; en los lugares más risueños por su posicion; en islas como Blackwell's, en medio de los campos, se levantan verdaderos palacios en que el amor brinda refugio á todas las miserias humanas.

Ya vd. ha visto el Instituto de ciegos; el de sordo-mudos es igualmente hermoso; en el Asilo de huérfanos se da educacion, hasta los 14 años, á 900 hospicianos. En el edificio de niños vagabundos se alimentan más de 700, año por año.

El término medio de emigrantes socorridos en su hospital peculiar, es de 450 personas. En la casa de industria, seiscientos niños han hallado amparo y trabajo.

Y todo esto sin ostentacion, brillando en todas partes el órden y la moralidad más pura, sin que nadie haga objeto de su explotacion, ni relacione con su posicion oficial, esta dedicacion santa al amor de los que sufren.

Alta, muy alta idea se cobra de los Estados-Unidos, con especialidad en un hospital y en una escuela. La libertad hace allí el apoteósis sublime del bien: la religion misma, como que se desprende de la influencia del interes sacerdotal, para entrar en la sacrosanta comunion de amor en que Dios se complace.

Los Informes de beneficencia y de educacion, puede presentarlos este pueblo como sus verdaderos títulos para ocupar rango eminente entre los pueblos más civilizados del globo; y esto lo escribo cuando rebosa hiel mi corazon, por lo injusto y lo depravado de la política de los politicastros, y de algunos gobiernos americanos respecto de mi patria.

La señorita Jhonson respondia á mis preguntas, completadas con señas; me explicaba, me tenia encantado con su finura, me estaba muriendo por aquella viejecita tan pura y tan linda.

Por supuesto que al despedirme, le solté una arenga que me tiene hasta ahora dulces los labios.


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