XVI

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Inquietud.—Noticias de las huelgas.—El 26 de Julio.—Decision de marcha.—Mi rumbo.—Gomez del Palacio.—Su traduccion del Tasso.—El Hotel San Julien.—Historia de una monja.—Un polluelo de bromita.

Las noticias que recibia yo de México eran cada vez más alarmantes por la salud de uno de mis hijos, Manuel Guillermo, á quien tenia agobiado una peligrosa enfermedad. Las calles, las casas, el estrépito de la ciudad y las conversaciones, como que me retenian á fuerza, como que me estorbaban las miradas con que mi alma pretendia seguir la suerte deparada á mi desventurado hogar.

Sentia como llorando en mis entrañas la sangre de mi hijo; yo queria que los traficantes, los periodistas, todos me hablasen de lo que mi corazon sufria, y el natural silencio de los extraños sobre mis penas, me hacia ver como desiertola Ciudad Imperio y como fieras y verdugos á sus numerosos habitantes.

Las noticias más y más alarmantes sobre las huelgas ocupaban las prensas; las escenas de horror que se producian un dia, las relataba la prensa al dia siguiente en todos los tonos, con todos sus detalles, encargándose la litografía, el grabado y la fotografía de representar los lugares, los horrores del incendio, las fisonomías de los batalladores, la agonía de las víctimas, los grupos de mujeres y niños entre el incendio y las matanzas espantosas.

Mi resolucion para verificar mi regreso, era efectuarlo por Tejas, no solo por conocer esa parte interesantísima de los Estados-Unidos, sino por ver por mis ojos y estudiar con cuanto detenimiento me fuese posible, la cuestion de la frontera, tan comprometida, en mi juicio, y tan digna de una séria atencion.

Hice presente mi decision á mis compañeros, y Gomez del Palacio, como he repetido mil veces, inagotable en bondades para conmigo, se resolvió á acompañarme en tan costosa é incómoda travesía, sin atender á sus molestias ni á sus sacrificios pecuniarios.

Despues de incidentes dolorosos, pero de interes muy privado para mi persona, quedó resuelta la marcha para dentro de dos dias, fijando un derrotero prolongadísimo, evitando pueblos incendiados materialmente por las inquietudes del Sur.

Como á pecador abandonado, vinieron á mi mente en tropel mis culpas acerca de mis estudios sobre Nueva-York.

Me parecia, como es, que mis apuntaciones superficiales é informes, no podian dar ni remota idea de mis impresiones; que habia descuidado los datos estadísticos; en una palabra, jamás tuvo más sincero arrepentimiento de sus culpas pícaro contrito. Para reparar mi falta, pretendia, como si fuese posible, verlo todo, examinarlo todo, y me embriagaba el ruido y caia en más imperdonables divagaciones.

Aquellos mil suntuosos edificios, como que me salian al paso á decirme: "¿Cómo te has olvidado de mí,Fidelillo, que no merezco un lugar en tus recuerdos?...." y tomaba un wagon con un propósito, torcia siguiendo otro y me dejaba caer rendido en un café, ó en el asiento de un parque, ó en uno de los teatritos que conocia como la palma de mi mano.

El Hotel San Julien en que habitamos está situado enWashington place, á dos dedos de Broadway.

Es un hotel de segundo órden, pero servido con esmero á la francesa, y en que el arreglo y la limpieza extremada le comunican cierta decencia y cierto buen tono universalmente reconocidos.

ElParlor, ó sea salon de recepcion, el comedor y el despacho, están en primer término, suben cuatro escalerillas á otros tantos pisos con angostos corredores, departamentos uniformes y muebles como vaciados en un mismo molde.

Escaleras y tránsitos están perfectamente alfombrados; el aseo escrupuloso mantiene en perfecto estado el edificio y las habitaciones, y hay su pintura blanca que pudiera llamarse la toalla de Vénus de puertas y chambranas, que las mantiene en juventud perpétua.

En las noches permanecia la puerta que da á la calle accesible á todos los huéspedes.

Hay multitud de criados; pero el servicio de las habitaciones está encomendado á irlandesas, que funcionan con la más severa disciplina.

Mme.Clermont, propietaria del hotel, se consagra dia y noche al excelente arreglo de la casa.

La Sra. Clermont es de mediana estatura, muy gruesa, de moreno subido, de ancha faz, ojos negros aterciopelados, roma y gruesa nariz, abren sus alas dos grandes bucles sobre sus sienes, que acentúan enérgicamente su fisonomía.

Encargada de un departamento estaba una irlandesa, alta como el plumero de un tambor mayor, comprimida de armazon, al punto que dudo que hubiera cabido entre su pecho y espalda un pliego de papel, y tan llena de vigorosas cuerdas y tendones, que sus manos y brazos parecian diseños en relieve de multiplicadas cañerías.

Maguet era el nombre de mi cuidadora, de blanco mate, de cabelloamelcochado, como de músico aleman dedicado al violonchelo, de ojos gatunos y arrebozados en espesas cejas, de boca grande y fresca, y de modales circunspectos pero expeditos, como de sacristan mayor en Juéves Santo.

Fornida como mi compadre el general Chavarría; concentrada y adusta como Mata, nuestro representante en Washington; dedicada á sus tareas con imperturbable asiduidad, como á sus máquinas Adorno, Orozco y Berra á la historia nacional y García Torres á pescar noticias para suMonitor, Maguet era, además, un tipo de honradez, de decencia y de bondad extrema.

Yo habitaba en compañía, como he dicho, de Gomez del Palacio, hombre estudioso, ordenado y limitadísimo en sus molestias á los demás.

Yo aparecia lo mismo, con la simple diferencia de ser en realidad todo lo contrario.

Maguet sondeó los caractéres de los dos huéspedes que estaban bajo su cuidado, y se supo manejar de modo que nos tenia encantados.

A Francisco se subordinaba, á mí se me imponia.

Con Francisco entraba en conversacion, ante todo porque Francisco posee el inglés. Yo, aunque para mí le hablaba perpétuamente en inglés, jamás me entendió palabra.

Mis frecuentes salidas, mi ninguna aptitud para dobleces de ropa, costuras y cuentas de lavanderas, zapateros y criados, tenia mi cuarto hecho una bola de gusto los primeros dias; la lavandera, la camisera, el zapatero, una dulcera italiana y muchachos vendedores de periódicos, armaban tertulias magníficas, y aquella libertad de comercio solia traer por consecuencias, camisas desaparecidas, zapatos nones, sombreros que cambiaban de dueño y toda la glorificacion del desbarato de un soltero.

A Maguet le daba á guardar mis escasos fondos y la encargaba de algunos pagos, porque es la misma probidad.

Luego que en las intimidades de su conciencia se persuadió que era necessario cuidarme, desparecieron como por encanto las visitas de mi cuarto, y ya no hubo debajo de la cama camisas que sacaran las mangas como pidiendo socorro, y me puso en un arreglo estupendo.

¿Queria yo salir? ¿llovia? Maguet bonitamente me quitaba el sombrero y lo hacia perdedizo.

Bufaba de coraje: Maguet ni reia ni se daba por aludida por mis señas. Era de matarla.

Cuando me veia escribiendo, con la mayor frescura meencerraba con llave, y al querer ó no, soltaba pliegos como una máquina.

Le pedia dinero, de modo que ella creyese que podia faltarme para lo preciso, y era más fácil hacer volar á un buey, más fácil oir cantar una cancioncilla andaluza á Bonifacio Gutierrez, tipo de inmutable sequedad, que conseguir un centavo.

Pero bueno, decia yo, esta mujer es mi providencia, quiero que me hable.... Soltaba alguna chanza, y aquella fisonomía de hielo nada decia. Me desesperaba....

Maguet, ya por su físico, ya por su moral, era refractaria á todo afecto, era su corazon de amianto, y no obstante, le estaba obligado por sus bondades.

Armaba cada campaña con mis estafadores, que se hundia el hotel, apechugaba como si fuera mi madre cualquier negocio que me atañia; al volver la cara, ya tenia un pantalon nuevo, ya me veia obligado á afeitarme, ya me ponia frente á frente de un sacerdote irlandés á quien le habia de dar informes de México, pero con el designio de ponerme en contacto con gente de pró.

Necesidad vital de sentir afectos, halago innato del alma cuando se relaciona con otro sér, aquellos cuidados purísimos, aunque envueltos en brusquedad, aquella solicitud, aliviaban mis penas.

Maguet me gobernaba á su antojo luego que caia bajo su dominio; y Gomez le concedia la razon siempre que estallaban mis impertinencias en los altercados.

Jamás Maguet se tomó licencias que pudiera interpretar la malicia; jamás recibió gratificacion sino de manos de Francisco.... solo cuando arregló nuestros baúles para lapartida, con sus ojos inundados en lágrimas, sospechamos que aquella pobre mujer nos tenia afecto....

Seria una ingratitud indigna no consignar en mis Viajes el nombre de Maguet. Lo consigno, ¡vamos! con toda mi voluntad, y que salga el sol por Antequera.

Despues de mi última conversacion con Iglesias el 26, entré á mi cuarto, y Maguet comprendió á la primera ojeada de sus ojos de gato, que no se trataba de carbonato, ni de parche para los callos, ni de una contrariedad pasajera. Salió de la pieza, volvió con un trozo enorme de hielo, lo echó á nadar en el jarro de agua que habia constantemente en la mesita del centro del cuarto.... y desapareció....

Quise hablar á Gomez del Palacio; pero éste, para esas circunstancias críticas, tenia á mano su magnífica traduccion de la "Jerusalem," del Tasso.

No temo que la pasion por los talentos de amigo tan querido preocupen mi juicio; por el contrario, tengo una especie de remordimiento, cuando recuerdo la severidad excesiva con que le hacia notar uno que otro que me parecia defecto, severidad tanto más imperdonable en mí, cuando soy, lo confieso, temerario en materia de incorreccion.

Pero ¡qué estro tan levantado el de Francisco! ¡qué emulacion con su modelo hasta embellecerlo y superarlo! ¡qué flexibilidad de talento para seguir en sus cambiantes armonías al poeta divino! ¡qué perspicacia para percibir delicadezas que se escapan á la sensibilidad más exquisita y penetrante!

Y sin embargo, el trabajo de Francisco es de puro solaz y pasatiempo; triunfo me costaba decidirlo á que me leyese: le decidia al fin, é iba desenrollando á mis ojos enamorados la série de cuadros encantadores del gran poeta que inmortalizóal capitan valeroso que el gran sepulcro libertó de Cristo.

¡Cómo sirvió aquella lectura de bálsamo á mis penas! ¡cómo deseo que termine aquella traduccion mi amigo, para honra de las letras y para satisfaccion muy privada de mi espíritu!

Era esta lectura mi primera recreacion poética; de la segunda voy á imponer más detenidamente á mis lectores; al cabo poco tenemos que hacer y mis entregas no son coches de sitio, que corren por horas.

Están vdes. para saber y yo para mal contar, que en las vecindades de mi cuarto, y no afirmaré precisamente si en mi mismo hotel, habia una beldad misteriosa de la que todos hablabansotto vocey que nadie conocia.

Decíase que era una gaditana espléndida, de aquellas que dieron tema á los sabios con su mirada para inventar la máquina eléctrica y el pararrayos; de aquellas que donde clavan la vista dejan una señal, como si se hubiera pegado una tea, y que producen con una sonrisa el dolor de muelas del corazon.

Pero á derechas, nadie conocia á la linda misteriosa, y esto mismo revestia de los encantos de la leyenda, cuanto se encaminaba á descubrir laincógnita.

Yo me retiraba al hotel muy noche, tanto, que al pedazo de noche en que se verificaba mi llegada, le solian poner por mal nombrelas dos y las tres de la mañana.

Y á hora tan importuna y silenciosa, cuando hasta las paredes parecian dormir por lo cerrado de los párpados de lasventanas, en el cuarto de la bella se veia una chispa de luz de gas, se oia una tosecilla reprimida, hija del amago de la tísis y del insomnio, y se oia á veces el ruido entrecortado del sollozo furtivo contenido, como si él pudiera constituir una impertinente revelacion.

A pesar de que aquella luz y aquella tos nada tenian de particular, las noticias vagas de la hermosura de aquella mujer, la obstinacion con que se ocultaba á todas las miradas, el silencio que guardaba la vieja irlandesa, única persona que penetraba en el cuarto, la disposicion de mi espíritu ó lo que se quiera, me formaron una novela de amor, de lágrimas, de desesperacion y de misterio, que me tenian enajenado.

Oculté cuidadoso hasta de mi sombra mi curiosidad, que yo (sesenton bárbaro), equivocaba con la alucinacion romancesca, y me propuse entrar en relacion con aquella mujer, de cualquiera manera que fuese.

Es de advertir que el cuarto de la gaditana estaba precisamente al terminar la escalera de uno de los pisos, de suerte que cualquiera detencion se hacia notable, por tratarse de un lugar de tránsito contínuo.

Seducir á la irlandesa, era pretender lo imposible; entablar contestacion con Maguet, era buscarme un ruido; aventurar una pregunta, un peligro; fingir una equivocacion, un desaguisado, un escándalo; acudir al correo, infructuoso; hacer una publicacion alusiva enEl Herald, inútil: en una palabra, no habia esperanza.

Entónces me propuse escribir cualquier cosa y fingir que mi escribiente equivocaba el cuarto y por arrojar el papel bajo mi puerta, lo arrojaba bajo la de la incógnita, poniendoal calce de la supuesta copia:—"Copia de la leyenda dela Monja, para el Sr. D. Guillermo Prieto."

De esa manera me ponia yo á cubierto en cualquiera aclaracion.

Con los vagos datos que poseia yo de una gaditana viuda, en la flor de la vida, hermosa como el lucero de la mañana y encerrada en las cuatro paredes de un hotel, en país extranjero, hice mi composicion de lugar y sembré y cultivé en mi cerebro la leyenda dela Monja.

Tenia mi leyenda como epígrafe el sublime pensamiento de Santa Teresa, que dice:Compadezco á Satanás porque no ama. Y en esa introduccion, que era como el eco de los sollozos comprimidos que yo habia escuchado alguna vez, cuando dilatando mis pasos y comprimiendo mi aliento habia pasado frente al cuarto de la desconocida, lamentaba mi alma la desesperacion de no amar; el frio del desamparo, la queja muriendo sin eco, la tortura de la orfandad del alma, cuando la vida cae como la piedra que se desprende de la ruina, como la gota de lluvia que se embebe en la arena ó acaba, como la planta, con las raíces destrozadas, que tiene la existencia doliente de una luz fugaz; y terminaba la introduccion ofreciendo contar la historia de unamonjasepultada en un claustro, entre los recuerdos de una tumba adorada y el desierto de no amar ante sus ojos.

Como se supone, las alusiones todas eran trasparentes á lo sumo; en cada inflexion del ritmo pretendí que vibrase un acento de pasion.

Escribí, puse al calce de mis versos aquello de "Copia para D. Fulano," y esperé la hora propicia para deslizar mi carta debajo de la puerta de mi vecina.

Es de advertir que viviamos mi vecina y yo en dos pisos diferentes; ella en el primero, yo en el tercero, y á la distancia de media cabecera de las nuestras.

Las ventanas de la gaditana daban cerca de la esquina, de modo que la luz dibujaba en la pared del frente con mucha imperfeccion las sombras, ó las rompia en la sombra de la calle.

Mis ventanas daban frente á las puertas laterales de un gran hotel, que estaban cerradas durante el dia; pero entrada la noche, tenian gran tragin, abriéndose, cerrándose, interponiéndose entrantes y salientes, apareciendo y desapareciendo la luz interior con desesperante persistencia.

La noche que me resolví á deslizar mi introduccion al cuarto de la vecina en el hotel, parece que habia una conspiracion contra el comun sosiego.

El banquero inglés del primer piso tuvo tertulia y bebieron y disputaron los hijos del Támesis como energúmenos.

Un matrimonio mal avenido dispuso una separacion temporal, y aquello era movimiento y bulla que espantaba.

Una maestra de música del último piso, que era un hipopótamo musical, berreó solfeos con sus discípulas, de aturdir, y Mme.Clermont jugabaecartéen elParlorá la una de la noche, con la frescura de si estuviera oscureciendo.

Yo no sentia interes alguno por la gaditana; pero me presumia que iba á ser aquella aventura un motivo de solaz en mis horas de insoportable fastidio; por otra parte, como tenia cierto viso poético, creí el episodio aquel muy digno de ocuparme.... mejor dicho, ahora pienso todo esto; entónces no me daba cuenta de por qué hacia yo semejante locura.

Como si tuviese quince años, me sentia ansioso é impaciente, sentia aletear sobre mis cabellos canos mis dulces ilusiones de la juventud, y léjos de parecerme ridículo, me parecia mi empeño un delicioso fraude á la vejez.

Cesaron al fin todos los ruidos: yo, que me habia quedado leyendo periódicos en el despacho, entre los criados que roncaban en ruidosa competencia, subí las escaleras como una sombra, me detuve como un malhechor frente al cuarto, distinguí la imperceptible raya de luz bajo la puerta, me acerqué, tendíme casi en el suelo del quicio, y disparé mi papel con cuanta fuerza me fué posible, despareciendo rápido en las sombras.

Entré á mi cuarto, quedé atento al menor ruido.... silencio profundo.... Saltaba mi corazon y no podia pegar los ojos.

Al siguiente dia se me figuraba que todo el mundo me habia descubierto, y que era objeto de todas las conversaciones la aventura; pero nada: pasé al frente de la ventana.... y nada.... Pues, señor, aquí dió fin la comedia; ¿y para esto tanta precaucion y tanto susto....?

A prima noche, miento, como á las nueve de la noche, en vez de las listas de la celosía que se dibujaban con constancia en la pared de enfrente, la ventana estaba abierta..... yo todo me volvia ojos, no sé cómo no me desbarranqué de mi ventana.... De pronto, se dibujó una sombra, ¡correcto perfil! ¡qué enhiesto talle! ¡qué explosion de rizos trémulos sobre el cuello y la torneada espalda! y al ir adelante en mi exámen, la sombra se hundia en la sombra de la calle, ¡y aquello era de desesperar!

A veces me parecia que tenia aquella mujer angélica, porque así habia de ser, mi papel en la mano, mi verso sinduda; pero creia que se prolongaba: no es un periódico, es mi papel, y á la sombra.... ¿En esa sombra habia alguno? ¿Ese es un brazo humano, ó es el brazo de una cruz, ó el extremo de un mueble....?

Mi sombra era otra cosa, abria los brazos, mostraba papeles; pero las cambiantes de la pared que la pintaba, el abrirse y cerrar de las puertas aquellas, las volvia grotescas, me hacian figurar como un mono haciendo cabriolas.

La ventana superior cerróse como siempre, y yo traté de olvidar con mis amigos mi aventura.

Al regresar en la noche, por supuesto á hora oportuna, me sorprendió muy agradablemente que hiciera sensible mi presencia la mayor luz bajo la puerta: yo me eché á nado, porque tal era mi postura en el pazadizo.... ví entónces trasparente, blanquísima nube; percibí algo de perfume embriagador, se interceptó la raya de luz y ví que algo se deslizaba por la alfombra, al mismo tiempo que dentro del cuarto se extinguió totalmente la luz.

Tendí la mano, palpé un libro pequeño y me retiré á mi cuarto.

Encendí el gas, hasta que quedó como alumbrada por el sol mi estancia.... ví el libro.

Era un pequeño y preciosísimo Album forrado de terciopelo azul, con sus cantoneras de oro; incrustado en la pasta del libro habia un pequeño relicario con una miniatura de Santa Teresa de Jesus.

Abrí el Album, y en la primera hoja, con letra, humillacion y vergüenza del grabado, decia:

"La Monja.—Copia de una leyenda del Sr. D. Guillermo Prieto, poeta mexicano."

Aquello era de acalambrarse, de desmorecerse: ¿por qué no tenia veinte años ménos? ¿por qué no realizar y desenlazar como es debido esta leyenda, para dejar á estos yankees con un palmo de narices? ¡Hombre, Prieto, mírate al espejo! ¿Y que más da? ¿Está prohibido á los viejos tener corazon?

Ilusion que nace en mí,Que de mi llanto brotó,¿Puedo renunciar á tí?¿Qué dice el amor? que nó,¿Y la reflexion? que sí....

Ilusion que nace en mí,Que de mi llanto brotó,¿Puedo renunciar á tí?¿Qué dice el amor? que nó,¿Y la reflexion? que sí....

Ilusion que nace en mí,Que de mi llanto brotó,¿Puedo renunciar á tí?¿Qué dice el amor? que nó,¿Y la reflexion? que sí....

Ilusion que nace en mí,

Que de mi llanto brotó,

¿Puedo renunciar á tí?

¿Qué dice el amor? que nó,

¿Y la reflexion? que sí....

Y de esta manera ensartaba mis versos, sin sentir, hasta que oia la tos de Francisco, á quien oculté cuidadoso lo que me pasaba, pero á quien no dejaba dormir.................

En manera alguna podia interpretarse la accion de mi desconocida como interes, ni mucho ménos como amor, puesto que no me conocia, y aun conociéndome, entónces más se alejaban esas probabilidades.

No obstante, aquello de "poeta mexicano" mucho me lisonjeaba, no lo puedo negar; pero entónces, y suponiendo sin conceder que yo mereciese tal dictado, lo natural era suponer el deseo de leer versos mios á falta de otro quehacer.

Todo esto es muy cierto; pero es de tal modo miserable la condicion humana, que tal puerilidad, tal quimera, me preocupaban y sentia mi corazon como con arrimo, como en la patria del sentimiento, como en comunion con otro espíritu que me comprendia y se identificaba con mis penas.

Yo interpreté el envío del libro como aprobacion y demanda de la leyenda, y para prolongarme el placer de laaventura y procurarme motivos de comunicacion, resolví escribir diariamente parte de la leyenda, llevarla y recoger el libro á la siguiente noche.

Pero, bueno; ¿y dónde estaba la tal leyenda? Era forzoso crearla, y hé ahí cómo la engendró mi fantasía. Va de leyenda.

En México, mi adorada patria, suponia yo, habia un convento casi á extramuros de la ciudad, cuya totalidad estaba ocupada por religiosas de muy severa regla, ménos la espalda del mismo edificio, del que aislándosele un patio lóbrego y de elevados y robustos muros, se habia hecho prision para los reos políticos.

A esa misma espalda, en la parte elevada del edificio, daban ventanas de algunas celdas de religiosas, y en la parte inferior ventanas de la prision con macizas rejas de hierro embutidas en la pared y á una altura competente para evitar toda comunicacion por la calle.

Quien hubiera pasado, en el tiempo que voy á referirme, por la espalda del convento á deshora de la noche, habria descubierto dos puntos luminosos: el del cuadro de la ventana superior, claro y marcando el cuadrado irregular de la ventana de la celda, y las rejas de la prision débilmente iluminadas. Los puntos sobre que acabamos de llamar la atencion, se reproducian en la pared del frente del convento, como en un espejo.

Sepamos ahora la historia de los dos séres que en medio del mundo y cada uno como en un desierto, hacian á la noche confidencias de sus dolores.

Adela, este es el nombre de la monja, vivia feliz en una de las fincas de campo de su padre cercanas á la capital;allí conoció y amó á Rodrigo Alvarado, jóven de las principales familias de México, y sus primeros amores corrieron apacibles como aura blanda entre aromáticas plantas. Pero al estallar la revolucion de la Reforma, tomó Rodrigo las armas en su defensa, y esto desató una persecucion, un odio tremendo de parte del padre de Adela, apasionado partidario de la causa clerical.

Sea porque fuesen frecuentes las invasiones á las fincas de campo, sea por sugestiones del encono, metieron á Adela á un convento, le hicieron creer á poco que Rodrigo se habia casado, y hundida en llanto, enloquecida, tomó el hábito, para acabar sus dias en el retiro y en la penitencia.

Rodrigo se distinguió en las armas, se hizo uno de los caudillos de más prestigio, y mal herido en la accion de Carretas, cerca de San Luis Potosí, fué conducido á México, y despues que se restableció, le encerraron en la prision de los reos políticos.

No es difícil creer, en las circunstancias por que atravesaba mi país, una incomunicacion completa de los amantes, y ménos difícil si recordamos la regla severísima de la religion en que Adela profesó.

El consuelo único, la compañía, la esperanza de Rodrigo era aquella luz de la ventana superior que alumbraba como una mirada tierna el antro en que estaba sumergido. El mimaba la luz, la acariciaba, la recibia como la visita de una alma compasiva á su espíritu desamparado; era el alma de su alma, el sol de su ternura.

Fijos los ojos en su luz querida, vió llegar una vez á su centro un bulto: se dibujaba perfectamente su cabeza envuelta en la toca monjil, las anchas mangas del hábito profuso, las manos delicadas.... Parecia arrodillada: sin duda habria algun altar ó alguna imágen á su frente.

La aparicion se verificaba todas las noches.

Unas veces la monja arrodillada se postraba haciendo su sombra un bulto informe; pero aquella cabeza temblaba. ¿Eran sus sollozos? ¿pegaba á la tierra sus labios gemidores para que no robase el viento los secretos que solo deberia saber su tumba? ¿En ese prolongado suicidio del claustro se escapaban á esos labios pegados al suelo, acentos que engendraba la ternura y se traducirian por despecho y blasfemia?

Otras veces el bulto negro enclavijaba sus manos, tendia sus brazos elocuentes, dejaba como derribar su cabeza hácia atrás y parecia entregar desesperada el pecho al dolor que la desgarraba, y otras, alzando los brazos, la cabeza erguida, el andar acelerado, aparecia y desaparecia en el claro de luz, como perdida en la demencia, hasta que extinguida la luz, se sepultaba la terrible vision en las tinieblas.

Era una necesidad para Rodrigo ponerse en comunicacion con la monja desconocida; pero cualquier esfuerzo equivalia á la realizacion de lo imposible.

Aventurándolo todo una noche, decidió, por medio del canto, dar á conocer su existencia en aquella mazmorra.

La voz de Rodrigo no tenia cultivo alguno; pero era un barítono claro, vibrante y apasionado.

Pero el cantar de Rodrigo moria en su tumba, no rebosaba un solo sonido, en su juicio, las altas rejas de su prision.

Sin embargo, á los oidos de la monja llegaron unos rumores vagos, unos ecos que parecian la forma de sus másrecónditos recuerdos. Atraida por la voz, despues de extinguir la luz, se asomó á la ventana y se fijó en la iluminada reja del prisionero. Este, entre tanto, arrimó el banco de su cama á la pared, colocó sobre él una mesa, despues una silla, escaló por los muebles, se asió de la reja y pegó en ella su semblante.

Entónces creyó escuchar un grito reprimido y oyó distintamente que se cerraba la ventana con estrépito.

La monja, aunque interceptado por las rejas, habia creido percibir el perfil de una cabeza, de un rostro, un conjunto que la perseguia despierta y en sueños, que era el culto de su desgarrado corazon....

Acaso le pareció una vision que para su castigo le presentaba el enemigo de las almas.

Por algun tiempo no se volvió á ver la luz de la celda.

Las noches de luna eran la desesperacion de Rodrigo, no solo porque habia transeuntes en aquella frecuentemente desierta calle, sino porque dando la luna en el muro, borraba y hacia más indecisa la luz artificial.

El continuó en sus cantos con esperanza remota de atraer la luz. Una vez, agobiado de tristeza, queriendo desahogar sus dolores en ecos que formulasen las angustias de su corazon, preludió eseAdiosde Schubert, vibracion de agonía arrancada al ángel caido en el momento de dejar para siempre la morada celestial, canto de lágrimas que si no lo hubiese formulado el génio humano, se diria que es una evocacion eterna de los eternos dolores.

Adela era apasionada de la música de Schubert, y elAdiossu melodía favorita.

A las primeras notas, se sintió conmovida en lo más hondo de su alma; despues encendió su luz.... despues pudo percibir Rodrigo el bulto negro en agitacion febril.... y al morir sollozando aquellas notas divinas.... tendia la monja enloquecida los brazos, como para detenerlas, como para estrecharlas y esconderlas en el sagrado de su corazon.

Rodrigo, por su parte, adhiriendo á las rejas algunas tiras de madera que arrancó de su banco y de su mesa, pudo figurar estas letras: TE AMO, y esperó que la noche hiciese la revelacion.

Dos dias despues, á la hora de la siesta, vió caer de la ventana polvo, luego como tallos inútiles de flores, y al último, rozando con su ventana, pétalos de rosa, de los que uno solo que empujó el viento dentro de la prision, tuvo por relicario los labios de Rodrigo y fué su talisman idolatrado.

De esa manera imperfecta, trasmitiendo á la pared figuras adivinadas más que comprendidas, las relaciones tuvieron fomento, aunque envolviéndolas de contínuo negras sombras de duda y misterio.

La escala formada con los muebles, el mejor humor del prisionero, alguna astilla de los palitos que le servian para formar sus letras, se hicieron perceptibles á la intolerante policía y resolvieron cambiar su prision, tanto más cuanto que Aureliano Rivera, simpático y audaz caudillo de la Reforma, amagaba la capital y habia hecho dentro de ella incursiones temerarias.

Rodrigo esperó la noche dos dias ántes de su partida, y con voz desgarradora entonó suAdios.... Las últimas notas del doloroso canto vibraban en el viento, cuando con la misma luz de su prision distinguió fuera de la reja un hilo ácuyo extremo oscilaba una carta.... en esa carta Adela sugeria al prisionero los medios de fugarse.

La carta estaba fuera de los hierros de la ventana, á muy poca distancia, pero intomable.... la desesperacion era extrema; arrancó uno de los piés á una silla, lo adelgazó, le puso otro palo pequeño formando gancho, atrajo á sí el hilo; pero sin duda dió en algun punto cortante del palo, que lo trozó.... cayendo la carta al suelo, de donde fué recogida, produciéndose escándalo espantoso.

Ejerciéronse con Adela todo género de crueldades; se disponian á fusilar á Rodrigo los enemigos de la libertad; tocaban á un desenlace sangriento los sucesos.... cuando se escucharon disparos de artillería en la plaza mayor, repicaron las campanas del convento.... y la multitud, rompiendo puertas, derribando obstáculos, penetró triunfal en los claustros, gritando "¡Viva la Reforma!" y proclamando á Rodrigo como uno de sus héroes más ilustres....

Acomodándose Rodrigo á las creencias de la familia de Adela, se dirigió al Santo Padre por medio de un letrado distinguido, haciendo ver que era Adela víctima de un engaño y que no tenian validez sus votos monásticos.

Los hombres de todas las opiniones, los teólogos más ilustres, los más escrupulosos sacerdotes, esperaban que la decision del Santo Padre abriese á los amantes las puertas de la felicidad!......

Tal era la leyenda que escribí en verso, sin quedarme con una copia; la dividí en capítulos, procurando que en cada uno de ellos fuese creciendo el interes y multiplicando las alusiones, segun las peripecias de mi situacion particular.

Como he indicado, dejaba una noche el Album y lo recogia á la siguiente noche; pero nada avanzaba en mis pesquisas.... la luz que reflejaba la ventana me delineaba la linda figura, pero inmóvil, fria, con una silueta de estatua que me desesperaba.

Yo no sé cómo no me quedé litografiado en el quicio de aquella puerta, porque realmente me estampaba para distinguir algo que disipase mis dudas.... nada: la orla de seda de un vestido espléndido, dos piesecitos como dos pichones, que corrieran entre encajes.... y unos dedos de marfil y rosas que hubiera querido besar, si los labios, como debiera ser, tuvieran la facultad de volverse pinzas.

Pero la detencion frente de aquel cuarto era imposible; una vez me habian encontrado inclinándome al suelo, y yo saqué un cerillo fingiendo buscar una moneda; otra vez el lapicero era lo perdido; otras habia extraviado camino.

Algo debió notar Maguet de mis inquietudes, porque cuando volvia la cara, aunque fuese muy noche, estaba con una luz esperándome, y yo me daba á los demonios y seguia mi leyenda.

Cuando en ella llegué al punto delAdiosde Schubert, no hubo aparicion en el círculo de luz; pero á poco de estar en la ventana, tendió sus alas aquella melodía sublime y una voz sobrehumana iluminó mi alma, empapando de lágrimas mis ojos.

Al siguiente dia de haber aludido en uno de los capítulos de miMonjaá la lluvia de pétalos de rosa, en una de las entradas que dí á mi cuarto, ví en la mesa del centro un espléndido ramillete de rosas blancas, atados sus tallos con un liston negro; redoblé mis tentativas, aunque solia decirme: ¿A qué este empeño? ¿qué designio me guía? ¿qué siento en mí que pueda justificar una inquietud tan injustificable en mis años?

Hice coincidir el capítulo de la carta suspendida del hilo, con mis anuncios de partida, y por último, á uno de mis amigos le rogué, la noche que deslicé bajo la puerta la conclusion de mi leyenda, que cantase en mi cuarto, como cantó en efecto con voz dulcísima, apasionada y dolorida, elAdiosde Schubert....

En el claro que formaba en la pared la luz del cuarto de la gaditana, ví inmóvil, como si proyectase la sombra una estatua de mármol, el bulto, los contornos y el perfil correcto de mi aparicion: con la última nota se extinguió la luz, envolviéndome en el silencio y el misterio.

Por más activas que fueron mis pesquisas, no pude hacer aclaracion alguna; por más audaces que fueron mis tentativas para conseguir copia siquiera de mi manuscrito, nada pude obtener; creo que los versos de esa leyenda, es de lo ménos malo que he hecho en mi vida.... Ni sospecha, ni conjetura, nada dejó en pos de sí la inspiradora de mi leyenda dela Monja.

Cuarenta y ocho horas precisas me quedaban para decir mis adioses á Nueva-York, que como he dicho, como que me rodeaba con su tumulto de palacios, sus ruidos, las cruces de sus telégrafos, su tropel aéreo de cúpulas y banderas y su conjunto arrebatador.

Levantándome estaba cuando entró en mi cuarto un jovenzuelo llamado M. Fayar, alegre como un fandango, movible como una ardilla y vestido como un corredor de caballos, lo que le hacia aparecer doblemente expedito.

—M. Guillermo, vd. será por mí; yo quiere con vd. muchas muchachas señoritas.

—Chico, es cosa que no me repugna en ninguna circunstancia; pero estoy ocupadísimo.

—Pero vd. no decir nada de este en su Viaje.

—Hombre, en mi Viaje hablo bastante de este ramo y es lo mismo en todas partes, tratándose de los Estados-Unidos, con la diferencia de que aquí toman las cosas colosales proporciones.

—Ya verá vd. salones en toda forma, en cuyo menaje están invertidos capitales inmensos; haria vd. conocimiento con hermosuras de casi todas las naciones del globo.... y mucho contento.

—Amigo, he tenido en mi mano una Guía de forasteros ó Directorio, que se vende á los viajeros para sus visitas de confianza, y en ese librito constan todas las particularidades apetecibles para las visitas de confianza. Por otra parte, yo no he querido escribir unManual del Calavera, sino consignar simplemente mis impresiones, y esto en la esfera limitada y con la superficialidad consiguiente á quien hace sus apuntaciones por ferrocarril: ya vd. lo ve, aquí, anualmente, se publican gruesos volúmenes, sobre cada uno de los departamentos de la administracion, sobre cada uno de los establecimientos de beneficencia, sobre cada uno de los servicios públicos; ¿qué puedo yo hacer, sino índices, indicaciones y notas que pongan de manifiesto mi deseo de que en mi país se conozcan y estudien estos pueblos?

—Esta bien, creo que vd. hace más de lo posible; peroni siquiera de M. Rails habla vd., y está llenando el mundo su proceso.

—No me he podido imponer á fondo. ¿Vd. conoce bien ese cuento?

—Bien, bien, no; pero un poquito, que está curioso. ¿Vd. conoce la Quinta Avenida que da entrada al Parque Central?

—Perfectamente.

—Se ha fijado en cuatro ó cinco palacios de mármol, que forman esa entrada, y llaman la atencion por su opulencia?

—Si, señor.

—Pues uno de esos palacios es de la persona de quien se trata.... De una abortivista.

—¿Qué me cuenta vd?

—Que es unaprofesoradel artede quitar estorbos, y que en contacto con personas muy acaudaladas y con hijas de familias menesterosas, hizo una inmensa fortuna.

Vivia en la opulencia hace muchos años; se jactaba de las mejores relaciones; en su casa se daban convites y habia tertulias espléndidas; pero cate vd. que por su mal, se organiza una Sociedad furibunda, nombrada "Preventiva del crímen," y las cosas cambian de aspecto.

La Sociedad es de lo más benéfico y curioso que vd. se puede imaginar. Compónese de personas poderosas, de probidad intachable y de habilidad notoria.

La Sociedad se constituye en amparo de la jóven á quien se pretende pervertir, de perseguidora implacable de garitos y casas de prostitucion, de azote de ladrones y todo género de malhechores; tiene sus abogados, su policía diligentísima y está perfectamente relacionada.

El abogado de la Sociedad mencionada acusó á M. Rails de su infame profesion; puso ella en accion sus relaciones, amagósela con una prision; para eludirla se le pidió una fianza de cien mil pesos, que la ilustre profesora puso en depósito....

Entónces la policía, por medio de sus agentes secretos, acudió á mil ardides, hasta que al fin logró tender una red sutilísima en que cayó la abortivista.[3]

[3] En estos últimos dias, y ya publicándose mis Viajes, se supo que M. Rails se habia suicidado: descubiertos sus crímenes, se metió en un baño y se abrió las venas.

Tambien es curiosa la causa hecha á un doctor de Nueva-York, que cultivaba el mismo comercio.

—Ya he dicho á vd., repliqué á M. Fayar, que sobre estos particulares creo me he extendido lo bastante en San Francisco, y que ahora serian fastidiosas mis repeticiones.


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