XXIII
Visita al general Ord.—Su familia.—Paseo vespertino.—Encuentro con M. Rève.—El Album de M. Rève.—El Sr. Leal.—En el campo.—Adioses.—El Dr. Cupples.—Otra tertulia.
Uno de nuestros primeros cuidados al siguiente dia de la comida en la casa del doctor, fué corresponder sus visitas al Sr. General Ord, persona que, como he dicho, habia tenido la bondad de buscarnos dos distintas ocasiones.
Nos informamos de que era muy madrugador y de que la hora más cómoda para recibir en su casa, eran las nueve de la mañana.
La habitacion del General Ord distará deMinger-Hotelcosa de cien pasos. Está situada la casa en un verde prado y tiene su pórtico, sus ventanas con sus celosías verdes en sus dos pisos, sus amplios corredores sombreados portupidas enredaderas, y los adornos rústicos á que son muy afectos los americanos.
Apénas anunciamos nuestra visita, cuando salió el mismo General á recibirnos, llevando de la mano á una preciosa niña de doce años, esbelta y ligera como una cervatilla, vestida de blanco y sus anchos listones azules flotando, pendientes de su sombrerillo de paja.
Saludó el General en inglés á Gomez del Palacio; yo fuí saltando con mi ignorancia, como lo tenia de costumbre.
Entramos á un fresco saloncito con vistas al campo; en el centro del saloncito, en una mesa, habia grandes álbums, al fondo un hermoso piano.
Presentónos el General á su señora, alta y airosa matrona, que jugaba con otra niña risueña y traviesa.
La señora entabló conversacion con Gomez del Palacio, muy agradablemente, y yo tuve ocasion de retratar á mi sabor al General Ord.
Es el General de mediana estatura y configuracion comun, el pelo entrecano y caido sobre la morena y modesta frente, la nariz roma, la fisonomía semi-redonda.
Hay al frente de la casa de Correos, un sastre á quien todos llamamos el maestro Lima, que tiene perfecta semejanza con el General Ord.
Grueso chaqueton azul envolvia su busto hasta muy abajo de su cuadril; su pantalon era de dril blanco con pronunciadas rodilleras; su sombrerillo de paja con su liston negro.
—Sr. General, le dije, vd. sabe español y no es justo que me haga tartamudear este inglés, que me va á producir una enfermedad de garganta.
El general rió de buena gana, y primero fingiendo sorpresa y despues desembarazado y alegre, empeñó conmigo su conversacion.
El General Ord es reposado y frio; su instruccion me pareció profunda y variada, y en cuanto á sus conocimientos históricos, me complació la exactitud de sus juicios.
Gomez del Palacio se habia captado el cariño de las niñas, y la señora le trataba como á un antiguo amigo.
Propuso el General que almorzásemos juntos en nuestro hotel, que era donde asistian á su familia, y allá nos dirigimos en alegres pláticas.
Francisco tomó á la señora del brazo, y el General y yo los escoltamos.
Entónces aventuré con suma precaucion algunas palabras sobre nuestra frontera: por lo poco que hablamos conocí que el General estudia perfectamente la cuestion que le está encomendada, conoce todos los vados del rio, los accidentes del terreno, los jefes de los indios, y uno á uno los habitantes de los ranchos que colindan con el rio.
De nuestros generales, de sus costumbres, de sus relaciones, tiene abundantísimas noticias, aunque cuida con suma sagacidad de no dar á sus estudios otro carácter que meras indagaciones conexas con su carácter militar.
Sobre algunos puntos me pareció su juicio parcial, y con una imprudencia de que me arrepiento, le dije:
—No hay indios ni bandidos, señor General; hay política, hay tierras, hay zona libre, haygéneros de algodon, y hay intereses.... y no derechos.
El General, riendo, pero un tanto contrariado, me dijo:
—Hábleme vd. de soldado.... de soldado....
—Pues, paso redoblado.... y á almorzar.
Fué muy agradable nuestro almuerzo: la familia nos ofreció su casa con estimacion particular, y quedamos en vernos otra vez ántes de partir.
En la tarde de ese dia procuré aislarme: pretendia como reconstruir con mis recuerdos el tiempo pasado; queria, por uno de esos artificios frívolos del dolor, recorrer los mismos lugares que en otros tiempos, evocar las propias ideas y esperar que un soplo de resurreccion me devolviese los objetos que ha perdido para siempre mi corazon.
Cuando el tiempo deja en pié la ruina; cuando sobreviven la piedra y el árbol, como que quedan séres á los que interrogar por el pasado: es el cadáver dando testimonio de la vida que pasó; pero cuando todo desaparece y se sustituye en metamórfosis imposible, entónces el muerto es quien presencia esa fatal evolucion; es la renovacion completa de otros séres, de otros edificios, de árboles pobladores de los ántes desiertos campos; el contrasentido lo formamos nosotros, el advenedizo es ese viajero de otra capa geológica del tiempo, á quien recibe con indiferencia este mundo, en que no tenemos sino una representacion inconsecuente.
Así es la vejez, y ella, no mi persona, parece pasear por aquellos lugares trasformados. Tomé, entre estancias con jardines, entre calles de árboles gigantescos, el rumbo solitario, en otro tiempo, de una tristísima llanura, al norte de la ciudad.
No existia la llanura; amplio camino limitado por las cercas de los sembrados, me condujo al lugar en que tenia costumbre de sentarme en 1866, y donde confiaba á Dios y al espacio las hondas tribulaciones de mi alma.
El lugar á que me refiero está á dos millas poco ménos de la ciudad.
En aquel sitio, entónces de soledad grandiosa, al frente de horizontes que permitian vislumbrar el infinito, dejaba como flotar mi espíritu en esa voluptuosidad del ensueño, en que parece que nos arrullan cantos de otros mundos, que nos ofrecen sonriendo la inmortalidad.
Me sacó de mi meditacion el galopar lejano de un caballo, cuyo ginete tenia el aspecto de los rancheros de mi país; aquel hombre llamó mi atencion, y la llamó más, porque se dirigia resueltamente á mí. Acercóseme, en efecto, me preguntó mi nombre, se lo contesté; puso en mis manos una carta, leí el sobre, y cuando levanté los ojos, el hombre habia desaparecido. Despues supe que era dependiente de un amigo mexicano que tenia un rancho á tres leguas de San Antonio.
Abrí curioso mi carta, y contenia otra de México; la desdoblé ansioso y cayó un papelito al suelo, papelito que yo recogí.
Eran unos signos, que no letras, de una mano idolatrada, inciertos, borrados con lágrimas; eran los últimos adioses de mi santa madre, que habia muerto levantando su cabeza adorada para oir mis pasos....
No, no es posible que renueve aquí aquel momento de dolor infinito; me siento herido del espectáculo de mi angustia....
Las moradas campestres sonreian á lo léjos blanqueandoentre los árboles, feraces sementeras con sus matices de esmeraldas y oro, se tendian en los campos con pompa risueña, los ganados se congregaban con sus mil sonorosos ecos, para descansar en sus establos, y pura y silenciosa en el cielo de Occidente, la estrella vespertina brillaba en el cielo como simbolizando el recuerdo sagrado de la mujer de cuyas entrañas recibí la vida.
Contra uno de los postes de uno de los cercados, coloqué mi cartera, saqué mi lápiz, y tracé los versos que siguen, como quien deja una flor, despues de besarla reverente, sobre un sepulcro querido. Dicen los versos:
Madre, mi santa madre, mi luz de aurora,Mi linfa trasparente de fuente pura,Bendicion de mi vida, reina y señoraDe mi ternura.——Estrella de mi cielo de dulce niño,Regazo en que sonriendo quieto dormia,Búcaro de azucenas para el cariñoDel alma mia.——De Dios sobre tu frente miré el reflejo,Apacible brillando sobre mi cuna,Cual matutina estrella sobre el espejoDe la laguna.——Contra tí me abrigabas en el tormento,Tu pecho haciendo escudo de mi cabeza,Arrullo enamorado, flor de contentoDe mi pobreza.——¿Oyes, madre, estos ecos en que suspiraEl canto que los otros estro creyeron?Son tus besos que vibran sobre mi lira,De tí nacieron.——Tú me viste de hinojos, Vírgen del cielo,Balbutiendo sus preces en tu presencia;Tú eras límpido arroyo cruzando el sueloDe mi inocencia.——Mi amor, mi linda madre, ¿por qué en tu pechoHirió sin que lo viese la fatal suerte....?Tendiéndome los brazos sobre tu lecho,Te halló la muerte....——¡Perdon! yo dí á tus canas luto y quebranto,La hiel de mis pesares fué tu bebida:¿Lo ves? sufro el castigo.... mira mi llanto,Madre querida.——Sola, sin mí luchando con el ahoguío,Del morir doloroso con voz doliente,Delirando clamabas: "Deja, hijo mio,Besar tu frente."——Ampárame piadosa, mis pasos guía,Veme por tí de hinojos, madre y señora;Y contigo en los mundos de eterno dia,Mire la aurora....!——
Madre, mi santa madre, mi luz de aurora,Mi linfa trasparente de fuente pura,Bendicion de mi vida, reina y señoraDe mi ternura.——Estrella de mi cielo de dulce niño,Regazo en que sonriendo quieto dormia,Búcaro de azucenas para el cariñoDel alma mia.——De Dios sobre tu frente miré el reflejo,Apacible brillando sobre mi cuna,Cual matutina estrella sobre el espejoDe la laguna.——Contra tí me abrigabas en el tormento,Tu pecho haciendo escudo de mi cabeza,Arrullo enamorado, flor de contentoDe mi pobreza.——¿Oyes, madre, estos ecos en que suspiraEl canto que los otros estro creyeron?Son tus besos que vibran sobre mi lira,De tí nacieron.——Tú me viste de hinojos, Vírgen del cielo,Balbutiendo sus preces en tu presencia;Tú eras límpido arroyo cruzando el sueloDe mi inocencia.——Mi amor, mi linda madre, ¿por qué en tu pechoHirió sin que lo viese la fatal suerte....?Tendiéndome los brazos sobre tu lecho,Te halló la muerte....——¡Perdon! yo dí á tus canas luto y quebranto,La hiel de mis pesares fué tu bebida:¿Lo ves? sufro el castigo.... mira mi llanto,Madre querida.——Sola, sin mí luchando con el ahoguío,Del morir doloroso con voz doliente,Delirando clamabas: "Deja, hijo mio,Besar tu frente."——Ampárame piadosa, mis pasos guía,Veme por tí de hinojos, madre y señora;Y contigo en los mundos de eterno dia,Mire la aurora....!——
Madre, mi santa madre, mi luz de aurora,Mi linfa trasparente de fuente pura,Bendicion de mi vida, reina y señoraDe mi ternura.——Estrella de mi cielo de dulce niño,Regazo en que sonriendo quieto dormia,Búcaro de azucenas para el cariñoDel alma mia.——De Dios sobre tu frente miré el reflejo,Apacible brillando sobre mi cuna,Cual matutina estrella sobre el espejoDe la laguna.——Contra tí me abrigabas en el tormento,Tu pecho haciendo escudo de mi cabeza,Arrullo enamorado, flor de contentoDe mi pobreza.——¿Oyes, madre, estos ecos en que suspiraEl canto que los otros estro creyeron?Son tus besos que vibran sobre mi lira,De tí nacieron.——Tú me viste de hinojos, Vírgen del cielo,Balbutiendo sus preces en tu presencia;Tú eras límpido arroyo cruzando el sueloDe mi inocencia.——Mi amor, mi linda madre, ¿por qué en tu pechoHirió sin que lo viese la fatal suerte....?Tendiéndome los brazos sobre tu lecho,Te halló la muerte....——¡Perdon! yo dí á tus canas luto y quebranto,La hiel de mis pesares fué tu bebida:¿Lo ves? sufro el castigo.... mira mi llanto,Madre querida.——Sola, sin mí luchando con el ahoguío,Del morir doloroso con voz doliente,Delirando clamabas: "Deja, hijo mio,Besar tu frente."——Ampárame piadosa, mis pasos guía,Veme por tí de hinojos, madre y señora;Y contigo en los mundos de eterno dia,Mire la aurora....!——
Madre, mi santa madre, mi luz de aurora,
Mi linfa trasparente de fuente pura,
Bendicion de mi vida, reina y señora
De mi ternura.
——
Estrella de mi cielo de dulce niño,
Regazo en que sonriendo quieto dormia,
Búcaro de azucenas para el cariño
Del alma mia.
——
De Dios sobre tu frente miré el reflejo,
Apacible brillando sobre mi cuna,
Cual matutina estrella sobre el espejo
De la laguna.
——
Contra tí me abrigabas en el tormento,
Tu pecho haciendo escudo de mi cabeza,
Arrullo enamorado, flor de contento
De mi pobreza.
——
¿Oyes, madre, estos ecos en que suspira
El canto que los otros estro creyeron?
Son tus besos que vibran sobre mi lira,
De tí nacieron.
——
Tú me viste de hinojos, Vírgen del cielo,
Balbutiendo sus preces en tu presencia;
Tú eras límpido arroyo cruzando el suelo
De mi inocencia.
——
Mi amor, mi linda madre, ¿por qué en tu pecho
Hirió sin que lo viese la fatal suerte....?
Tendiéndome los brazos sobre tu lecho,
Te halló la muerte....
——
¡Perdon! yo dí á tus canas luto y quebranto,
La hiel de mis pesares fué tu bebida:
¿Lo ves? sufro el castigo.... mira mi llanto,
Madre querida.
——
Sola, sin mí luchando con el ahoguío,
Del morir doloroso con voz doliente,
Delirando clamabas: "Deja, hijo mio,
Besar tu frente."
——
Ampárame piadosa, mis pasos guía,
Veme por tí de hinojos, madre y señora;
Y contigo en los mundos de eterno dia,
Mire la aurora....!
——
La caida de las sombras, no me permitió continuar.
En una tabaquería de la calle principal, abrí, por la bondad de amigos mexicanos, el despacho de los recuerdos de la crónica y de la guerra.
M. Suvervielle, á quien ya conocemos y á quien todo el mundo llama D. Antonio con la mayor familiaridad; M. Poinsart, picante y decidor; Elliot, bebedor empedernido de cerveza; Leal, amante de México como pocos, armábamos grescas de hundirse el mundo.
A ese punto regresaba despues de mi paseo vespertino; pero ántes de poner el pié en el quicio de la puerta, me asió de los brazos, como con dos tenazas de hierro, un personaje al que voy á tener el honor de presentar á mis lectores.
Trátase de un hombrecillo de quien de pronto no se pueden descubrir sino dos ojos de azul de cielo, que se ven como claros de firmamento entre desgarradas nubes, y echo mano de la comparacion porque no sé cómo describir una cara llena de manchones y calados de tizne, en la que lo único que alcanza claridad, son los ojos.
De debajo de un retruécano de fieltro, que llamaremos sombrero, desgobernado y caido por todas partes, se descuelgan, danzantes y haciendo columpio, guedejas de blancos cabellos.
El cuello, que tiene el aspecto de un clarin boca arriba, está triunfante de dos picos que han salvado los límites de una pechera de cuero, sosteniendo la existencia oculta de la camisa.
Velludos brazos al descubierto, pretina insuficiente dejando en huelga el abdómen, zapatazos de aplanar losas, con la punta hácia arriba, y el tacon avergonzado cubriéndose con la planta.
Tal es mi amigo, frances de orígen, maquinista famoso, adorador de Víctor Considerand y de Alfredo de Musset, mi íntimo amigo desde 1866 y hombre de capacidad privilegiada.
—Este es el plagio, M. Guillermo, y vd. viene á tomar lagoutteconmigo, á mi pobre casa, que vd. conoció, á la orilla del rio, á dos pasos de su hotel.
—M. Rève, (así llamaba yo á mi amigo por lo soñador y por lo ideal), allá voy; pero aviso primero á Francisco.
—No, amigo mio, nuestros amigos esperan impacientes, y sobre todo, mis niñitas que he mandado que no se acuesten hasta que vd. las conozca y les dé su beso de bendicion.
—En marcha, M. Rève, en marcha, y no necesitaba vd. tanto para derretir mi corazon de mantequilla. Veamos á mi linda paisana (porque de México es la hermosa señora de M. Rève), que me conozcan las chicas, les haré suertes y les contaré cuentos, y nosotros, dije tarareandoLa Descente aux Enfersde Beranger
"Tant q'on le pourra, lariretteOn se damnera lariza,L'on trinquera,Chantera,Aimera, etc."
"Tant q'on le pourra, lariretteOn se damnera lariza,L'on trinquera,Chantera,Aimera, etc."
"Tant q'on le pourra, lariretteOn se damnera lariza,L'on trinquera,Chantera,Aimera, etc."
"Tant q'on le pourra, larirette
On se damnera lariza,
L'on trinquera,
Chantera,
Aimera, etc."
Caminamos alegres á la casita de M. Rève, situada á poca distancia del hotel, escondida en una quiebra de la loma que da al rio y tocando en él su precioso jardin.
Para llegar á la casa se desciende entre árboles, y se baja un alto y tendido escalon, y en el declive ó rambla que va al rio, perdida entre enredaderas y árboles frutales, circundada de vistosísimas flores, está la casita blanca con sus persianas verdes, su pórtico gracioso y sus chimeneas arrojando humo.
M. Rève llegó armando zambra, corrian á competencia sus niñas, el perro iba y venia, caracoleaba entre la gente y se empinaba sobre sus patas traseras para alcanzar el pecho de mi amigo: la señora se adelantó tambien como una chica, gritando: "Fidel, Sr.Fidel, muy bien venido, venga vd. aquí con sus amigos." Triple salva de palmadas y vivas nos recibieron.
M. Rève, despues de un rato de ausencia, volvió limpio, cepillado, peinado y vestido como cualquier prójimo de los que pisan alfombras y se pavonean derramando en los salones esencias de buen tono.
La casita estaba como escondida entre las flores, las piezas son pequeñas, pero reverberando de limpieza y de propiedad y buen órden.
Los amigos que me esperaban eran los mismos que en otro tiempo me llenaron de atenciones; se notaban más canas, más hondas las arrugas de la frente; pero aquellos veteranos del trabajo reian, decian sus chistes picarescos y tenian el corazon abierto de par en par para las expansiones de los tiernos afectos.
Hablábamos de todo, reiamos sin saber de qué; en marcha triunfal invadimos una mesita redonda en el comedor, en la que presidia, entre ramos de frescas flores, un candelabro con una pirámide de luces en el centro, y la señora y las niñas desaparecieron, no sin quedar comprometido á visitarlas al siguiente dia.
Entónces tuvo todo su vuelo la charla; hablóse del prodigioso movimiento de la poblacion. Supe allí que las relaciones con Chihuahua no se interrumpian, y que por el contrario, inmigraban muchos peones de aquellos pueblos, atraidos por la alza de sus jornales.
—¡Oh! los jornales por un lado y la leva por otro, han traido aquí muchos mexicanos.
—Por lo demás, aquí no se ha observado en todo su rigor el sistema yankee que vd. conoce. Ellos, en sus adquisiciones en otros puntos, han hecho la division de tierras; agentes y jueces dependen del Gobierno general: hácese la division, se proclama una ley de impuestos, gravando las tierras no cultivadas é imponiendo graves penas á los que no cultiven; así se verifican los robos con todo el aparato de la justicia; suele acudirse á la autoridad; la autoridad, como los jueces, deciden en favor del Estado y nace el pingüe tráfico de las tierras plumas: por ejemplo, desplumar con este procedimiento á los hacendados mexicanos, seria cosa de un abrir y cerrar de ojos.
Dióse otro giro á la conversacion, se repitieron los bríndis, y M. Rève, en un momento en que consideró su efecto teatral, se levantó, fué á las piezas interiores y volvióconduciendo un hermosísimo álbum que colocó sobre la mesa.
Tenia el álbum, en las caras exteriores de la pasta, dos miniaturas deliciosas de paisajes.
—Aquí tiene vd., M. Guillermo, este álbum que está muy bonita, y que yo compra, porque vd. trabaque por mí. Yo quiere de la poesía de vd.; pero no por el vieco Rève ni por su casita, y sus niñitas y su moquier, que estás muy particular; yo quiere un versa de fantasie poetique.
—Recuerdos de la patria, decia uno.
—Recuerdos de la juventud, decia otro.
—¡Oh, no! M. Prieto; vd. me pintas un vieca muy enamorado, y botellas y muchachas bonitas, y siempre no estás contenta, porque es vieco, y porque no tiene contra el alma.
—¡Magnífico! Venga la pluma, déjenme poner mi tren de escribir sobre la chimenea, y allí escribo y vdes. siguen charlando, y me dan aviso cuando se trate de beber.
M. Rève, loco de contento, me surtió de lo que necesitaba, y yo, sin más ni más, abriendo el libro, dejé caer sobre sus tersas hojas los siguientes versos, en medio de los ¡hurras! los repetidos bríndis y las frecuentes interrupciones:
Pedí ¡insensato! al contentoSus goces, ¡vano delirio!Y fué añadir el martirioA lo intenso del tormento.Entre el loco aturdimientoDe la fugaz alegría,Mi placer apareciaCual desgarrado celajeEsparcido en el ropajeDe la tempestad sombría.——Me brindaban con un cieloEntre lúbricos excesos,Mujeres que con sus besosIban á matar mi duelo,Y fué amargo el desconsuelo,Cuando las ví indiferente,Y me hirieron hondamenteLos garfios de mi suplicio,Aun pegando contra el vicioLas arrugas de mi frente.——Ave de incierto destinoQue dulces cantos exhala,Cuando entrega incauta el alaAl revuelto torbellino,Arroyuelo cristalinoQue su corriente serenaVa sepultando en la arenaBuscando lechos de flores,Alma tierna y sin amoresQue se consume en la pena,——¿Por qué al Champaña espumanteLe pides olvido infiel,Cuando lo tornas en hielCon ese llorar constante?¿No miras en tu semblanteSombras de la senectud?¿No ves que á la juventudEspantáras, libertino,Viendo tuerces el caminoAl lecho del ataúd?——¡Piedad! piedad! solo pidoCon el alma dolorida,Dar raudales de mi vidaPor una gota de olvido,Quedar un tanto dormidoSin que me punce el furorDe recuerdos de dolorQue se ceban en mi daño,Aunque le llame en mi engañoAl opio asesino, amor.——Aguila que al cielo miraHerida y de luz bañada,Y es más triste su miradaSi mirando al sol espira;Rama que en los mares giraAl vago soplar del viento,Y es en su luchar violento,Sobre las olas infieles,Recuerdo de los verjelesQue fueron nuestro contento.——Me escuchas ¡oh jóven bella!Y á mí tu voz no se atreve,Porque te convierte en nieveLo acerbo de mi querella.Acércate y atropellaMi dolor con tu alegría,Dime mi bien, vida mia,Deja besar tu cabello,Deja que esconda en tu cuelloMi semblante y mi agonía.——Vibra en tu cútis la vidaComo en pétalos de rosa,Con el íris luminosaGota de agua suspendida.Deja el alma enloquecidaAdormecerse en tu encanto,Deja que me envuelva el mantoQue receloso te viste....Tiemblas, ¡ay! fué que sentisteSobre tu cuello mi llanto!——Sí, tiembla! tiembla, mujer!Torna mi llanto irrision,Que profana la ilusionEl que degrada el placer.Vende el mágico poderDe tus auroras tempranas,De tus caricias livianas,De tu hechizo, de tu rango,A quien no arrastre en el fangoLa santidad de las canas.——Deja que la vieja encina,De su follaje entre el velo,Descubra con luz divinaPedazos de azul de cielo,Deja con su triste dueloA mi corazon desierto,Deja que mi labio yertoGima por la airada suerte,Porque puedo sorprenderteCon las caricias de un muerto.——¡Oh! no, vivir es gozar,Y son bellos, alma mia,Los cánticos de la orgíaCuando gime airado el mar.Dulce me será espirarDel contento en el exceso,Contemplando tu embelesoY exhalando enloquecidoEl alma, no en un gemido,Sino en la llama de un beso.——Venga la dicha supremaQue la locura desata....Pero tu contacto mataY esa mirada me quema.Maldicion, odio, anatema,Son tu mirar y tu aliento;En tí busqué aturdimientoPorque estaba delirando,Y miro que estoy llorandoDel dolor de mi tormento.G. Prieto.
Pedí ¡insensato! al contentoSus goces, ¡vano delirio!Y fué añadir el martirioA lo intenso del tormento.Entre el loco aturdimientoDe la fugaz alegría,Mi placer apareciaCual desgarrado celajeEsparcido en el ropajeDe la tempestad sombría.——Me brindaban con un cieloEntre lúbricos excesos,Mujeres que con sus besosIban á matar mi duelo,Y fué amargo el desconsuelo,Cuando las ví indiferente,Y me hirieron hondamenteLos garfios de mi suplicio,Aun pegando contra el vicioLas arrugas de mi frente.——Ave de incierto destinoQue dulces cantos exhala,Cuando entrega incauta el alaAl revuelto torbellino,Arroyuelo cristalinoQue su corriente serenaVa sepultando en la arenaBuscando lechos de flores,Alma tierna y sin amoresQue se consume en la pena,——¿Por qué al Champaña espumanteLe pides olvido infiel,Cuando lo tornas en hielCon ese llorar constante?¿No miras en tu semblanteSombras de la senectud?¿No ves que á la juventudEspantáras, libertino,Viendo tuerces el caminoAl lecho del ataúd?——¡Piedad! piedad! solo pidoCon el alma dolorida,Dar raudales de mi vidaPor una gota de olvido,Quedar un tanto dormidoSin que me punce el furorDe recuerdos de dolorQue se ceban en mi daño,Aunque le llame en mi engañoAl opio asesino, amor.——Aguila que al cielo miraHerida y de luz bañada,Y es más triste su miradaSi mirando al sol espira;Rama que en los mares giraAl vago soplar del viento,Y es en su luchar violento,Sobre las olas infieles,Recuerdo de los verjelesQue fueron nuestro contento.——Me escuchas ¡oh jóven bella!Y á mí tu voz no se atreve,Porque te convierte en nieveLo acerbo de mi querella.Acércate y atropellaMi dolor con tu alegría,Dime mi bien, vida mia,Deja besar tu cabello,Deja que esconda en tu cuelloMi semblante y mi agonía.——Vibra en tu cútis la vidaComo en pétalos de rosa,Con el íris luminosaGota de agua suspendida.Deja el alma enloquecidaAdormecerse en tu encanto,Deja que me envuelva el mantoQue receloso te viste....Tiemblas, ¡ay! fué que sentisteSobre tu cuello mi llanto!——Sí, tiembla! tiembla, mujer!Torna mi llanto irrision,Que profana la ilusionEl que degrada el placer.Vende el mágico poderDe tus auroras tempranas,De tus caricias livianas,De tu hechizo, de tu rango,A quien no arrastre en el fangoLa santidad de las canas.——Deja que la vieja encina,De su follaje entre el velo,Descubra con luz divinaPedazos de azul de cielo,Deja con su triste dueloA mi corazon desierto,Deja que mi labio yertoGima por la airada suerte,Porque puedo sorprenderteCon las caricias de un muerto.——¡Oh! no, vivir es gozar,Y son bellos, alma mia,Los cánticos de la orgíaCuando gime airado el mar.Dulce me será espirarDel contento en el exceso,Contemplando tu embelesoY exhalando enloquecidoEl alma, no en un gemido,Sino en la llama de un beso.——Venga la dicha supremaQue la locura desata....Pero tu contacto mataY esa mirada me quema.Maldicion, odio, anatema,Son tu mirar y tu aliento;En tí busqué aturdimientoPorque estaba delirando,Y miro que estoy llorandoDel dolor de mi tormento.G. Prieto.
Pedí ¡insensato! al contentoSus goces, ¡vano delirio!Y fué añadir el martirioA lo intenso del tormento.Entre el loco aturdimientoDe la fugaz alegría,Mi placer apareciaCual desgarrado celajeEsparcido en el ropajeDe la tempestad sombría.——Me brindaban con un cieloEntre lúbricos excesos,Mujeres que con sus besosIban á matar mi duelo,Y fué amargo el desconsuelo,Cuando las ví indiferente,Y me hirieron hondamenteLos garfios de mi suplicio,Aun pegando contra el vicioLas arrugas de mi frente.——Ave de incierto destinoQue dulces cantos exhala,Cuando entrega incauta el alaAl revuelto torbellino,Arroyuelo cristalinoQue su corriente serenaVa sepultando en la arenaBuscando lechos de flores,Alma tierna y sin amoresQue se consume en la pena,——¿Por qué al Champaña espumanteLe pides olvido infiel,Cuando lo tornas en hielCon ese llorar constante?¿No miras en tu semblanteSombras de la senectud?¿No ves que á la juventudEspantáras, libertino,Viendo tuerces el caminoAl lecho del ataúd?——¡Piedad! piedad! solo pidoCon el alma dolorida,Dar raudales de mi vidaPor una gota de olvido,Quedar un tanto dormidoSin que me punce el furorDe recuerdos de dolorQue se ceban en mi daño,Aunque le llame en mi engañoAl opio asesino, amor.——Aguila que al cielo miraHerida y de luz bañada,Y es más triste su miradaSi mirando al sol espira;Rama que en los mares giraAl vago soplar del viento,Y es en su luchar violento,Sobre las olas infieles,Recuerdo de los verjelesQue fueron nuestro contento.——Me escuchas ¡oh jóven bella!Y á mí tu voz no se atreve,Porque te convierte en nieveLo acerbo de mi querella.Acércate y atropellaMi dolor con tu alegría,Dime mi bien, vida mia,Deja besar tu cabello,Deja que esconda en tu cuelloMi semblante y mi agonía.——Vibra en tu cútis la vidaComo en pétalos de rosa,Con el íris luminosaGota de agua suspendida.Deja el alma enloquecidaAdormecerse en tu encanto,Deja que me envuelva el mantoQue receloso te viste....Tiemblas, ¡ay! fué que sentisteSobre tu cuello mi llanto!——Sí, tiembla! tiembla, mujer!Torna mi llanto irrision,Que profana la ilusionEl que degrada el placer.Vende el mágico poderDe tus auroras tempranas,De tus caricias livianas,De tu hechizo, de tu rango,A quien no arrastre en el fangoLa santidad de las canas.——Deja que la vieja encina,De su follaje entre el velo,Descubra con luz divinaPedazos de azul de cielo,Deja con su triste dueloA mi corazon desierto,Deja que mi labio yertoGima por la airada suerte,Porque puedo sorprenderteCon las caricias de un muerto.——¡Oh! no, vivir es gozar,Y son bellos, alma mia,Los cánticos de la orgíaCuando gime airado el mar.Dulce me será espirarDel contento en el exceso,Contemplando tu embelesoY exhalando enloquecidoEl alma, no en un gemido,Sino en la llama de un beso.——Venga la dicha supremaQue la locura desata....Pero tu contacto mataY esa mirada me quema.Maldicion, odio, anatema,Son tu mirar y tu aliento;En tí busqué aturdimientoPorque estaba delirando,Y miro que estoy llorandoDel dolor de mi tormento.G. Prieto.
Pedí ¡insensato! al contento
Sus goces, ¡vano delirio!
Y fué añadir el martirio
A lo intenso del tormento.
Entre el loco aturdimiento
De la fugaz alegría,
Mi placer aparecia
Cual desgarrado celaje
Esparcido en el ropaje
De la tempestad sombría.
——
Me brindaban con un cielo
Entre lúbricos excesos,
Mujeres que con sus besos
Iban á matar mi duelo,
Y fué amargo el desconsuelo,
Cuando las ví indiferente,
Y me hirieron hondamente
Los garfios de mi suplicio,
Aun pegando contra el vicio
Las arrugas de mi frente.
——
Ave de incierto destino
Que dulces cantos exhala,
Cuando entrega incauta el ala
Al revuelto torbellino,
Arroyuelo cristalino
Que su corriente serena
Va sepultando en la arena
Buscando lechos de flores,
Alma tierna y sin amores
Que se consume en la pena,
——
¿Por qué al Champaña espumante
Le pides olvido infiel,
Cuando lo tornas en hiel
Con ese llorar constante?
¿No miras en tu semblante
Sombras de la senectud?
¿No ves que á la juventud
Espantáras, libertino,
Viendo tuerces el camino
Al lecho del ataúd?
——
¡Piedad! piedad! solo pido
Con el alma dolorida,
Dar raudales de mi vida
Por una gota de olvido,
Quedar un tanto dormido
Sin que me punce el furor
De recuerdos de dolor
Que se ceban en mi daño,
Aunque le llame en mi engaño
Al opio asesino, amor.
——
Aguila que al cielo mira
Herida y de luz bañada,
Y es más triste su mirada
Si mirando al sol espira;
Rama que en los mares gira
Al vago soplar del viento,
Y es en su luchar violento,
Sobre las olas infieles,
Recuerdo de los verjeles
Que fueron nuestro contento.
——
Me escuchas ¡oh jóven bella!
Y á mí tu voz no se atreve,
Porque te convierte en nieve
Lo acerbo de mi querella.
Acércate y atropella
Mi dolor con tu alegría,
Dime mi bien, vida mia,
Deja besar tu cabello,
Deja que esconda en tu cuello
Mi semblante y mi agonía.
——
Vibra en tu cútis la vida
Como en pétalos de rosa,
Con el íris luminosa
Gota de agua suspendida.
Deja el alma enloquecida
Adormecerse en tu encanto,
Deja que me envuelva el manto
Que receloso te viste....
Tiemblas, ¡ay! fué que sentiste
Sobre tu cuello mi llanto!
——
Sí, tiembla! tiembla, mujer!
Torna mi llanto irrision,
Que profana la ilusion
El que degrada el placer.
Vende el mágico poder
De tus auroras tempranas,
De tus caricias livianas,
De tu hechizo, de tu rango,
A quien no arrastre en el fango
La santidad de las canas.
——
Deja que la vieja encina,
De su follaje entre el velo,
Descubra con luz divina
Pedazos de azul de cielo,
Deja con su triste duelo
A mi corazon desierto,
Deja que mi labio yerto
Gima por la airada suerte,
Porque puedo sorprenderte
Con las caricias de un muerto.
——
¡Oh! no, vivir es gozar,
Y son bellos, alma mia,
Los cánticos de la orgía
Cuando gime airado el mar.
Dulce me será espirar
Del contento en el exceso,
Contemplando tu embeleso
Y exhalando enloquecido
El alma, no en un gemido,
Sino en la llama de un beso.
——
Venga la dicha suprema
Que la locura desata....
Pero tu contacto mata
Y esa mirada me quema.
Maldicion, odio, anatema,
Son tu mirar y tu aliento;
En tí busqué aturdimiento
Porque estaba delirando,
Y miro que estoy llorando
Del dolor de mi tormento.
G. Prieto.
No es describible el entusiasmo de mis amigos y las expresiones de gratitud de M. Rève, quien ofreció que nadie más escribiria en aquel libro, que él habia comprado como una cajita de oro para guardar un recuerdo de M. Guillermo.
Despues de las doce de la noche, y cuando las calles estaban totalmente oscuras, volví al hotel, donde hallé á Francisco muy preocupado con la cuestion del viaje.
En efecto, todas las facilidades que se ofrecen al viajero para trasportarse; toda la conciencia que adquiere de que está en vecindad inmediata y como unido á cualquier punto de los Estados-Unidos; la misma idea de la distancia que se limita y se borra al frente de una vía férrea, desaparecenluego que los vehículos escasean y que la corriente de transeuntes queda como arremolinándose y buscando salida por el conducto reducidísimo de un carro, un coche de colleras ó un guayin, como aquí sucede.
El guayin hacia viajes dos veces por semana y tardaba en su correría de treinta y seis á cuarenta horas, de San Antonio á Piedras Negras, tocando enFort Clarkpor una molestísima desviacion.
El guayin de Texas es como los que conocemos, de nueve asientos estrechísimos, con sus cortinas embreadas, su pescante y su estructura de cajon.
Pero uno es describir el mueble, y otro pasar en él treinta y seis horas mortales, en aquella prision rodante.
De todas maneras, la suerte quiso que demorásemos nuestra marcha por falta de vehículo, y así, no hubo más que apechugar con la situacion y pasar el tiempo lo ménos mal que fuese posible.
Entre las visitas que nos honraron, recibimos la de M. Douay, antiguo amigo de mi familia, persona de clarísima inteligencia y de excelente corazon.
La conversacion de M. Douay nos convenció de la necesidad de sostener en San Antonio activos agentes mercantiles, de que fuesen familiares á nuestros hombres públicos los periódicos de Texas, haciendo que se leyesen en las Cámaras, en las Bibliotecas, etc.; y recogí datos de mi amigo, que pienso utilizar en mis estudios económicos.
A las cuatro de la tarde, el Sr. Leal estaba en nuestro hotel con el objeto de presentarnos á su familia.
Compónese la familia del Sr. Leal, de su señora, un jóven de veinticinco años y una elegante y hermosa señorita.
La familia es netamente mexicana: desatóse la parvada de recuerdos de México, aleteando contenta y llevándonos por todos los lugares más gratos á nuestro corazon.
En el interior de la casa se ven flores por todas partes, cuadros con vistas de México, retratos de mexicanos notables amigos de la familia; y por aquí tejidos de gancho, por allá canastitas de abalorio en los estantes, los trastos con la simetría que suelen colocarse por nuestras señoras en el tinajero, coqueteando la loza de Guadalajara y la de Zinzunza, como representando orgullosa la nacionalidad de la familia.
La señorita cantó y tocó el piano con rara habilidad, el Sr. Leal hablaba de sus viajes y de las campañas de los indios, el chico nos queria instruir del estado actual de Texas, y la señora y yo traiamos al retortero memorias de épocas felices en nuestra patria y entre las personas que nos eran más queridas.
A la caida del sol vino un carruaje por nosotros; las señoras nos hicieron compañía y salimos á recorrer los alrededores de la ciudad.
Ya hemos dicho que la trasformacion ha sido completa: toda la orilla del rio la bordan arboledas y jardines, fincas de campo y estancias deliciosas; por todas partes deja sus huellas la abundancia y la paz, y en algunos puntos parece que ha servido de abono la extinguida miseria, para que aparezca más hermosa y floreciente la poblacion.
La visita del Sr. Leal nos fué en extremo grata.
Entre tanto, á nuestro regreso al hotel se nos dió parte de que quedaban allanadas todas las dificultades, y que dentro de tercero dia partiriamos paraPiedras Negras.
Hicimos nuestros aprestos al siguiente dia, y en la noche nos dirigimos á despedirnos de M. Cupples.
La noche estaba oscurísima; aunque en la calle principal habia algunos billares ybar-roomscon luz, al torcer para la casa del doctor se veia negro el horizonte y flameando debilísimo el gas de los faroles, entre el ramaje de los árboles.
Penetramos por el jardin como en excursion misteriosa; tanto así era el silencio que por todas partes reinaba.
Tocamos la puerta; un criado diligente nos abrió y subió con nosotros la escalera.
En la casa se nos esperaba: el saloncito estaba iluminado, la luz que salia de las ventanas resbalaba en los profusos cortinajes de enredaderas del corredor.
Katy y su mamá, despues de saludarnos, sirvieron el café, como de costumbre, diciéndome que el doctor estaba un tanto indispuesto.
La conversacion, con pretensiones de animada, caia en el silencio.... y volvia trabajosa y como por llamaradas á encenderse, para agotarse de nuevo.
Al fin, la señora nos dijo que el doctor acababa de tener uno de sus terribles ataques del pecho que lo ponian á la muerte, y que aun no estaba fuera de peligro.
Katy lloraba, la señora hablaba de la diversion que se nos tenia preparada, y en la que habia puesto tanta diligencia el doctor, quien decia con mucha gracia, "que le habiamos llevado un cargamento de felicidad."
Ofrecimos nuestros servicios; no eran necesarios: Katy me presentó su álbum, y yo no sé qué escribí bajo la dolorosa impresion que me dominaba: puso en mis manos lalinda jóven una coleccion magnífica de poetas ingleses, en una lujosísima edicion.
Hondamente conmovidos nos despedimos Gomez del Palacio y yo de nuestros amigos, y cautos, silenciosos, conteniendo el aliento, comenzamos á bajar la escalera; ántes de tocar su término oimos un ruido, alzamos los ojos, y como un fantasma envuelto en su blanca sábana, sobre la que resbalaba la luz como en el mármol, apareció en lo alto de la escalera el doctor, que pálido, desencajado, saltó del lecho á darnos la mano de amigos de su corazon.
Las señoras le contuvieron, nosotros nos precipitamos para desaparecer; pero el doctor hizo un empuje y cayó cerca del término de la escalera, sacando por entre el barandal su brazo descarnado, pero como de alabastro, y diciéndonos:
—Amigos, adios.... mi D. Guillermo, adios.... mucho feliz México.
La noche, la luz única, el cadáver viviente que me despedia, el lugar aquel tan poblado de recuerdos, la conmocion del gran corazon de Francisco, me hicieron una impresion terrible.
Llegamos al hotel: Francisco se encerró á muerte en su cuarto sin hablar palabra; á mí me ahogaba la congoja.
Saqué una mecedora al corredor, y allí permanecí como enajenado, como hundido en estupor profundo mucho tiempo.
—Oiga vd., M. Praits, me dijo un desconocido que estaba, como yo, en el corredor tomando fresco.
—¿Qué mandaba vd., caballero?
—Que vd. se va mañana, y que quiero vd. tome un tragode esta cerveza, por Pancho y Manuelito que son muy queridos.
En efecto, era un jóven de la casa de Miguel y Juan Manuel Gonzalez que, como he dicho, fueron la providencia de los mexicanos que estuvimos en Texas en 1866.
Venciendo el estado de mi espíritu, entré al cuarto de Henry.
—Vd. alemana?
—No, Henry, bebo mejor la de San Luis. ¿De dónde viene vd. ahora?
—De la Laguna.
—Siempre el comercio.
—Sí, señor; pero ahora está perdido.
—¿Cómo hace vd. su comercio en la frontera?
—Yo de cualquier modo; pero en lo general es otra cosa.
—Veamos, cuénteme vd. algo, porque sabe que soy curioso.
—Pues otro trago, y abra vd. los oidos.
Los propietarios ó cultivadores de tierra de Texas tienen una manera de comerciar; otra los comerciantes extranjeros ó americanos no relacionados con México, y otra los rayanos ó comerciantes mezclados entre mexicanos y texanos.
De los primeros tiene vd. conocimiento por las noticias estadísticas, y ese tráfico está íntimamente enlazado con la activísima especulacion de tierras, que asciende á millones, y que da el cimiento sólido de la propiedad á esa increible inmigracion que cada dia se hace más importante, más rica y fecunda.
El solo cultivo del algodon bastaria para dar verosimilitud á esas trasformaciones casi instantáneas de desiertos en pueblos florecientes.
La vía férrea que une á Texas y sus puertos con el Sur y el centro de los Estados-Unidos, comunica preponderancia creciente á esa parte de la Union, desarrollándola en el sentido político y mercantil, de un modo que no me atrevo á explicar, porque Dios no me ha dado chirúmen para meterme en honduras.
Por ahora, y respecto de México, como para la comunicacion fácil y barata tienen los pueblos americanos el ferrocarril, á él acuden para el cambio de sus productos; y por agua, con el auxilio de ese propio ferrocarril, estarán en comunicacion con nuestras costas del golfo.
Los productores de Texas buscan sus mercados en el Norte y el centro de los Estados-Unidos, y esta asercion la puntualizan las tablas de su tráfico, y á esta clase me refiero respecto de los comerciantes no relacionados con México.
Es corto el número de comerciantes que solicitan efectos mexicanos para venderlos en los Estados-Unidos, y el tráfico, que no es muy cuantioso, consiste en pieles de chivo y lana en greña.
—Respecto de los rayanos, continuó el negociante, se toca la gran cuestion de contrabando, y eso tiene mucho que saber.
—Cabalmente es sobre lo que quisiera rectificar mis ideas, expuse yo.
—La cuestion de contrabando, siguió mi amigo, tiene tales proporciones, ha servido de muletilla ó comodin á tan encontrados intereses, se ha ligado á otros de un modo tanextraño, que cuando se le dan soluciones sencillas, una especie de desencanto nos sobrecoge, y creemos parto de nuestra ignorancia la aclaracion, sin ambages ni misterios.
Ante todo, es necesario fijarnos en la posicion geográfica.
Las poblaciones mexicanas que están á la orilla del rio, distan unas de otras, en sus cercanías á Matamoros, pocas leguas, como Reynosa, doce; Camargo, ocho; Mier, cuatro; Guerrero, trece ó catorce; pero aunque la distancia de unas á otras poblaciones es corta, el intervalo es de desierto cubierto de chaparros, de suerte que la vigilancia siempre es difícil.
De Mier á Guerrero hay doce leguas de desierto; de Guerrero á Laredo sesenta leguas, y de este punto á Piedras Negras, la misma distancia, poco ménos.
En esas cien leguas, que tienen de intermedio dos poblaciones aisladas, el rio abunda en vados que se atraviesan á pié, á caballo, en carreta y como se quiere. ¿Qué costo no tendria el establecimiento de líneas de resguardo eficaces? ¿A cuánto ascenderia el mantenimiento de cantones? ¿Cómo se haria eficaz un sistema de contraresguardos como los carabineros españoles, ó como las primeras líneas fiscales de Francia?
Al frente de cada poblacion mexicana hay una poblacion americana rodeada de rancherías, en donde pueden depositarse efectos que se sustraigan á toda inspeccion y hacerse impunemente el fraude.
El arancel americano permite el libre tránsito, por los Estados-Unidos, de los artículos que de allí y Europa van á consumirse á otros pueblos, y al atravesar la frontera, cubriendo toda responsabilidad con un certificado que acredite que han pasado el rio.
A veces una misma familia ocupa localidades de uno y otro lado del rio, sin que persona alguna extraña intervenga en sus tráficos.
Además de lo expuesto, hay hacendados de la frontera mexicana, que vienen muy frecuentemente á San Antonio á proveerse de efectos. A poca distancia del rio están sus tierras, y en ellas el seguro contra toda pesquisa.
Algunas fuerzas militares, sin respeto y sin dependencia del Ministerio de Hacienda, pueden impunemente favorecer el fraude, y ya se ha dado caso de que el comerciante haya hecho sus ajustes dentro de un cuartel, teniendo con eso todo género de garantías.
Por otra parte, como ese tráfico clandestino protege muchos intereses y sirve de sostén á muchas personas, poblaciones enteras se alian á los contrabandistas, los amparan y ocultan, llegando al extremo de que los comerciantes de buena fé no encuentran sirvientes, porque todos sirven con más gusto y mayor lucro á los contrabandistas.
La falta de atencion y la escasez de dotaciones á los contraresguardos, así como las circunstancias de emplearse personas que no conocen aquellas localidades, facilita la corrupcion de los empleados, y así el fraude es mucho más seguro.
Ultimamente ha aparecido y se ha hecho sensible otra causa accidental, que es decisiva en materias de contrabando, y es la falta de puntualidad en las pagas al ejército que guarnece la frontera.
Remitidos los libramientos por el Ministerio de Hacienda,los Jefes se ven precisados á descontarlos con pérdidas enormes; ¿y qué más motivo de desequilibrio y perturbacion que ese comercio?
Por último, la existencia de efectos sin salida en los Estados-Unidos, con especialidad de tejidos de algodon, hace que los comerciantes americanos, urgidos por la realizacion, den sus efectos á un ínfimo precio, á veces con enormes pérdidas, y esto desequilibra todo cálculo y hace irresistible el contrabando.
Por lo mismo, combinar la vigilancia con la baja del arancel, y por medio de un tratado hacer la vigilancia recíproca de las dos orillas del rio, es el medio único de atenuar los males inmensos del contrabando.
—Bien parlao, dijo uno de los convidados, cebando su vaso de cerveza; pero si ahora están las cosas tan turbias mediando el desierto, más lo estarán con la inmigracion: hay una sola línea de ferrocarriles que conduce más de treinta colonos diariamente.
—Eso, eso, dijo otro, mexicano por más señas; pero protegerá el Gobierno de los Estados-Unidos, les dispensará del pago de contribuciones, tendrá agentes y direccion, todo bien pagado y en regla.
—Nada de eso, dijo un Miguelito, listo como una avispa y que se habia enriquecido haciendo de corredor en estos negocios; nada de eso, el Gobierno general no tiene que ver en estas cosas.
El colono acude al Gobierno del Estado dueño de las tierras, se dirige al agrimensor, compra á treinta y dos centavos el acre, é inmediatamente y casi á la vez que construye su casa, siembra trigo, algodon, y plantea su cria de ganado. Las harinas de Texas se consideran supremas y han merecido premio en la última exposicion.
—Todo eso, interrumpió un viejo, depende de que aquí las aguas son abundantes y México tiene muy contados puntos en que puede hacer esas hazañas la colonizacion. De todas maneras, ella, al querer ó no, independiente de todo cálculo, tendrá que modificar el modo de ser de la frontera mexicana.
—Ayuda mucho al desarrollo prodigioso de Texas, la afluencia de comerciantes de los Estados del Norte y del N. O. que se instalan en éste.
Aquí se encuentra vd. poderosos capitalistas del Missouri, hijos del Norte: son los banqueros, y el tráfico con esos pueblos es cuantiosísimo. No hace seis meses, Fortwotch apénas contaba tres mil habitantes, poco más: hoy tiene ocho mil.
Las orillas del Rio Colorado rebosan en vida, Galveston es un puerto importantísimo, y á Austin no lo conoceria vd.: teatros, colegios, iglesias, monumentos, paseos y mejoras, brotan como por encanto, procediéndose como por improvisaciones, de un modo que deslumbra y aturde.
—Entre tanto, Sr. D. Guillermo, me decia tristemente el viejo, si fuera vd. por donde transitábamos, en la ribera de San Pedro, ya ni las tristes barracas, ni los humildes corrales, ni los insuficientes antros en que vivian los mexicanos, han quedado en pié; y unos fragmentos de ranchería, unos resíduos, es todo lo que queda de nuestra raza y de los señores de aquellas tierras.
Como el gravámen del impuesto se agrava á los terrenos cultivados, y los mexicanos están en la miseria, los rematesfiscales fungen de despojo y de confiscacion, y la ley es un instrumento terrible que consuma el robo con todas las fórmulas de la equidad y el bien.
Esta conversacion nos entristeció hondamente, y nos separamos silenciosos evitando cada quien la despedida.
LIT. H. IRIARTE, MEXICOGuillermo Prieto
LIT. H. IRIARTE, MEXICOGuillermo Prieto
LIT. H. IRIARTE, MEXICOGuillermo Prieto