51. Últimamente, por no incurrir Cervantes en lo mismo que reprendía de la vanidad de los libros caballerescos, y acordándose del fin que se había propuesto de hacer despreciables aquellas patrañas, hizo que Don Quijote de la Mancha, que como loco había sido llevado á su casa, encerrado en una carreta, como si fuese en una jaula, volviese luego en su juicio y confesase llana y cristianamente haber sido disparate todo cuanto hizo y obró por el deseo de imitar á aquellos caballeros andantes, puramente imaginarios.
52. Según lo dicho, ya se ve cuán admirable es la invención de esta grande obra. No lo es menos la disposición de ella, pues las imágenes de las personas de que se trata tienen la debida proporción y cada una ocupa el lugar que le toca; los sucesos están enlazados con tanto artificio, que los unos llaman á los otros, y todos llevan suspensa y gustosamente entretenida la atención del lector.
55. En orden al estilo, ¡ojalá que el que hoy se usa en los asuntos más graves fuese tal! En él se ven bien distinguidos y apropiados los géneros de hablar. Sólo se valió Cervantes de voces antiguas para representar mejor las cosas antiguas. Son muy pocas las que introdujo nuevamente, pidiéndolo la necesidad. Hizo ver que la lengua españolano necesita de mendigar voces extranjeras para explicarse cualquiera en el trato común. En suma, el estilo de Cervantes en esta historia de Don Quijote es puro, natural, bien colocado, suave y tan enmendado, que en poquísimos escritores españoles se hallará tan exacto. De suerte, que es uno de los mejores textos de la lengua española. Bien satisfecho de esto estaba el mismo Cervantes, pues dirigiendo el tomo segundo de la historia de Don Quijote al conde de Lemos, don Pedro Fernández de Castro, con inimitable gracia, con la cual supo encubrir las propias alabanzas, le dijo así: "Enviando á V. E. los días pasados mis comedias, antes impresas que representadas, si bien me acuerdo dije que Don Quijote quedaba calzadas las espuelas para ir á besar las manos á V. E.; y ahora digo que se las ha calzado y se ha puesto en camino, y si él allá llega, me parece que habré hecho algún servicio á V. E., porque es mucha la priesa que de infinitas partes me dan á que le envíe, para quitar el hamago y la náusea que ha causado otro Don Quijote, que con nombre de segunda parte se ha disfrazado y corrido por el orbe; y el que más ha mostrado desearle ha sido el grande emperador de la China, pues en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, ó por mejor decir, suplicándome se le enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese en lengua castellana, y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de Don Quijote; juntamente con esto me decía que fuese yo á ser el rector del tal colegio. Preguntéle al portador si su majestad le había dado para mí alguna ayuda de costa. Respondióme que ni por pensamiento. Pues, hermano, le respondí yo: vos os podéis volver á vuestra China á las diez, ó á las veinte, ó á las que venís despachado, porqueyo no estoy con salud para ponerme en tan largo viaje; además que sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros, y emperador por emperador, y monarca por monarca, en Nápoles tengo al gran conde de Lemos, que sin tantos titulillos de colegios ni rectorías me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto á desear. Con esto le despedí, y con esto me despido..., etc. De Madrid, último de Octubre de mil seiscientos y quince."
54. Examinada ya por sus partes la perfección de esta obra, y vista también la buena distribución y enlace de todas ellas, fácilmente puede pensarse cuán bien recibida debió ser esta insigne obra. Pero como salió en dos volúmenes, y cada uno de ellos en diferente tiempo, veamos cómo se recibieron, qué censuras padecieron y cuál es la que merecen.
55. El primer tomo salió en Madrid, impreso por Juan de la Cuesta, año 1605, en 4.º, dirigido al duque de Béjar, de cuya protección se congratuló Cervantes en unos versos que escribió al libro de Don Quijote de la Mancha, Urganda la Desconocida.
56. Una de las mayores pruebas de la celebridad de algún libro es el fácil despacho de él. Fué tal el que tuvo el primer tomo de esta historia de Don Quijote, que antes que Cervantes publicase el segundo, dijo en boca de Sansón Carrasco[78]: "Tengo para mí, que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia. Si no, díganlo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se ha impreso. Y aún hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y á mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca." Así ha sucedido, por cierto: de suerte que solamente de las traducciones se pudieraformar una larga relación. En otra parte introduce á Don Quijote, exagerando el número de los libros impresos de su historia, de esta suerte[79]: "He merecido andar ya en estampa en casi todas ó las más naciones del mundo. Treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia." En otra parte, la Duquesa (cuyos Estados hasta ahora no se ha podido averiguar cuáles son), hablando de la historia de Don Quijote, dice[80]: "De pocos días á esta parte ha salido á la luz del mundo, con general aplauso de las gentes." Mucho mejor se explicó el bachiller Sansón Carrasco, hablando de esta historia con el mismo Don Quijote[81]: "Es tan clara—dijo—, que no hay cosa que dificultar en ella. Los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y finalmente es tan trillada y tan leída, y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: allí va Rocinante. Y los que más se han dado á su lectura son los pajes. No hay antecámara de señor donde no se halle unDon Quijote. Unos le toman si otros le dejan; éstos le embisten y aquéllos le piden. Finalmente la tal historia es del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta ahora se haya visto; porque en toda ella no se descubre, ni por semejas, una palabra deshonesta ni un pensamiento menos que católico." Mucha razón tuvo Sancho Panza para hacer esta profecía[82]: "Yo apostaré, dijo Sancho, que antes de mucho tiempono ha de haber bodegón, venta ni mesón ó tienda de barbero donde no ande pintada la historia de nuestras hazañas." Así vemos que sucede y mucha más, pues no sólo en los mesones y casas particulares se hallan los libros de Don Quijote, sino en las más escogidas librerías, haciendo sus dueños una grande ostentación de esta historia, si por ventura logran tenerla de las primeras impresiones. Los más diestros burilistas, pintores, tapiceros y escultores están empleados en representar esta historia, para adornar con sus figuras las casas y palacios de los grandes señores y mayores príncipes. Aún viviendo Cervantes, consiguió la gloria de que su obra tuviese la aceptación real. Estaba el rey don Felipe, tercero de este nombre, en un balcón de su palacio de Madrid, y espaciando la vista observó que un estudiante, junto al río de Manzanares, leía un libro, y de cuando en cuando interrumpía la lección y se daba en la frente grandes palmadas, acompañadas de extraordinarios movimientos de placer y alegría; y dijo el rey: "Aquel estudiante, ó está fuera de sí ó lee la historia de Don Quijote." Y luego se supo que la leía; porque los palaciegos suelen interesarse mucho en ganar las albricias de los aciertos de sus amos en lo que poco importa. Mas ninguno de ellos solicitó á Cervantes una moderada pensión, para que con ella pudiese entretener su vida. Y por eso no sé yo cómo entienda aquella parábola del emperador de la China. Lo cierto es que Cervantes, mientras vivió, debió mucho á los extranjeros y muy poco á los españoles. Aquéllos le alabaron y honraron sin tasa ni medida. Éstos le despreciaron y aun le ajaron con sátiras privadas y públicas.
57. Por que no quede esta verdad á la mera cortesía de los lectores, produzcamos las pruebas. Ellicenciado Márquez Torres, en la aprobación que dió al segundo tomo de la historia de Don Quijote, después de una justísima censura contra los perversos libros de su tiempo, dice así: "Bien diferente han sentido de los escritos de Miguel de Cervantes así nuestra nación como las extrañas; pues como á milagro desean ver el autor de libros, que con general aplauso, así por su decoro y decencia como por la suavidad y blandura de sus discursos, han recibido España, Francia, Italia, Alemania y Flandes. Certifico con verdad que en 25 de Febrero de este año de 1615, habiendo ido el ilustrísimo señor don Bernardo de Sandoval y Rojas, cardenal arzobispo de Toledo, mi señor, á pagar la visita que á su ilustrísima hizo el embajador de Francia, que vino á tratar cosas tocantes á los casamientos de sus príncipes y los de España, muchos caballeros franceses, de los que vinieron acompañando al embajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se llegaron á mí y á otros capellanes del cardenal, mi señor, deseosos de saber qué libros de ingenio andaban más validos, y tocando acaso en éste, que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de Cervantes, cuando se comenzaron á hacer lenguas, encareciendo la estimación de que así en Francia como en los reinos sus confinantes se tenían sus obras,La Galateaque alguno dellos tiene casi de memoria, la primera parte de ésta y las novelas. Fueron tantos sus encarecimientos, que me ofrecí llevarles á que viesen el autor de ellas, que estimaron con mil demostraciones de vivos deseos. Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halléme obligado á decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre; á que uno respondió estas formales palabras: "¿Pues á tal hombre no letiene España muy rico y sustentado del Erario público?" Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza, y dijo: "Si necesidad le ha de obligar á escribir, plega á Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico á todo el mundo." Bien creo que esta para censura es un poco larga; alguno dirá que toca los límites del lisonjero elogio; mas la verdad de lo que cortamente digo, deshace en el crítico la sospecha y en mí el cuidado; además, que el día de hoy no se lisonjea á quien no tiene con qué cebar el pico del adulador, que aunque afectuosa y falsamente dice de burlas, pretende ser remunerado de veras." Pensará el lector que quien dijo esto fué el licenciado Francisco Márquez Torres; no fué sino el mismo Miguel de Cervantes Saavedra, porque el estilo del licenciado Márquez Torres es metafórico, afectadillo y pedantesco, como lo manifiestan losDiscursos consolatoriosque escribió á don Cristóbal de Sandoval y Rojas, su hijo, primer marqués de Belmonte, y al contrario, el estilo de la aprobación es puro, natural y cortesano, tan parecido en todo al de Cervantes, que no hay cosa en él que le distinga. El licenciado Márquez era capellán y maestro de pajes de don Bernardo Sandoval y Rojas, cardenal arzobispo de Toledo, inquisidor general; y Cervantes era muy favorecido del mismo[83]. Con que ciertamente eran entrambos amigos.
58. Supuesta la amistad, no era mucho que usase Cervantes de semejante libertad. Conténtese, pues, el licenciado Márquez Torres con que Cervantes le hizo partícipe de la gloria de su estilo. Y veamos qué movió á Cervantes á quererhablar, como dicen, por boca de ganso. No fué otro su designio sino manifestar la idea de su obra, la estimación de ella y de su autor en las naciones extrañas, y su desvalimiento en la propia.
59. Ya hemos visto estas dos últimas cosas; veamos ahora cuál dice que es el fin de su obra: cómo dice que está escrita y cómo no está; que todo esto contiene la aprobación de este libro, igual en todo al primero, atendida la dificultad que tiene la continuación de una ficción, tan perfecta, que ya pudiera tenerse por felizmente acabada. "No hallo—dice—en él cosa indigna de un cristiano celoso, ni que disuene de la decencia debida á buen ejemplo, ni virtudes morales, antes mucha erudición y aprovechamiento, así en la continencia de su bien seguido asunto para extirpar los vanos y mentirosos libros de caballerías, cuyo contagio había cundido más de lo que fuera justo, como en la lisura del lenguaje castellano, no adulterado con enfadosa y estudiada afectación (vicio con razón aborrecido de hombres cuerdos); y en la corrección de vicios, que generalmente toca, ocasionado de sus agudos discursos, guarda con tanta cordura las leyes de reprensión cristiana, que aquél que fuere tocado de la enfermedad que pretende curar, en lo dulce y sabroso de sus medicinas gustosamente habrá bebido, cuando menos lo imagine, sin empacho ni asco alguno, lo provechoso de la detestación de su vicio, con que se hallará (que es lo más difícil de conseguirse) gustoso y reprendido. Ha habido muchos que, por no haber sabido templar ni mezclar á propósito lo útil con lo dulce, han dado con todo su molesto trabajo en tierra, pues no pudiendo imitar á Diógenes en lo filósofo y docto, atrevida por no decir licenciosa y desalumbradamente, le pretenden imitar en lo cínico, entregándose á maldicientes,inventando casos que no pasaron para hacer capaz al vicio que tocan de su áspera reprensión, y por ventura descubran caminos para seguirle, hasta entonces ignorados, con que vienen á quedar, si no repulsores, á lo menos maestros dél. Hácense odiosos á los bien entendidos, con el pueblo pierden el crédito si alguno tuvieron, para admitir sus escritos, y los vicios que arrojada é imprudentemente quisieron corregir quedan en muy peor estado que antes: que no todas las postemas á un mismo tiempo están dispuestas para admitir las recetas ó cauterios: antes algunos mucho mejor reciben las blandas y suaves medicinas, con cuya aplicación el atentado y docto médico consigue el fin de resolverlas: término que muchas veces es mejor, que no el que se alcanza con el rigor del hierro." Censura digna por cierto del buen juicio y de la moderación de ánimo de Miguel de Cervantes.
60. Muy diferentes eran las que le hacían sus contrarios, dejándose llevar de su dañada intención y maledicencia. Unas, como dije, fueron privadas; otras, públicas. Pero tales, que el mismo contra quien se dirigieron hizo alarde de contarlas. "Estando yo—dice—[84]en Valladolid, llevaron una carta á mi casa para mí, con un real de porte; recibióla y pagó el porte una sobrina mía, que nunca ella le pagara; pero dióme por disculpa que muchas veces me había oído decir que en tres cosas era bien gastado el dinero: en dar limosna, en pagar al buen médico y en el porte de las cartas, ora sean de amigos ó de enemigos; que las de los amigos avisan y de las de los enemigos se puede tomar algún indicio de sus pensamientos. Diéronmela, yvenía en ella un soneto malo, desmayado, sin garbo ni agudeza alguna, diciendo mal de Don Quijote, y de lo que me pesó fué del real, y propuse desde entonces de no tomar carta con porte."
61. Más sentido se manifestó Cervantes con otro enemigo de su Don Quijote; pues le describió tan al vivo, que bien se echa de ver la fuerza de su indignación. Sólo se sabe que era fraile, pero no quién ni de qué religión; y así bien podemos copiar aquí su pintura[85]. "La duquesa y el duque salieron á la puerta de la sala á recibirle (á Don Quijote), y con ellos un grave eclesiástico, de éstos que, como no nacen príncipes, no aciertan á enseñar cómo lo han de ser los que lo son; de éstos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; de éstos que queriendo mostrar á los que ellos gobiernan á ser limitados, los hacen ser miserables. De éstos tales, digo, que debía de ser el grave religioso que con los duques salió á recibir á Don Quijote." El recibimiento del dicho fraile, y sacudimiento de Don Quijote, mejor se leerá en el original[86]. Y dejando nosotros las censuras ocultas, hablemos ahora de las descubiertas.
62. Publicado, como queda dicho; tan bien recibido y diversas veces impreso el primer tomo de la historia deDon Quijote de la Mancha, no faltó en España quien, envidioso de la gloria de Miguel de Cervantes Saavedra, y codicioso de la ganancia de sus libros, aún viviendo él, se atrevió á escribir y publicar una continuación de aquella historia inimitable. El título que dió á su obra fué éste:
63.Segundo tomo del Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida, y es la quinta parte de sus aventuras, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas, patria feliz del hidalgo caballero Don Quijote de la Mancha. Con licencia, en Tarragona, en casa de Felipe Roberto. Año 1614, en octavo.
64. Ni el autor de esta obra se llamaba Alonso Fernández de Avellaneda, ni fué natural de Tordesillas, célebre villa de Castilla la Vieja, sino que fué aragonés; pues Miguel de Cervantes Saavedra, á quien debemos suponer bien informado, así le nombró en varias ocasiones. En una llamó á esta continuación[87]: "Historia del aragonés, recién impresa." En otra, hablando de ella, dijo[88]: "Esta es la segunda parte deDon Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas." Aunque Cervantes, pues, en alguna parte[89]le llamó "autor tordesillesco", sólo fué por hablar en suposición de la ficción de su patria, y quizá para tratarle con apodo equívoco á rocín tordillo; como si dijera: "autor arrocinado". En suposición, pues, de que la obra se finge haberse escrito en Tordesillas y de haberse impreso en Tarragona, como lo manifiestan las "aprobación" del libro y "licencia" para imprimirle, se entenderá fácilmente lo que dijo Cervantes en el principio de su discretísimo prólogo del segundo tomo, aludiendo á la ficción de la patria y realidad de la impresión deTarragona. Sus palabras son éstas: "Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre, ó cualquier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundoDon Quijote: digo de aquél que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona. Pues, en verdad, que no te he de dar este contento; que puesto que los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras tú que le diera del asno, del mentecato y del atrevido; pero no me pasa por el pensamiento. Castíguele su pecado, con su pan se lo coma, y allá se lo haya." Y poco más adelante: "Paréceme que me dices que ando muy limitado, y que me contengo mucho en los términos de mi modestia, sabiendo que no se ha de añadir aflicción al afligido y que la que debe tener este "señor" sin duda es "grande", pues no osa parecer á campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad." Aquellas palabras "señor" y "grande" son misteriosas para mí; y sea lo que fuere, yo estoy persuadido á que el enemigo de Cervantes era muy poderoso, cuando un escritor, soldado, animoso y diestro en el manejo de la pluma y de la espada, no se atrevió á nombrarle. Si ya no es que fuese hombre tan vil y despreciable, que ni aun quiso que se supiese su nombre, para que con la misma infamia no lograse alguna fama.
65. Don Nicolás Antonio juzgó que este autor no tenía genio para continuar tal obra. Esto es poco. Ni tenía genio ni ingenio para tan difícil empresa. No tenía genio, porque éste supone ingenio, pues como decía la duquesa, que tanto honró á Don Quijote, "las gracias y los donaires no asientansobre ingenios torpes"[90]. Y tal era el del autor aragonés, cuya leyenda es indigna de cualquier lector que se tenga por honesto. Escribir, pues, con gracia pide un natural muy agudo y muy discreto, de que estaba muy ajeno el dicho aragonés. Ni aun le tenía para inventar con alguna apariencia de verosimilitud, pues habiendo intentado continuar la historia de Don Quijote, debía haber imitado el carácter de las personas que fingió Cervantes, guardando siempre el decoro, que es la mayor perfección del arte. Últimamente, su doctrina es pedantesca y su estilo lleno de impropiedades, solecismos y barbarismos, duro y desapacible, y en suma, digno del desprecio que ha tenido, pues se ha consumido en usos viles, y únicamente el haber llegado á ser raro pudo darle estimación, pues habiéndose reimpreso en Madrid después de ciento diez y ocho, esto es, en el de 1732, no hay hombre de buen gusto que haga aprecio de él. El año 1704 se imprimió en París una que se llama "traducción" de esta obra en lengua francesa; pero se observa el orden invertido, muchas cosas quitadas y muchas más añadidas, y éstas han podido granjear algún crédito á su primer autor.
66. Éste supo ocultar su nombre, pero no su maledicencia y codicia, pues se atrevió á hablar en su prólogo con tanta insolencia como ésta: "Se prosigue (esta historia de Don Quijote de la Mancha) con la autoridad que él (Miguel de Cervantes Saavedra) la comenzó, y con la copia de fieles relaciones que á su mano llegaron (y digo mano, pues confiesa de sí que tiene sólo una; y hablando tanto de todos, hemos de decir dél que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tienemás lengua que manos), pero quéjese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte." No hagamos caso de la gramática de este escritorcillo digno de la férula. Oigamos otra reprensión de la inculpable vejez de Miguel de Cervantes, de su condición, pobreza y persecuciones; y tengan paciencia los lectores en sufrir las necias habladurías de un ridículo pedante, que por tal juzgo al que dijo esto: "Y pues Miguel de Cervantes es ya de viejo como el castillo de San Cervantes, y por los años tan mal contentadizo, que todo y todos le enfadan, y por ello está tan falto de amigos, que cuando quisiera adornar sus libros con sonetos campanudos, había de ahijarlos (como él dice) al preste Juan de las Indias ó al emperador de Trapisonda, por no hallar título quizás en España que no se ofendiera de que tomara su nombre en la boca, con permitir tantos vayan los suyos en los principios de los libros del autor de quien murmura, y plegue á Dios aún deje, ahora que se ha acogido á la Iglesia y sagrado. Conténtese con suGalateay comedias en prosa, que eso son las más de sus novelas. No nos canse. Santo Tomás en la 2, 2, q. 36, enseña que la envidia es tristeza del bien y aumento ajeno, doctrina que la tomó de San Juan Damasceno. Á este vicio da por hijos San Gregorio, en el libro 31, capítulo XXXI, de la exposición moral que hizo á la historia del santo Job, al odio, susurración y detracción del prójimo, gozo de sus pesares y pesar de sus buenas dichas; y bien se llama este pecado envidiaá non videndo, quia invidus non potest videre bona aliorum: efectos todos tan infernales como su causa, tan contrarios á los de la caridad cristiana, de quien dijo San Pablo:1, Corinth., 13. Charitas patiens est, benigna est non emulatur, non agit perperam, noninflatur, non est ambitiosa, congaudet veritati, etcétera. Pero disculpa los hierros[91]de su primera parte en esta materia, el haberse escrito entre los de una cárcel; y así no pudo dejar de salir tiznada dellos, ni salir menos que quejosa, murmuradora, impaciente y colérica, cual lo están los encarcelados."
67. Si preguntamos á este hombre qué le movió á decir tan grandes desvergüenzas, en todo su prólogo no haremos otra causa sino que él y Lope de Vega fueron reprendidos en la historia de Don Quijote. Sus palabras son éstas: "No podrá por lo menos dejar de confesar tenemos ambos un fin, que es desterrar la perniciosa lición de los vanos libros de caballerías, tan ordinaria en gente rústica y ociosa, si bien en los medios diferenciamos, pues él tomó por tales el ofender á mí, y particularmente á quien tan justamente celebran las naciones más extranjeras (éste es Lope de Vega), y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas é innumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo, y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar." Fué Lope de Vega familiar del Santo Oficio[92].
68. Es muy propio de ignorantes, cuando se ven reprendidos, fundar el agravio que imaginan habérseles hecho reprendiéndolos, en la censura hecha á otros grandes hombres, para que los apasionados á éstos se irriten contra el censor. Lope de Vega era en su tiempo y aún el día de hoy, elpríncipe de la cómica española. Censurar un escritor tan célebre era como poner las manos en un hombre sacrosanto.
69. Pero Lope, que sabía que era de carne y hueso, como los demás escritores, como cuerdo agradecía las censuras hechas con verdad y buena intención, y procuraba aprovecharse del conocimiento de sus errores. En prueba de esto, basta el mismo suceso que dió ocasión á que el indiscreto autor aragonés se quejase tan fuera de propósito y maldijese tanto.
70. Reprendieron muchos á Lope de Vega, porque componía comedias no ajustadas á los preceptos del arte. Tengo por cierto que Cervantes fué uno de sus más fuertes censores. Procuraría Lope disculparse como mejor podía, quiero decir, atribuyendo muchos de sus descuidos á la condescendencia del vulgo; y viéndose estrechado, llegó á decir que las nuevas circunstancias del tiempo pedían nuevo género de comedias; como si la naturaleza de las cosas fuese mudable por cualesquiera accidentes. La controversia se puso en términos de que la Academia Poética de Madrid mandase á Lope de Vega que alegase por su parte lo que tuviese que decir. Entonces compuso el razonamiento que intitulóArte nuevo de hacer comedias en este tiempo. Como hombre ingenuo, hubo de confesar sus yerros, dorándolos como mejor pudo, de esta suerte:
Mándanme ingenios nobles, flor de España,Que un arte de comedias os escribaQue al estilo del vulgo se reciba.Fácil parece este sujeto, y fácilFuera para cualquiera de vosotros,Que ha escrito menos de ellos, y más sabeDel arte de escribirlas, y de todo:Que lo que á mí me daña en esta parte,Es haberlas escrito sin el arte.No porque yo ignorase los preceptos,Gracias á Dios, que ya tirón gramáticoPasé los libros que trataban desto.Antes que hubiese visto al sol diez vecesDiscurrir desde el Aries á los Peces.Mas porque en fin hallé que las comediasEstaban en España en aquel tiempo,No como sus primeros inventoresPensaron que en el mundo se escribieran,Mas como las trataron muchos bárbaros,Que enseñaron al vulgo á sus rudezas.Y así se introdujeron de tal modo,Que quien con arte agora escribe,Muere sin fama y galardón; que puedeEntre los que carecen de su lumbre,Más que razón y fuerza, la costumbre.Verdad es que yo he escrito algunas vecesSiguiendo el arte, que conocen pocos;Mas luego que salir por otra parteVeo los monstruos de apariencias llenos,Adonde acude el vulgo y las mujeresQue este triste ejercicio canonizan:Á aquel hábito bárbaro me vuelvo,Y cuando he de escribir una comedia,Encierro los preceptos con seis llaves,Saco á Terencio y Plauto de mi estudioPara que no me den voces; que sueleDar gritos la verdad en libros muchos.Y escribo por el arte que inventaronLos que el vulgar aplauso pretendieron;Porque, como las paga el vulgo, es justoHablarle en necio para darle gusto.
Más adelante, dice:
Creed que ha sido fuerza que os trujeseÁ la memoria algunas cosas destas,Porque veáis que me pedís que escribaArte de hacer comedias en España,Donde cuanto se escribe es contra el arte,Y qué decir cómo serán agora,Contra el antiguo, y que en razón se funda,Es pedir parecer á mi experiencia,No al arte, porque el arte verdad dice,Que el ignorante vulgo contradice.
Lo mismo confiesa poco después:
Mas pues del arte vamos tan remotos,Y en España le hacemos mil agravios,Cierren los doctos esta vez los labios.
Y éste mismo, que por los más juiciosos y leídos es tenido por príncipe de la cómica española (porque don Pedro Calderón de la Barca, ni en la invención ni en el estilo es comparable con él), concluye su arte de este modo:
Mas ninguno de todos llamar pudoMás bárbaro que yo, pues contra el arteMe atrevo á dar preceptos, y me dejoLlevar de la vulgar corriente adondeMe llamen ignorante Italia y Francia.¿Pero qué puedo hacer, si tengo escritas,Con una que he acabado esta semana,Cuatrocientas y ochenta y tres comedias?[93]Porque fuera de seis, las demás todasPecaron contra el arte gravemente.Sustento, en fin, lo que escribí, y conozcoQue, aunque fueran mejor de otra manera,No tuvieran el gusto que han tenido;Porque á veces lo que es contra lo justoPor la misma razón deleita el gusto.
71. Tenemos reo confeso á Lope de Vega antes del año 1602, pues en él se imprimió este arte, si merece tal nombre un razonamiento académico tan contrario á él. Reflexionemos ahora cuán justa y cuán moderada fué la censura de Cervantes dirigida á los malos cómicos de su tiempo, no á Lope de Vega, de quien hizo el debido aprecio, contentándose sólo con reprender (sin nombrarle) lo mismoque él públicamente había confesado. El discurso de Cervantes, en mi juicio, es el más feliz que escribió; y así débame el lector que le repita el gusto de volver á leerlo. Supongo que Miguel de Cervantes Saavedra se revistió de la persona de un canónigo de Toledo, y en nombre de éste habló de esta suerte con el célebre cura Pero Pérez[94]: "He tenido cierta tentación de hacer un libro de caballerías, guardando en él todos los puntos que he significado; y, si he de confesar la verdad, tengo escritas más de cien hojas, y para hacer la experiencia de si correspondían á mi estimación, las he comunicado con hombres apasionados de esta leyenda, doctos y discretos, y con otros ignorantes, que sólo atienden al gustode oir disparates, y de todos he hallado una agradable aprobación. Pero con todo esto no he proseguido adelante, así por parecerme que hago cosa ajena de mi profesión, como por ver que es más el número de los simples que de los prudentes; y que puesto que es mejor ser loado de los pocos sabios, que burlado de los muchos necios, no quiero sujetarme al confuso juicio del desvanecido vulgo, á quien por la mayor parte toca leer semejantes libros. Pero lo que más me lo quitó de las manos, y aun del pensamiento de acabarle, fué un argumento que hice conmigo mismo, sacado de las comedias que ahora se representan, diciendo: "Si éstas que ahora se usan, así las imaginadas como las de historia, todas ó las más son conocidos disparates y cosas que no llevan pies ni cabeza; y con todo eso el vulgo las oye con gusto, y las tiene y las aprueba por buenas, estando tan lejos de serlo, y los autores que las componen[95]y los actores que lasrepresentan dicen que así han de ser, porque así las quiere el vulgo y no de otra manera; y que las que llevan traza y siguen la fábula, como el arte pide, no sirven sino para cuatro discretos que las entienden, y todos los demás se quedan ayunos de entender su artificio, y que á ellos les está mejor ganar de comer con los muchos, que no opinión con los pocos; de este modo vendrá á ser un libro, al cabo de haberme quemado las cejas, por guardar los preceptos referidos; y vendré á ser el sastre del Campillo. Y aunque algunas veces he procurado persuadir á los actores que se engañan en tener la opinión que tienen, y que más gente atraerán y más fama cobrarán representando comedias que haga el arte que no con las disparatadas. Están tan asidos y encorporados en su parecer, que no hay razón ni evidencia que de él los saque. Acuérdome que un día dije á uno de estos pertinaces: "Decidme: ¿no os acordáis que ha pocos años que se representaron en España tres tragedias, que compuso un famoso poeta de estos reinos, las cuales fueron tales que admiraron, alegraron y suspendieron á todos cuantos las oyeron, así simples como prudentes, así del vulgo como de los escogidos, y dieron más dinero á los representantes ellas tres solas que treinta de las mejores que después acá se han hecho?" "Sin duda—respondió el autor que digo—que debe de decir V. M. porLa Isabela,La FilisyLa Alejandra." "Por esas digo—le repliqué yo—; y mirad si guardaban bien los preceptos del arte, y si por guardarlos dejaron de parecer lo que eran y de agradar á todo el mundo. Así que no está la falta en el vulgo que pide disparates, sino en aquéllos que no saben representar otra cosa. Sí; que no fué disparateLa ingratitud vengada, ni le tuvoLa Numancia, ni se halló en la delMercader amante,ni menos enLa enemiga favorable[96], ni en otras algunas, que de algunos entendidos poetas han sido compuestas para fama y renombre suyo, y para ganancia de los que las han representado." Y otras cosas añadí á éstas con que á mi parecer le dejé algo confuso; pero no satisfecho ni convencido para sacarle de su errado pensamiento. "En materia ha tocado V. M., señor canónigo—dijo á esta sazón el cura—, que ha despertado en mí un antiguo rencor que tengo con las comedias que ahora se usan, tal, que iguala al que tengo con los libros de caballerías; porque habiendo de ser la comedia, según le parece á Tulio, espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres é imagen de la verdad, las que ahora se representan son espejos de disparates, ejemplos de necedades é imágenes de lascivia. Porque ¿qué mayor disparate puede ser en el sujeto que tratamos, que salir un niño en mantillas en la primera escena del primer acto, y en la segunda salir ya hecho hombre barbado? Y ¿qué mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo retórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona? ¿Qué diré, pues, de la observancia que guardan en los tiempos en que pueden ó podían suceder las acciones que representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabó en África, y aun si fuera de cuatro jornadas, la cuarta acabara en América, y así se hubiera hecho en todas las cuatro partes del mundo? Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener la comedia, ¿cómo es posible que satisfaga á ningún mediano entendimiento, que fingiendo una acción que pasaen tiempo del rey Pepino y Carlomagno, al mismo que en ella hace la persona principal le atribuyan que fué el emperador Eraclio, que entró con la Cruz en Jerusalén, y el que ganó la Casa santa, como Godofredo de Buillón, habiendo infinitos años de lo uno á lo otro, y fundándose la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades de historia y mezclarle pedazos de otras, sucedidas á diferentes personas y tiempos; y esto no con trazas verosímiles, sino con patentes errores de todo punto inexcusables? Y es lo malo, que hay ignorantes que digan que esto es lo perfecto y que lo demás es buscar gollerías. ¿Pues qué si venimos á las comedias divinas? ¿Qué de milagros falsos fingen en ellas? ¿Qué de cosas apócrifas y mal entendidas, atribuyendo á un santo los milagros de otro? Y aun en los humanos se atreven á hacer milagros, sin más respeto ni consideración que parecerles que allí estará bien el tal milagro y apariencia, como ellos llaman, para que gente ignorante se admire y venga á la comedia; que todo esto es en perjuicio de la verdad y en menoscabo de las historias, y aun en oprobio de los ingenios españoles, porque los extranjeros, que con mucha puntualidad guardan las leyes de la comedia, nos tienen por bárbaros é ignorantes, viendo los absurdos y disparates de las que hacemos. Y no sería bastante disculpa de esto decir que el principal intento que las repúblicas bien ordenadas tienen, permitiendo que se hagan públicas comedias, es para entretener la comunidad con alguna honesta recreación y divertirla á veces de los malos humores que suele engendrar la ociosidad, y que pues esto se consigue con cualquier comedia buena ó mala, no hay para qué poner leyes ni estrechar á los que las componen y representan á que las hagan como debían hacerse; pues, como he dicho, concualquiera se consigue lo que con ellas se pretende. Á lo cual respondería yo, que este fin se conseguiría mucho mejor, sin comparación alguna, con las comedias buenas que no con las tales. Porque de haber oído la comedia artificiosa y bien ordenada, saldría el oyente alegre con las burlas, enseñado con las veras, admirado de los sucesos, discreto con las razones, advertido con los embustes, sagaz con los ejemplos, airado contra el vicio y enamorado de la virtud; que todos estos afectos ha de despertar la buena comedia en el ánimo de quien la escuchare, por rústico y torpe que sea. Y de toda imposibilidad es imposible dejar de alegar y entretener, satisfacer y comentar la comedia, que todas estas partes tuviere, mucho más que aquélla que careciere de ellas: como por la mayor parte carecen éstas que de ordinario ahora se representan. Y no tienen la culpa de esto los poetas que las componen, porque algunos hay de ellos que conocen muy bien en lo que yerran[97], y saben extremadamente lo que deben hacer. Pero como las comedias se han hecho mercadería vendible, dicen[98], y dicen verdad, que los representantes no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez. Y así el poeta procura acomodarse con lo que el representante, que le ha de pagar su obra, le pide. Y que esto sea verdad, véase por muchas é infinitas comedias que ha compuesto un felicísimo ingenio de estos reinos[99], con tanta gala, con tanto donaire, con tan elegante verso, con tan graves sentencias; finalmente, tan llenas de elocución y alteza de estilo, que tiene lleno el mundo desu fama. Y por querer acomodarse al gusto de los representantes, no han llegado todas, como han llegado algunas, al punto de perfección que requieren[100]. Otros las componen tan sin mirar lo que hacen, que después de representadas tienen necesidad los recitantes de huirse y ausentarse, temerosos de ser castigados, como lo han sido muchas veces por haber representado cosas en perjuicio de algunos reyes y en deshonra de algunos linajes. Y todos estos inconvenientes cesarían, y aun otros muchos más, que no digo, con que hubiese en la Corte una persona inteligente y discreta que examinase todas las comedias antes que se representasen: no sólo aquéllas que se hiciesen en la Corte, sino todas las que se quisiesen representar en España, sin la cual aprobación, sello y firma, ninguna justicia en su lugar dejase representar comedia alguna; y de esta manera los comediantes tendrían cuidado de enviar las comedias á la Corte, y con seguridad podrían representarlas; y aquéllos que las componen mirarían con más cuidado y estudio lo que hacían, temerosos de haber de pasar sus obras por el riguroso examen de quien las entiende. Y de esta manera se harían buenas comedias y se conseguiría felicísimamente lo que en ellas se pretende, así el entretenimiento del pueblo, como la opinión de los ingenios de España, el interés y seguridad de los recitantes, y el ahorro del cuidado de castigarlos. Y si se diese cargo á otro, ó á este mismo, que examinase los libros de caballerías que de nuevo se compusiesen, sin duda podrían salir algunos con la perfección que vuestra mercedha dicho, enriqueciendo nuestra lengua del agradable y precioso tesoro de la elocuencia, dando ocasión á que los libros viejos se oscureciesen á la luz de los nuevos que saliesen, para honesto pasatiempo, no solamente de los ociosos, sino de los más ocupados. Pues no es posible que esté continuo el arco armado, ni la condición y flaqueza humana se pueda sustentar sin alguna lícita recreación."
72. ¡Son acaso más graves, más discretos y agradables losDiálogos, de Platón! ¡Fueron mejores sus deseos! ¿Pudo la censura de Cervantes ser más justa y modesta? Ella fué tal en lo que toca á Lope de Vega, que éste no se dió por ofendido; antes bien, cuando se le ofreció decir algo de Cervantes, escribió con mucha estimación.
73. Pero el mal continuador deDon Quijote, como desfacedor de agravios literarios, quiso enderezar el tuerto que imaginaba se había hecho á Lope de Vega; y abroquelándose de la autoridad de éste, intentó con ella reparar los golpes que le dió Cervantes, hiriéndole quizá en alguna de las censuras particulares, á que aluden este coloquio y laNovela de los perros, que puede muy bien llamarse "sátira lucilio-horaciana", porque imitando á Lucilio y á Horacio, reprende á muchísimos mordacísima pero ocultamente. Y siendo quizá uno de los heridos el aragonés, en lugar de satisfacer con buenas razones á la censura de Cervantes, como no las hallaba, ni aun aparentes, se valió de su maledicencia. Pero bien se la castigó Cervantes, porque á lo que le opuso de la vejez, manquedad y genio envidioso, le respondió así[101]: "Lo que no he podido dejar de sentir, es que me note de viejoy de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, ó si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión[102]que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas á lo menos en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla, que libre en la fuga. Y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa, que sano ahora de mis heridas, sin haberme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían á los demás al cielo de la honra y al de desear la justa alabanza. Y hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años. He sentido también que me llame envidioso, y que, como á ignorante, me describa qué cosa sea la envidia, que en realidad de verdad, de dos que hay, yo no conozco sino á la santa, á la noble y bien intencionada[103]. Y siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir á ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio. Y si él lo dijo por quien parece que lo dijo (esto es, por Lope de Vega), engañóse de todo en todo, que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa."
74. Que Miguel de Cervantes Saavedra no tuviese envidia á Lope de Vega, se ve en las alabanzas que le dió antes y después del discurso quehizo de las comedias, donde en persona del canónigo de Toledo le censuró tan moderadamente como hemos visto. En el libro sexto de suGalatea, en boca de la misma Calíope, dijo:
Muestra en un ingenio la experiencia,Que en años verdes y en edad tempranaHace su habitación ansí la ciencia,Como en la edad madura, antigua y cana.No entraré con alguno en competencia,Que contradiga una verdad tan llana:Y mas si acaso á sus oídos llega,Que lo digo por vos, Lope de Vega.
Después, en elViaje del Parnaso[104]habló del mismo con la mayor estimación:
Llovió otra nube al gran Lope de Vega,Poeta insigne, á cuyo verso ó prosaNinguno le aventaja, ni aun le llega.
Y aun después de la censura del aragonés, en la continuación de la misma historia de Don Quijote, hablando de Angélica, dijo[105]que "un famoso poeta andaluz (Luis Barahona de Soto) lloró y cantó suslágrimas, y otro famoso y único poeta castellano (Lope de Vega) cantó suhermosura." Y en otra parte[106]aludió con mucha estimación á laArcadia, de Lope de Vega. La censura, pues, que de él hizo Cervantes no nació de envidia, ya que le alabó tanto como el que más y sin medida alguna, sino de su gran conocimiento, pues fué muy justa. Y la que hizo de Cervantes el continuador tordesillesco fué hija de su maledicencia, tan abominable como se ha visto.
75. De otra manera que Fernández de Avellaneda, habló Lope de Vega de Miguel de Cervantes Saavedra, cuando después de haber sido censurado, y aun después de la muerte de su censor, cantó y celebró así su gloriosa manquedad[107]:
En la batalla donde el Rayo austrino,Hijo inmortal del águila famosa,Al rey del Asia en la campaña undosa.La fortuna envidiosaHirió la mano de Miguel Cervantes:Pero su ingenio en versos de diamantesLos del plomo volvió con tanta gloria,Que por dulces, sonoros y elegantes,Dieron eternidad á su memoria:Por que se diga que una mano heridaPudo dar á su dueño eterna vida.
76. También castigó Cervantes la codicia de su detractor, haciendo desprecio de sus amenazas, encomendando al lector este recado[108]: "Dile también, que de la amenaza que me hace, que me ha de quitar la ganancia con su libro, no se me da un ardite; que acomodándome al entremés famoso de la Perendenga, le respondo, que me viva el Veinticuatro mi señor, y Cristo con todos. Viva el gran conde de Lemos, cuya cristiandad y liberalidad bien conocida contra todos los golpes de mi corta fortuna, me tiene en pie: y vívame la suma caridad del ilustrísimo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas. (Sospecho que porque Cervantes halló algún consuelo en la piedad de este prelado, dijo su detractor[109]que se había acogido á la Iglesia y sagrado.) Y siquiera no haya imprentas en el mundo; y siquiera se impriman contra mí más librosque tienen letras las coplas de Mingo Revulgo. Estos dos príncipes, sin que los solicite adulación mía, ni otro género de aplauso, por su sola bondad han tomado á su cargo el hacerme merced y favorecerme, en lo que me tengo por más dichoso y más rico que si la fortuna por camino ordinario me hubiera puesto en su cumbre. La honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso; la pobreza puede anublar á la nobleza, pero no escurecerla del todo; pero como la virtud dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconvenientes y requisitos de la estrecheza, viene á ser estimada de los altos y nobles espíritus, y por el consiguiente favorecida. Y no le digas más."
77. Puede ser que alguno eche de menos la respuesta de Cervantes á lo que dijo el maldiciente satírico, que se hallaba tan falto de amigos, que si quisiese adornar sus libros con sonetos, no hallaría título quizás en España que no se ofendiera de que tomara su nombre en la boca. Á lo cual Cervantes no respondió palabra alguna, porque ya no tenía qué añadir á lo que había dicho en boca de aquel amigo suyo, introducido en su prólogo, como consejero del mismo Cervantes, satirizando las costumbres de los escritores de su tiempo, con tanta discreción como ésta[110]: "Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas ó elogios, que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mismo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiereis, ahijándolos al Preste Juan de las Indias ó al emperador de Trapisonda, de quienes yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuandono lo hayan sido, y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren de esta verdad, no se os dé dos maravedís, porque ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribisteis." Había entonces en España la ridícula costumbre de prevenir el ánimo de los lectores con muchas alabanzas, la mayor parte de ellas fabricadas por sus mismos autores; como sucede hoy en los que dan muchas juntas literarias, que profesan la critica con poca seriedad, fiándose demasiadamente de juicios ajenos, tal vez ignorantes y tal apasionados. Reprendió Lope de Vega aquel abuso cuando dijo[111]que Apolo mandaba en un edicto varias cosas:
Y que no propusiesen alabanzasEn censuras fingidas,Con falsas esperanzasDe que serán creídas,No sin risa escuchadas,En su soberbia y vanidad fundadas.
78. Satirizando Cervantes á estos tales, y satisfaciendo al mismo tiempo al deseo que tenía de ser alabado, puso al principio de su historia de Don Quijote algunas composiciones poéticas en nombre, no de grandes señores (porque en la república literaria no hay más grandes señores que los que saben), sino de Urganda la Desconocida al libro de Don Quijote de la Mancha; de Amadís de Gaula; de Don Belianís de Grecia; de Orlando el Furioso; del Caballero del Febo y de Solisdán á Don Quijote de la Mancha; de la señora Oriana á Dulcinea del Toboso; de Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, á Sancho Panza, escudero de Don Quijote; del donoso poeta entreverado, á Sancho Panza yRocinante, y últimamente un diálogo entreBabiecayRocinante, queriendo decir con esto que su libro de Don Quijote de la Mancha era mejor que todos los libros de caballerías, pues Don Quijote de la Mancha hizo ventaja al célebre Amadís de Gaula, libro que, según la fama común y lo que dijo Cervantes[112], "fué el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen de este..... dogmatizador de una secta tan mala..... bien que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto".
79. También se aventajó Don Quijote al afamado Don Belianís de Grecia. "Pues ese—replicó el cura (Pero Pérez, estando haciendo el escrutinio con el barbero maese Nicolás)—, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo, para purgar la demasiada cólera suya: y es menester quitarles todo aquello del castillo de la fama y otras impertinencias de más importancia."
80. Ni son comparables con las graciosas locuras de Don Quijote de la Mancha los desafueros de Orlando el Furioso, bien que de su autor dijo el cura[113], que si hablara en su idioma, le pondría sobre su cabeza.
81. No dijo otro tanto del Caballero del Febo, en cuyo nombre también hizo Cervantes un soneto. Imprimióse este libro con este título: "Espejo de príncipes y caballeros, en el cual en tres libros se cuentan los inmortales hechos del caballero Febo y de su hermano Rosicler, hijos del grande emperador Trebacio, con las altas caballerías y muy extraños amores de la muy hermosa y extremadaprincesa Claridiana, y de otros altos príncipes y caballeros, por Diego Ortúñez de Calahorra, de la ciudad de Nájera". Salió elEspejo de príncipesen dos tomos en folio, que contienen la primera y segunda parte, en Zaragoza, año 1581, su autor Pedro la Sierra. Después Marco Martínez de Alcalá continuó dichas fábulas con este título:Tercera parte del Espejo de príncipes y caballeros, hechos de las hijas y nietos del emperador Trebacio. En Alcalá, año 1589. Y Feliciano de Silva escribió después:La cuarta parte del Caballero del Febo. Sabidos estos títulos, se entenderá mejor el soneto del Caballero del Febo á Don Quijote de la Mancha, y se podrá aplicar la crítica que hizo el cura, cuando tomando el barbero un libro, dijo[114]: "Éste es espejo de caballerías." "Ya conozco á su merced—dijo el cura—. Ahí anda el señor Reinaldos de Montalván, con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco; y los doce Pares, con el verdadero historiador Turpín. Y en verdad que estoy por condenarlos no más que á destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto." Del estilo de Feliciano de Silva hizo gran burla Cervantes en otra parte[115].
82. De la misma suerte que los caballeros andantes cedieron á Don Quijote de la Mancha, fueron también inferiores sus damas á Dulcinea del Toboso. Y esto significan los versos quebrados de Urganda la Desconocida, y el soneto de la señora Oriana á Dulcinea del Toboso. Damas que hacen mucho papel en la historia de Amadís de Gaula. Fuera de que esto también alude á que en tiempode Cervantes dieron los escritores en la ridícula manía de hacer sonetos en nombre de mujeres, para que, puestos éstos al principio de sus obras, fuesen aquéllas tenidas por poetisas y ellos se tuviesen por favorecidos de ellas.
83. El soneto de Gandalín á Sancho Panza, quiere decir que ningún escudero hubo como Sancho Panza. Y las décimas del poeta entreverado y el diálogo entreBabiecayRocinante, que no hubo caballo tan célebre comoRocinante, pues[116]"aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, quetantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni elBucéfalode Alejandro, niBabiecael del Cid, con él se igualaban".
84. En lo que toca, pues, al cargo que el aragonés hizo á Cervantes de que no tenía de quién valerse para autorizar con varios sonetos la entrada de su libro, no tenía Cervantes satisfacción alguna que añadir; pues de lo mismo que el otro echaba de menos, había hecho ya tanta burla, no sólo en el prólogo deDon Quijote, sino también en el de sus novelas; pues hablando de aquel abuso, y del amigo en cuya cabeza introdujo los discretísimos consejos, que el mismo Cervantes tan diestra y felizmente practicó; después de haberse pintado en lo exterior é interior, según el cuerpo, digo, y el ánimo, añadió: "Y cuando á la (memoria) de este amigo de quien me quejo, no ocurrieran otras cosas de las dichas, que decir de mí, yo me levantara á mí mismo dos docenas de testimonios y se los dijera en secreto, con que extendiera mi nombre y acreditara mi ingenio; porque pensar que dicen puntualmente la verdad los tales elogios, es disparate, por no tener punto preciso ni determinado lasalabanzas ni los vituperios. En fin, pues ya esta ocasión se pasó, y yo he quedado en blanco y sin figura, será forzoso valerme por mi pico, que, aunque tartamudo, no lo será para decir verdades, que dichas por señas suelen ser entendidas." Después prosigue diciendo lo que sentía de sus propias novelas, sin hablar, como dicen, por boca de ganso.
85. Á lo que dijo el maldiciente de que Cervantes había escrito su primera parte deDon Quijoteentre los hierros de una cárcel, y que por eso había cometido tantos. Sobre su encarcelamiento no quiso responder. Quizá por no ofender á los ministros de justicia; porque, ciertamente, su prisión no sería ignominiosa; pues el mismo Cervantes, voluntariamente, la refirió en el principio del prólogo de su primer tomo. En lo que toca á sus descuidos, yo no niego que Cervantes haya tenido algunos, los cuales tengo observados; pero como el aragonés no los especificó, no era razón que satisfaciéndole Cervantes, le atribuyese la gloria de una justa ó razonable censura. Y así la confesión de los propios descuidos ó defensa de los que los críticos de aquel tiempo censuraron como tales, se reserva para la debida ocasión; y la censura de otros, que se pudieran hacer reparables, se omite por la reverencia que se debe á la buena memoria de tan gran varón.
86. En lo que Miguel de Cervantes cargó más la mano á su injuriador, fué en la reprensión de su atrevimiento; pues lo fué, y muy grande, continuar una obra de pura invención, siendo ajena y viviendo el autor. Por eso dice al lector: "Si por ventura llegares á conocerle, dile de mi parte que no me tengo por agraviado, que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle á un hombre en el entendimiento que puedecomponer é imprimir un libro, con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama. Y para confirmación de esto, quiero que con tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento." Prosigue Cervantes contando el cuento, y después otro, con tan satírica gracia que no cabe más.
87. Pareciéndole á Cervantes que el atrevimiento del aragonés pedía mayor castigo, para hacerle más ridículo, en varias partes del cuerpo de su obra entremezcló algunas censuras de aquella perversa continuación, las cuales es razón que aquí se lean juntas, para que otros no caigan en tentación semejante.
88. En el capítulo LIX del segundo tomo, suponiendo que unos pasajeros estaban leyendo en un mesón lacontinuacióndel aragonés, introduce á un tal don Juan, diciendo así: "Por vida de vuesa merced, señor don Jerónimo, que en tanto nos traen la cena, leamos otro capítulo de la segunda parte deDon Quijote de la Mancha." Apenas oyó su nombre Don Quijote (el cual estaba en el aposento inmediato, dividido del otro con un sutil tabique), cuando se puso en pie, y con oído alerta escuchó lo que de él trataban, y oyó, que el tal don Jerónimo referido respondió: "¿Para qué quiere vuesa merced, señor don Juan, que leamos estos disparates, si el que hubiere leído la primera parte de la historia de Don Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda?" "Con todo eso—dijo el don Juan—será bien leerla, pues no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena. Lo que á mí en éste más me desplace es que pinta á Don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso." Oyendo lo cual, Don Quijote, lleno de ira y de sospecho, alzó la voz y dijo: "Quienquiera que dijere que Don Quijote de laMancha ha olvidado ni puede olvidar á Dulcinea del Toboso, yo le haré entender con armas iguales que va muy lejos de la verdad; porque la sin par Dulcinea del Toboso, ni puede ser olvidada, ni en Don Quijote puede caber olvido. Su blasón es la firmeza y su profesión el guardarla con suavidad y sin hacerse fuerza alguna." "¿Quién es el que nos responde?", respondieron del otro aposento. "¿Quién ha de ser—respondió Sancho—sino el mismo Don Quijote de la Mancha, que hará bueno cuanto ha dicho y aun cuanto dijere?, que al buen pagador no le duelen prendas." Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando entraron por la puerta de su aposento dos caballeros, que tales lo parecían, y uno dellos, echando los brazos al cuello de Don Quijote, le dijo: "Ni vuestra presencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar vuestra presencia. Sin duda, vos, señor, sois el verdadero Don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, á despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas, como lo ha hecho el autor de este libro que aquí os entrego." Y poniéndole un libro en las manos, que traía su compañero, le tomó Don Quijote, y sin responder palabra comenzó á hojearle, y de allí á un poco se le volvió, diciendo: "En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprensión. La primera, es algunas palabras que he leído en el prólogo; las otras, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos; y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia, porque aquí dice[117]que la mujer de Sancho Panza, mi escudero,se llama Mari Gutiérrez, y no se llama tal, sino Teresa Panza. Y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerre en todas las demás de la historia." Á esto dijo Sancho: "Donosa cosa de historiador por cierto; bien debe de estar en el cuento de nuestros sucesos, pues llama á Teresa Panza, mi mujer, Mari Gutiérrez; torne á tomar el libro, señor, y mire si ando yo por ahí, y si me ha mudado el nombre." "Por lo que os he oído hablar, amigo—dijo don Jerónimo—, sin duda debéis de ser Sancho Panza, el escudero del señor Don Quijote." "Sí soy—respondió Sancho—, y me precio de ello." "Pues á fe—dijo el caballero—que no os trata este autor moderno con la limpieza que en vuestra persona se muestra; píntaos comedor y simple, y no nada gracioso, y muy otro del Sancho que en la primera parte de la historia de vuestro amo se describe." "Dios se lo perdone—dijo Sancho—; dejárame en mi rincón sin acordarse de mí, porque quien las sabe las tañe, y bien se está San Pedro en Roma." Los dos caballeros pidieron á Don Quijote se pasase á su estancia á cenar con ellos, que bien sabían que en aquella venta no había cosas pertenecientes para su persona. Don Quijote, que siempre fué comedido[118], condescendió con su demanda, y cenó con ellos; quedóse Sancho con la olla, con mero mixto imperio. Sentóse en cabecera de mesa, y con él el ventero, que no menos que Sancho estaba de sus manos y de sus uñas aficionado. En el discurso de la cena preguntó don Juan á Don Quijote qué nuevas tenía de la señora Dulcinea del Toboso; si se había casado, si estaba parida ó preñada, ó si estando en su entereza se acordaba, guardando su honestidad y buen decoro,de los amorosos pensamientos del señor Don Quijote. Á lo que él respondió: "Dulcinea se está entera, y mis pensamientos más firmes que nunca; las correspondencias, en su sequedad antigua; su hermosura, en la de una soez labradora transformada"; y luego les fué contando punto por punto el encanto de la señora Dulcinea, y lo que le había sucedido en la cueva de Montesinos, con la orden que el sabio Merlín le había dado para desencantarla, que fué la de los azotes de Sancho. Sumo fué el contento que los dos caballeros recibieron de oir contar á Don Quijote los extraños sucesos de su historia, y así quedaron admirados de sus disparates, como del elegante modo con que los contaba. Aquí le tenían por discreto, y allí se les deslizaba por mentecato, sin saber determinarse qué grado le darían entre la discreción y la locura. Acabó de cenar Sancho, y dejando hecho equis al ventero, se pasó á la estancia de su amo, y en entrando, dijo: "Que me maten, señores, si el autor de este libro que vuesas mercedes tienen quiere que no comamos buenas migas juntos; yo querría, que ya que me llama comilón, como vuesas mercedes dicen, no me llamase también borracho." "Sí llama—dijo don Jerónimo—; pero no me acuerdo en qué manera, aunque sé que son malsonantes las razones, y además mentirosas, según yo echo de ver en la fisonomía del buen Sancho que está presente." "Créanme vuesas mercedes—dijo Sancho—que el Sancho y el Don Quijote de esa historia deben de ser otros que los que andan en aquélla que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado, y yo, simple, gracioso y no comedor ni borracho." "Yo así lo creo—dijo don Juan—, y si fuera posible, se había de mandar que ninguno fuera osado á tratarde las cosas del gran Don Quijote si no fuese Cide Hamete su primer autor[119]. Bien así como mandó Alejandro que ninguno fuese osado á retratarle sino Apeles." "Retráteme el que quisiere—dijo Don Quijote—, pero no me maltrate; que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias"[120]. "Ninguna—dijo don Juan—se le puede hacer al señor Don Quijote, de quien él no se puede vengar, si no la repara en el escudo de su paciencia, que á mi parecer, es fuerte y grande." En éstas y otras pláticas se pasó gran parte de la noche; y aunque don Juan quisiera que Don Quijote leyera más del libro, por ver lo que discantaba, no lo pudieron acabar con él, diciendo que él lo daba por leído, y lo confirmaba por todo necio, y que no quería, si acaso llegase á noticia de su autor, que le había tenido en sus manos, se alegrase con pensar que le había leído, pues de las cosas obscenas y torpes[121], los pensamientos se han de apartar, cuanto más los ojos. Preguntáronle que adónde llevaba determinado su viaje. Respondió que á Zaragoza, á hallarse en las justas del arnés, que en aquella ciudad suelen hacerse todos los años. Díjole don Juan que aquella nueva historia contaba[122]cómo Don Quijote, sea quien se quisiere, se había hallado en ella en una sortija, falta de invención, pobre de letras, pobrísima de libreas, aunque rica de simplicidades. "Por el mismo caso—respondió Don Quijote—no pondré los pies en Zaragoza, y así sacaré á la plaza del mundo la mentira de ese historiador moderno, yecharán de ver las gentes cómo yo no soy el Don Quijote que él dice." "Hará muy bien—dijo don Jerónimo—, y otras justas hay en Barcelona, donde podrá el señor Don Quijote mostrar su valor." "Así lo pienso hacer—dijo Don Quijote—, y vuesas mercedes me den licencia, pues ya es hora para irme al lecho, y me tengan y pongan en el número de sus mayores amigos y servidores." "Y á mí también—dijo Sancho—, quizá seré bueno para algo." Con esto se despidieron, y Don Quijote y Sancho se retiraron á su aposento, dejando á don Juan y á don Jerónimo admirados de ver la mezcla que había hecho de su discreción y de su locura, y verdaderamente creyeron que éstos eran los verdaderos Don Quijote y Sancho, y no los que describía su autor aragonés." ¡Admirable crítica! Uno de los preceptos de la fábula es, ó seguir la fama ó fingir las cosas de manera que convengan entre sí. Cervantes había figurado á Don Quijote como caballero andante, valiente, discreto y enamorado; y esa fama tenía cuando el llamado Fernández de Avellaneda se puso á continuar su historia; y en ella le pinta cobarde, necio y desenamorado. La dama de Don Quijote, como decía la duquesa[123], era "una dama fantástica (dama, en fin, de loco) que Don Quijote engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfecciones que quiso...: hermosa sin tacha, grave sin soberbia, amorosa con honestidad, agradecida por cortés, cortés por bien criada; y finalmente, alta por linaje". Fernández de Avellaneda la pintó muy al contrario. Cervantes ideó á Sancho Panza simple, gracioso y no comedor ni borracho. Fernández de Avellaneda, simple sí, pero no nada gracioso, comedory borracho. Y así, ni siguió la fama, ni fingió con uniformidad. Con razón, pues, hablando Altisidora de una visión que tuvo (que las mujeres son las que ordinariamente fingen las visiones), dijo[124]que vió unos diablos que jugaban á la pelota con unas palas de fuego, sirviéndoles de pelotas libros, al parecer, llenos de viento y de borra; de suerte que al primer boleo no quedaba pelota en pie, ni de provecho para servir otra vez, y así menudeaban libros nuevos y viejos, que era una maravilla. "Á uno de ellos, nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo que le sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo á otro: "¿Mirad qué libro es ese?" Y el diablo le respondió: "Esta es la segunda parte de la historia de Don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas." "Quitádmele de ahí—respondió el otro diablo—y metedle en los abismos del infierno, no le vean más mis ojos." "¿Tan malo es?", respondió el otro. "Tan malo—replicó el primero—, que si de propósito yo mismo me pusiera á hacerle peor, no acertara." Y poco después añade Don Quijote: "Esa historia anda por acá de mano en mano, pero no para en ninguna, porque todos la dan del pie." De cuyas palabras se colige que luego que salió á luz empezó á despreciarse. Y como Cervantes finge que los diablos jugaban á la pelota con unas palas de fuego, de ahí debieron tomar algunos ocasión de adelantarse á decir[125]que los amigos de Cervantes quemaban los libros del mal continuador, lo cual se dice voluntariamente, porqueno tenía Cervantes amigos que tan á costa suya quisiesen favorecerle.